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La derogación del trasvase

viernes 06 de junio de 2008, 14:01h
   La lluvia ha venido en ayuda de la Generalitat y del Gobierno de Madrid haciendo innecesario -y probablemente ilegal- el mini trasvase del Ebro. En realidad, la operación de ingeniería planteada como urgencia para resolver la sed de Barcelona era sobre todo una palanca poderosa para reabrir el debate sobre el derogado trasvase del Ebro y un movimiento movilizador, por comparación, para los dirigentes populares de las Comunidades Autónomas del País Valenciano y de Murcia.

   Para el Gobierno de Aragón, la noticia de la derogación del decreto que permitía el trasvase es también la mejor posible y en un momento excepcional. Con en el Ebro crecido a su paso por Zaragoza -demostrando que la naturaleza caprichosa inunda y seca, según los años- en víspera de la inauguración de la Exposición Universal, que tiene en el agua su epicentro, el trasvase era una amenaza para uno de los pilares de reconstrucción de la identidad y la autoestima aragonesa.

   Aragón ha sido una comunidad castigada por su pérdida de salida al mar y su decadencia histórica con la partición del antiguo reino conllevo un retroceso demográfico y una pérdida de influencia en el contexto español que sólo durante las dos últimas legislaturas de Marcelino Iglesias había encontrado su vértice para un despegue sigiloso pero constante.

   La nueva identidad aragonesa se está construyendo sin recurrir a lo que hubiera sido más fácil: la tecnología del victimismo y la estrategia de la confrontación territorial. Por eso había sido especialmente lacerante la apertura de la controversia en torno a los proyectos de trasvase del Ebro apoyados únicamente en el simplismo de "agua que no has de beber, déjala correr", en este caso hacia otras comunidades pretendidamente sedientas. José Luis Rodríguez Zapatero se ha evitado, ademas, y gracias a las lluvias un problema de fondo con el socialismo aragonés tan poderoso como el que más en proporción a su electorado.

   Ahora le corresponde al gobierno de la Generalitat y al de la nación poner remedio a la improvisación que tanto en el tema del agua como de otras infraestructuras ha sumido a Cataluña en una sensación de caos. Con tiempo por delante, las desaladoras deben ser el paliativo de la carencia de agua sin caer en la tentación de creer que el Ebro será siempre el recurso más fácil para solucionar la incapacidad de los gestores.

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