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Volatilidad opositora

Volatilidad opositora

viernes 22 de agosto de 2008, 01:08h

Hace unas dos semanas quienes opinan, hacen política o tienen alguna cuota de poder, por tener dinero o estar cercanos al mundo militar, estaban conmocionados.

El paquete de las 26 leyes, que a última hora dio a luz la Habilitante, y la inhabilitación política de precandidatos de la oposición, como Leopoldo López y Enrique Mendoza, llenó de preocupación a muchos líderes de opinión que expresaron su alarma e indignación por lo que consideraron un abuso de poder. Hasta se llegó a hablar de golpe de Estado por parte del Gobierno, porque éste había violado la Constitución y estaba actuando contra la voluntad popular expresada en el referéndum consultivo de diciembre pasado. Parecía que nos acercábamos a una situación difícil, que algo –al menos una masiva protesta– iba a ocurrir, pero no ocurrió nada. En pocas horas todo volvió a la normalidad. Es decir, los ánimos se calmaron, la gente se concentró en su trabajo, los políticos de la oposición se enfrascaron en su pelea por las candidaturas. Como si nada hubiese acontecido, el liderazgo opositor volvió a la cotidianidad de siempre. ¿Está o no está pasando nada? En unas cuantas ocasiones, el país ha vivido situaciones complicadas por alguna decisión o acción gubernamental que parecía iba a tener consecuencias profundas, por las reacciones que generaría y, al final, no pasó nada. Así ocurrió, por ejemplo, cuando se escamotearon las firmas para convocar el referéndum revocatorio, o cuando amenazamos a Colombia con una guerra, por mencionar dos ejemplos muy diferentes. Hasta ahora el mundo político venezolano ha demostrado una incapacidad crónica para entrar en crisis, que no sabemos si constituye una loable virtud o un condenable defecto. Simplemente, pareciera que algo impide que las reacciones ante hechos alarmantes duren más de pocas horas.

Uno podría atribuir tal comportamiento de políticos, analistas y otra gente de la oposición a la supuesta ligereza de los venezolanos, a la abundancia de dinero que adormece las voluntades, o a una resignada adaptación a una situación que parece excesivamente difícil de resolver. Ciertamente, factores como estos pueden incidir en la conducta volátil de la oposición organizada.

Sin embargo, tal volatilidad no tan azarosa obedece, en parte importante, a una convicción clave de buena parte del liderazgo opositor: sólo las elecciones del próximo noviembre y las que siguen hasta llegar al año 2013 podrán desplazar al grupo gobernante del poder, por lo que no hay que alborotar el avispero para no desviarnos del camino electoral. Cualquier consideración que no responda a este lineamiento puede ser vista como perturbadora distracción, ligereza analítica o irresponsabilidad política. Tan es así que hay quienes prefieren que no se hable mucho de la triste situación en que quedarán gobernadores y alcaldes después del paquetazo de las 26 leyes, para no mermar la motivación de la gente a votar.

Al plantearse las cosas de esa manera, se margina a quienes consideran que, sin descartar la participación en las elecciones, hay que preparar a los ciudadanos para la exploración de distintos caminos políticos, todos legítimos ante la cada vez más obvia ilegitimidad del régimen. Tal marginación es peligrosa porque tenemos un gobierno abusivo, presidido por una persona que, con absoluta transparencia, nos ha recalcado que aquí "mando yo". En esta situación hay que estar preparados para cualquier cosa, lo que requiere mostrar el mayor respeto por todos los sectores del país que no están dispuestos a calarse la arbitrariedad despótica, sea revolucionaria o no. Que tal respeto no se demuestre equivale a escuchar que también en la oposición alguien grita despóticamente "aquí mando yo".

Ramón Piñango 
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