Euzkadi en su maraña

            Decía Ibarretxe que resultaba difícil no interpretar la actitud de Rodríguez Zapatero en clave electoral. O, lo que es lo mismo, que el presidente del Gobierno no actuaba como responsable de defender la Constitución española y la libertad de los ciudadanos, en los que reside la legitimidad de cualquier consulta al electorado, ya que, aunque lo que discutieron ambos mandatarios era la pretensión del lehendakari de someter a refrendo su plan soberanista  -aunque un poco matizado no puede dudarse de su tal carácter-, en el país vasco  existe un importante sector de la población que no pueden manifestar sus preferencias políticas porque viven amedrentados por los que practican o amparan la violencia, que en todo caso son demasiados.

            Sobre esta realidad, la pretensión de proponer una consulta o referéndum sin que previamente haya desaparecido el clima de coacción y de miedo, es una burla a la democracia, a los principios inspiradores del PNV y a sus dirigentes más sensatos, a aquellos que miran por el bien de sus conciudadanos y no son prisioneros del apetito insaciable de poder político. Y si este apetito es muy común en la clase política con responsabilidades territoriales, con la excusa mal comprobada de una mayor eficiencia que en no pocas ocasiones se traduce en ineficacia, entre las formaciones que han santificado el nacionalismo a veces sobre bases tan irreales como las que llevaron a tantos santos a los altares, se convierte en una tendencia sin  límites ni ponderación. Esto es lo que le ha ocurrido a Ibarretxe y su sector jeltzale, fiel heredero del Arzallus más populista y radical.

            Uno y otro saben, tienen que saber sin duda, que nunca se llegará a plantear en las urnas la autodeterminación de Euzkadi o de otro territorio español, porque no hay bases ni históricas ni sociales ni étnico-culturales ni económicas para poder fundamentarlo y exigirlo. O, si se quiere, existen  situaciones semejantes a las que puedan darse en los viejos Estados europeos. Tampoco hay un respaldo constitucional. El privilegiado trato económico que recibe el país vasco por el sistema de convenio, es una razón más para abandonar la idea de una independencia que solo ansían obtener un porcentaje minoritario de de sus habitantes.

            Pero es que tampoco en el PNV existe un respaldo ideológico y estratégico sin fisuras a los propósitos del lehendakari. Basta con analizar las últimas manifestaciones de Urkullu para concluir que, si bien en el EBB hubo unanimidad en respaldar la iniciativa de la consulta, también se sabe que en el debate hubo diferentes posiciones y que algunos miembrosmanifestaron su deseo de una condena más explícita y tajante de ETA y del fin de toda violencia.

            Es bien sabido que el actual presidente del EBB se mantiene en un difícil equilibrio entre el sector que podríamos llamar autonomista de máximos y el independentista. También es sabido que en el PNV hay tabus, como en otros partidos políticos, que como en sus homólogos polinesios, son mortales si se transgreden. El fundamental, el nacionalismo que debe ser acatado por todos, aunque se puede modular en cuanto a sus calendarios y desarrollo sin caer en anatema fulminante. Ibarretxe ha elegido el atajo más directo aunque ha dulcificado de algún modo sus pretensiones, intentando contentar así a las distintas tendencias del partido y atraerse votos de otras formaciones nacionalistas. Urkullu ha suavizado aun más el mensaje más tonante de Ajuria Enea, incluso llegando a afirmar que no se realizará la consulta fuera de la ley o si el Tribunal Constitucional la suspende. Con más contención externa que Imaz, pero con semejante clarividencia, el presidente del partido trata de levantar todos los obstáculos para que Euzkadi pueda trazar su futuro en libertad con la concurrencia de todas las fuerzas políticas democráticas, rescatado de la maraña de tensiones, amenazas y temores, de la violencia asesina y de las coacciones.