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Bolivia en terapia intensiva

Bolivia en terapia intensiva

lunes 15 de septiembre de 2008, 01:11h
Difícil reto para el periodista el mantener un grado de objetividad en momentos de incertidumbre y manejo informativo contradictorio. Los sucesos de Pando han sacudido las membranas más íntimas de la sociedad y ameritan un esclarecimiento a nivel legal y jurídico con la mayor transparencia posible y alejado de las pasiones políticas.

Los reportes oficiales del gobierno parecieran plantear un escenario perverso de organización delincuencial de los hechos, por su parte las declaraciones del Prefecto de Pando nos escenifican una acción organizada desde el gobierno para incendiar al país de manera inminente. Con esos elementos de juicio, es imposible proponer una versión equilibrada.  

Bajo el criterio de “quien golpea primero, golpea más fuerte”, el gobierno ha emprendido una campaña de difusión de su versión de los hechos, que puede tener fundamento, pero debe ser respaldada por la urgente investigación. Comunicados oficiales, utilización de las redes informáticas, publicaciones de los medios de comunicación afines, spots propagandísticos y denuncia internacional, son los recursos que la acción gubernamental se ha apurado a difundir para conducir la agenda hacia su verdad. Por su parte, y con las obvias limitaciones, el Prefecto de Pando busca encontrar los canales de la explicación que adolecen de sesgo y pasión propias de su situación enfrentada.

Así, los sucesos de Pando, son disputados en su explicación mediática, por ambas partes,  a la vez que el número de muertos sigue sumando sin una verdad objetiva que explique (pues no se puede justificar nada) lo ocurrido de manera equilibrada. Lo cierto es que Bolivia se encuentra en terapia intensiva con riesgo de complicarse en una situación impredecible.

El miedo, el dolor, la intolerancia y la impotencia, ganan el espíritu de los ciudadanos en una escalada de enfrentamiento que llega, incluso, hasta los hogares de la población. Las visiones objetivas se diluyen ante la pasión de los sucesos y se plantea un escenario inédito en la historia, con un bombardeo mediático que no contribuye a generar criterios de racionalidad mínima. El espectáculo noticioso seduce a los portadores de los mensajes y la verdad televisiva dibuja un panorama apocalíptico. Las señales de pacificación son simples accesorios de segundo plano, que no encuentran la fuerza para presentarse como un recurso valedero para lograr su objetivo.

Las  ciudades inmersas en el conflicto se mueven en la incertidumbre de la afectación doméstica, a saber: no hay gas licuado (recurso energético vital), no hay combustible para el transporte, no hay protección policial, no hay vínculo institucional con el Estado, entre otras situaciones que generan un escenario de desvalidez ciudadana. La incertidumbre es tal, que el tejido social busca intuitivamente protegerse como puede, incluso con la aparición de armas de fuego en la cotidianidad. Dolorosa señal que ofende a los comprometidos con la democracia y los derechos ciudadanos. La situación general encuentra a sus aliados perfectos en el vandalismo y la delincuencia, que amenazan la vida de comercios, servicios y hasta la intimidad de los hogares.

Finalmente, el rumor se condensa en la relación interpersonal y el desánimo generalizado. Sin un norte claro, el diálogo ya no se plantea como solución del conflicto, sino como un medio urgente de pacificación. La verdad es el único recurso con el que podemos contar, pues si no se lograr descubrir lo sucedido de manera rápida y objetiva, las consecuencias las pagaremos todos con la sangre de nuestros seres queridos.
 
¡Solo la verdad nos hará libres!

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Eduardo Subieta Arza
Periodista
Editor de Diario Crítico de Bolivia
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