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La desaparición de Marés González

La desaparición de Marés González

jueves 04 de septiembre de 2008, 17:33h
A la manera de una diva de la escena, Marés González imponía su presencia en roles intensos que tenían el aliento de las grandes tragedias. Estremecía a un público que la reconocía como a una actriz magistral, pero Marés no quería ser una diva. Se metía bajo la piel de sus personajes, pero decía que el resultado de cualquier espectáculo era un trabajo de equipo y que ya había pasado la época de las estrellas vanidosas y ególatras.

Durante medio siglo Marés González estuvo en las carteleras del teatro chileno. A veces no aparecía durante largo tiempo pero siempre regresaba y ennoblecía a sus heroínas que eran el resultado del estudio de sus características psicológicas y del contexto en que transcurrían las obras.

Nació en Argentina, pero echó raíces en Chile y la reconocemos como una figura legítima de la escena nacional. Recordamos que sus primeros pasos los dio en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, en los años en que el notable conjunto era dirigido por Pedro de la Barra. El Experimental había conseguido por fin una sala estable donde desarrollar su repertorio, cuyos montajes revolucionaron al teatro chileno y los conceptos de las puestas en escena que hasta entonces reinaban en los escenarios. La sala era de propiedad del Banco del Estado y estaba destinada a ser un cine de lujo. Se llamó Antonio Varas y se estreno allí “Noche de Reyes”, la encantadora comedia de Shakespeare en versión del poeta León Felipe. Fue al comienzo de los años 50. El director de la pieza fue el prodigioso Pedro Orthus que reveló a Marés González en el papel de unos mellizos cuyo sexo a veces se confundía y daba lugar a jocosos enredos. Marés fue un paje y una muchacha de una ambigüedad que provocaba pícaras incidencias.

No pasó mucho tiempo para que Marés demostrara que no sólo era brillante en la comedia shakesperiana, sino también en el formidable teatro épico de Bertold Brecht. Interpretó el rol femenino principal de “La ópera de tres centavos”, obra maestra del dramaturgo alemán. Estremeció al auditorio con la balada “El velero escarlata”, con acento desgarrador, patético y vibrante. Pocas veces una canción teatral había alcanzado tales dimensiones. Para muchos sigue siendo uno de los grandes momentos del teatro chileno. Luego la vimos en otra obra del repertorio Brecht, “El círculo de tiza caucasiano” y, con más fuerza aún, en una versión del poderoso drama de Ibsen “Heda Gabler”.

Marés González era dueña de una voz grave, de una figura esbelta y de un acento vigoroso que la convertían en una personalidad teatral inconfundible.

En lo personal, era fiel a sus principios democráticos y de izquierda. No temía los riesgos que pudiera sufrir por sus opiniones y su actividad que nunca ocultó, y que la hicieron figurar en las listas negras de la dictadura, que prohibía dar trabajo a los actores opositores. Fue olvidaba por los empresarios y animadores teatrales que ella denunció en las tribunas que tuvo a su alcance. Muchos de sus amigos se empeñaron en exigir que le fuera otorgado el Premio Nacional de Arte. Ello ocurrió el año 2003. Fue un reconocimiento de elemental justicia a una de las actrices más talentosas del teatro nacional.

A la par, se convirtió en figura de la televisión. Apareció en las series de canal 7 “Pampa Ilusión” y “Los Pincheira”, primero como una actriz extravagante en gira por el desierto chileno y luego como una anciana prejuiciosa y reaccionaria. Tales caracterizaciones la acercaron al gran público que no la conocía en el teatro.

La derribó un cáncer el pasado sábado 29 de agosto. Su muerte se agrega a la desaparición de pilares del teatro chileno como Silvia Piñeiro, María Cánepa, Ana González. A ellas agregamos ahora el nombre inolvidable de Marés González.

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Luis Alberto Mansilla
Periodista
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