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Del pesimismo al temor

Del pesimismo al temor

miércoles 30 de julio de 2008, 01:04h
Las miradas no pueden ser más apocalípticas. Los economistas no están de acuerdo sobre el fondo de la crisis actual. El veredicto más recurrente es uno con grandes dosis de pesimismo frente al futuro. Lo más optimistas sugieren que la solución vendrá, pero advierten que lo peor aún no ha llegado.

Quienes creían que la crisis ya había terminado, se equivocaron. Lo que comenzó con el descalabro subprime en los Estados Unidos, hoy parece haberse transformado en un desastre global. Con ingredientes diversos, es cierto. Entre ellos, la volatilidad del precio del petróleo, el incremento del costo energético, el aumento de los precios de algunos commodities y una inflación galopante que golpea especialmente al rubro alimento.

Para afirmarse en este despeñadero, los especialistas no se ponen de acuerdo en una sola receta. Algunos sostienen que hay que dejar de lado lo que llaman “el riesgo moral”. Por ello entienden abrir el paraguas del Estado para salvar los errores de los privados. El argumento base es que resulta preferible correr este riesgo, y pagar los costos políticos del mismo, que desalentar la iniciativa privada.

Otros creen que el mundo no volverá a ser el de antes.  Sostienen que la crisis servirá para reordenar los mercados financieros. Y aplicar controles que o no existían -y eso permitió la crisis subprime- o eran extraordinariamente laxos. Vaticinan que lo peor no ha pasado. Aunque algunos consideran que la economía estadounidense se habrá recuperado el próximo año.

Aún hay más miradas. Sugieren que es necesario enfriar la economía. Una tarea compleja para los bancos centrales. Aunque si no se asume, aseguran, la inflación podría salirse de control. De aceptar esta receta, los países emergentes asumirían una alternativa compleja: postergar su llegada a la meta del desarrollo. Y con una estela dolorosa de desempleo. Además, advierten contra la aplicación de subsidios, aunque estos sean con contenido social.

Cualquiera sea la receta que se aplique, una realidad salta a la vista.  La explicita Joseph Stiglitz, Nobel de Economía 2001. Afirma que hoy el mundo soporta la “tormenta perfecta: altos precios y una crisis en los mercados financieros”. No es optimista y estima que lo que está ocurriendo con la inflación es una consecuencia de la globalización. Advierte que los países en desarrollo tendrán que ajustarse el cinturón en un área dolorosa. Deberán crear desempleo. El costo económico que esto provoca, a juicio de Stiglitz, no sólo es muy elevado, “sino muy injusto, porque la misma gente que está afectada por los pecios altos será la víctima del desempleo”. En otras palabras, los platos que  empezaron rompiéndose en Estados Unidos los pagarán, entre otros, la clase media y los pobres del tercer mundo.

Frente a estas recetas hay varias inquietudes. Aparte de las que esboza Stiglitz, seguramente algo tienen que decir naciones emergentes como Brasil, China e India. ¿Estarán dispuestos a postergar sus afanes de desarrollo para resolver, en parte, la crisis? 

Lo concreto es que la crisis actual aclara muy diversos matices. Uno de ellos es que hoy Estados Unidos puede ser el detonante de una crisis, pero no tiene la capacidad de resolverla por sí solo.  Y eso tiene que ver con que el escenario mundial ha cambiado profundamente. Y, también, con la propia realidad norteamericana.

Francis Fukuyama piensa que su país no está preparado para lo que él llama el mundo post-estadounidense. Detecta falencias atribuibles a la clase política y otras que ha traído aparejado el sistema actualmente imperante a nivel planetario. Entre las primeras, señala que la dirigencia sigue actuando como si aún estuviera en un mundo que se disputa entre grandes potencias y no en uno de Estados débiles. Por tanto, no se puede usar el poder duro para crear instituciones que lleguen a dar estabilidad política. En otras palabras, le falta ductilidad para asumir que ser la primera potencia bélica, no la libera de la necesidad de crear soluciones políticas adecuadas.

Y esto también puede aplicarse en el campo económico. Hay una especie de liviandad en cuanto a la comprensión  del verdadero poder que posee el sector financiero. Operando transnacionalmente desde Estados Unidos, influye en el mundo entero. Aunque al neoliberalismo le parezca aberrante, falta un poder estatal capaz de marcar los límites y hacerlos respetar.

La crisis actual no sólo dejará consecuencias económicas. Tal vez lo más importante sean las lecciones políticas que arroje. Una de ellas, ineludible, es que el mundo requiere de nuevas fórmulas. Que el poder ilimitado del capitalismo salvaje devora las propias bases del capitalismo. Y que el sometimiento por la represión tiene un límite: el de la subsistencia.

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Wilson Tapia Villalobos
Periodista
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