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Pa'l hambre en África

domingo 13 de julio de 2008, 14:26h
Siempre que el drama de los inmigrantes que escapan de sus países y viajan en cayucos tratando de encontrar el paraíso salta a las primeras páginas de los periódicos, me viene a la mente el mismo chiste. Un paisano, con la hucha del Domund en forma de cabeza de negrito con la ranura en el cerebro para meter la moneda salvadora, se dirige a los paseantes gritando “pa’l hambre en África”, mientras uno que le viene observando desde que inició su campaña recaudatoria se acerca y le pregunta, ¿qué pasa, que la van a alambrar toda?

En aquellos tiempos, se pensaba que el negrito estaba unido a la pobreza, que lo suyo era algo congénito, y se tenía la convicción de que con esos dineritos se aliviaba el destino de esas personas venidas al mundo a padecer y sufrir. Ahora nos hemos dado cuenta de que hay negritos pobres y ricos, y de que los primeros, cuando sienten que se hace insoportable su vida en sus países de origen, escapan de los infiernos gobernados por negros como ellos, pero dueños de toda la riqueza, para tratar de buscar alguna salida más digna que la de morir de hambre y miseria.

En épocas de crisis sufren las consecuencias más que los ciudadanos de las llamadas democracias occidentales que, asustadas ante la llegada de extranjeros -pobres, por supuesto- impiden su llegada cuando llegan las vacas flacas. En épocas de bonanza económica somos tan generosos con los de fuera que no nos importa tenerlos a precio de saldo como jardineros, chachas o empleados a nuestro servicio. Si cuando las cosas van mal la excusa de que los extranjeros amenazan nuestro bienestar nos es útil, sienta fatal desayunar con cadáveres -entre ellos de criaturas de pocos meses- de ciudadanos del mundo pobre que pagan con su vida la aventura en busca de algo mejor.

Llegaron a Almería y a la Gomera y conocimos el relato de cómo fue la travesía, en la que arrojaban al agua a los que iban  falleciendo. Ante tan macabra imagen, la respuesta fue unánime: Lágrimas de cocodrilo y lamentos, junto a ofertas de regularización para las mujeres embarazadas y para los que perdieron familiares en el trayecto del cayuco. ¡Qué generosos! Igual que se ahogaron los que no aguantaron la dureza de la travesía, yo me ahogo entre tanto dato sobre el ranking de países generosos a la hora de dar ayudas al desarrollo, fórmulas para integrar a estas personas o directivas europeas de Retorno para aplicar a los ilegales.

Poco o casi nada se dice sobre la necesidad de parar las salidas de estas personas amenazadas por el hambre, las injusticias y las guerras. ¿Cómo vamos a impedir que sigan viniendo si alimentamos, queriendo o sin querer, sus guerras con nuestras armas y, a veces, a sus gobernante déspotas, ladrones y, en ocasiones, asesinos? ¿Qué hace el Gobierno español para impedir que Teodoro Obiang haga de las suyas en Guinea, que trata a sus  habitantes como Robert Mugabe a los de Zimbabwe, país que no tiene la suerte de tener el petróleo que tanto interesa a los occidentales demócratas y bienpensantes?

Si los que vienen a España tuviesen algo en su país no se jugarían la vida atravesando estrechos en cayucos pero ¿quién es el guapo que le dice, por ejemplo, al rey Mohamed VI de Marruecos, que la presencia de más de 650.000 de sus compatriotas en España algo tendrá que ver con sus maneras de dirigir su Reino?

Nos gastamos millones de euros en cámaras termográficas, torretas de vigilancia, lanchas rápidas y agentes del Servicio Integrado de Vigilancia Exterior para detener algo que no se puede parar, como es la búsqueda de la ruta contra el hambre. A todos se nos rompe el corazón al ver a bebés que pierden  la vida cuando acompañan a sus madres en busca de otra vida fuera de África, que, como en el chiste, terminará aislada del otro mundo gracias a las vallas que ponemos entre todos. Va a tener razón el del chiste cuando pregunta si lo que de verdad se pide es para “alambrar África”.
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