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¿Jaque mate?

¿Jaque mate?

viernes 19 de septiembre de 2008, 00:49h

Evo Morales ha superado una dura prueba de gestión política, que comenzó con la victoria electoral y culminó en la acción social e institucional para romper el “empate catastrófico” que fundamenta su tesis política. El aparato gubernamental ha sabido blindar todos lo frentes de acción discursiva y desplegar de manera implacable el uso del poder. Evo Morales, luego de 33 meses en la primera magistratura de la República, ha logrado “chapar el poder” como se dice en la jerga política boliviana. Esa premisa que pueda tener un aparente antecedente positivo, no deja de mostrar las múltiples dudas que el desempate puede acarrear, especialmente en los ámbitos de tolerancia, respeto a los DDHH y libertad de expresión, que conformarán el consecuente de la afirmación. El costo de la acción hacia la victoria de Morales ha profundizados las seculares diferencias en distintas dimensiones de la sociedad boliviana, a saber: campo – ciudad, oriente – occidente (cambas y collas), ricos y pobres y fundamentalmente indígenas, mestizos y blancos. El desempate se impondría sobre una sociedad fracturada por la intolerancia, el miedo, la reacción violenta y el reconocimiento excluyente de la diferencia.
 
El Referéndum Revocatorio permitió la recuperación democrática de dos regiones que se le habían planteado como contrarias en el ámbito institucional a nivel Prefectural. Los Prefectos de La Paz y Cochabamba tuvieron que dócilmente aceptar la situación de su revocación, dejando el espacio de control institucional a la decisión de Morales. El avance electoral de Morales - erróneamente calculado por el principal (o principiante) partido de oposición que viabilizó la consulta - posibilitó la creación de un impulso inercial para recuperar su proyecto de constitución que había sido desechado por el fracaso formal de la Asamblea Constituyente. El anuncio de una convocatoria a referéndum vía decreto por la nueva constitución, generó la justificación del juego de nuevas cartas por parte de la debilitada oposición regional, que encontró en la recuperación de la renta petrolera (confiscada varios meses atrás por el gobierno), la justificación plena para una acción de medida de fuerza al margen de la formalidad democrática.

Los liderazgos de las regiones rebeldes buscaron invertir su capital político que los mostraba fuertes en la dimensión local, pero ciertamente debilitados en el contexto nacional. La voluntad para utilizar los mecanismos que Evo Morales los conoce como el bloqueo y la movilización callejera, así como otros que trataron de ensayar (y se les escapo de la manos), como la toma de instituciones. Los rasgos violentos e irresponsables de furiosos jóvenes cívicos que hicieron gala de su exceso de testosterona, que difundieron argumentos de “limpieza étnica” y que adolecieron de una carencia de discurso que maneje criterios más allá de la consigna, desvirtuaron desde el inicio la supuesta acción reivindicativa. El saqueo y la delincuencia afectaron a una población desvalida que demandaba protección a una policía que había sido humillada días antes por los mismos sujetos sociales que promovían la reivindicación. La consigna de la recuperación del IDH y la implementación de la autonomía, quedaron en segundo plano ante un festín mediático que espectacularizó las formas y despreció los fondos. Fue relativamente sencillo para los líderes cívicos el sacar a la gente a la calle, el problema se les planteó cuando era imposible volverlos a meter a sus casas. El Plan 3000 fue el afectado escenario de batallas civiles entre unos y otros, pero quien se llevó la victoria fueron la delincuencia y los aprovechados de siempre.

En el otro lado, la acción política del gobierno desplegó también sus conocidos recursos de fomento a la intolerancia. Evo Morales maneja varias dimensiones de discurso, que son parte de una destreza política  adquirida, que aunque se constituyen en una virtud personal, genera también la desconfianza a las personas que tratamos de alejarnos del fenómeno para poder entenderlo lejos de la pasión. El aparato discursivo de Morales presenta y argumenta la figura de la víctima ante el discurso mediático y fundamentalmente el de corte internacional. “Quieren bajar al indio”, para ejemplo, es el “sound bite” que ha tenido la posibilidad de concentrar semántica y pragmáticamente el mensaje más importante de su discurso, provocando en el receptor empatía y solidaridad. Evo posteriormente judicializa los discursos contra los enemigos, retomando la validez de la acción institucional (constitucional) que poco antes desconoce.  

El ataque se reserva para el contacto social, donde Evo repone sus fuerzas y descarga su artillería discursiva. Ese es el espacio donde incorpora su energía, vehemencia e identifica al “enemigo” (que no al adversario). El presidente necesita del ese contacto de manera periódica para poder generar la otra agenda, la del objetivo a atacar. Los medios de comunicación no afines a su gestión, son normalmente el blanco principal de su queja y sugerencia de ataque. Así, en Bolivia, existen lugares prohibidos para la cobertura noticiosa no oficial como el trópico de Cochabamba, pero además el constante asedio a las infraestructuras de medios y ataques a los periodistas a quienes identifica como “sucios enemigos”. Su acción no buscaría desaparecer al sujeto, sino buscar la creación del desánimo y la autocensura por el miedo. Ya otros como  Menem soñaron con “un mundo sin periodistas”, porque es incómodo y peligroso, pero tendrá que entender el Presidente, que mientras él sea motivo de espectáculo y crítica, mientras más combata a los medios, aparecerán más periodistas para disectarlo en sus redacciones.

Cabe enfatizar, sin embargo, que los medios de comunicación han realizado una acción mecánica de “caja de resonancia” de las premisas políticas del gobierno por acción y por reacción. Desde antes pero especialmente desde la asunción de Evo, promovieron la selección de fuentes con sólo criterios espectaculares y de consigna. Su aporte a las situaciones de conflicto es también perversa pues incendian las situaciones de acuerdo a  las consignas a las que lastimosamente se afilian. La independencia ya ha dejado de ser un valor de las empresas mediáticas y solo nos queda como una premisa del profesional del periodismo. De ahí las creaciones mediáticas como el tristemente célebre Roberto de la Cruz en El Alto o la rabiosa Amelia Dimitri en Santa Cruz, son ejemplos de personajes (que los hay más) que parecieran salidos de una mente distorsionada, pero que se los encuentra con recurrencia en distintos espacios comunicacionales. El festín mediático busca sangre y rating en una especial combinación de política y mercado. 

El argumento de los “movimientos y sectores sociales” se ha convertido en una muletilla para justificar vulgares acciones de choque protagonizadas por grupos dedicados a esa tarea y que se confunden con otros sectores de similar acción que forman gelatinosas comprensiones, eso sí, altamente mediáticas, como los “Ponchos Rojos”, los “Talibanes Andinos” o los “Unionistas”, que les atribuyen “superpoderes” de una narrativa propias del realismo mágico, pero que su correspondencia con la realidad privilegia el rating, distorsionando los contenidos y consecuencias de su cobertura. El manejo instrumental de las categorías se vulgariza en el ámbito comunicacional y pierde la esencia primera de su consideración teórica. Por tanto la dinámica mediática actual ha logrado que se vayan generando espacios de formato “reality show”, que van desde el inefable “Alo Presidente”, transmitido por el capricho comunicacional chavista llamado Telesur, pasando por el pasquín partidario que constituyen nuestros medios estatales, hasta los bodrios locales de programas matinales, telediarios y nocturnos de nuestra paupérrima e interesada producción nacional. La conclusión es una sensación de “conspiranoia” colectiva que profundiza la crisis de desencuentro nacional en la que nos hemos sumido como país. Como conclusión, al aporte a la construcción de consensos mínimos, a partir de los medios, se evapora de las posibilidades.  

Sobre los sucesos de Pando, es importante precisar que ha existido una matanza que debe esclarecerse sin miedos ni manipulaciones. Es importante desterrar la intolerancia y el racismo que han sido manifiestos en las sesgadas escenas que llegan a cuenta gotas de parte de los medios. Es momento de erradicar para siempre el “matonaje” y el “patronazgo”, que asolan todavía a grandes partes de nuestro territorio. La reforma laboral, por ejemplo, debe llegar acompañada con la aplicación de la Ley INRA a bastos sectores del territorio pandino, beniano, cruceño y del chaco. Se deben acabar en esos lugares las formas premodernas de relacionamiento económico y de propiedad de la tierra. Pero, es también importante recomponer desde la cúspide del Estado el sentido de la justicia y la autoridad institucional, alejadas de las señales de des-institucionalización de los poderes Judicial y Legislativo, promovidas por el propio gobierno. El uso de los recursos constitucionales como el “Estado de Sitio”, deben ser utilizados para proteger la democracia y el orden institucional, no para reproducir escenas que parecían sepultadas de nuestra memoria histórica, hacia tiempos donde los bolivianos debíamos “andar con el testamento bajo el brazo”. Es importante cuidar también, los errores de la acción discursiva oficial, como los del Viceministro Sacha Llorenti, quién condenó a treinta años sin derecho a indulto al todavía Prefecto Fernández, dándole automáticamente la condición de “preso político”, como si el flamante abogado no conocería el precepto constitucional de presunción de la inocencia hasta la sentencia condenatoria que sólo la da un juez.

No obstante, Evo Morales ha vencido en la batalla y parece haber logrado el “jaque mate”, pues ha conseguido recuperar tres regiones para su control institucional, ha logrado quebrar el “empate catastrófico” y se apresta a aprobar (tarde o temprano) su proyecto constitucional que resume la causa de su acción política. Ha logrado seducir a un electorado y ha logrado arrinconar a sus adversarios (que no enemigos en mi lectura personal). Tiene el poder en sus manos y goza de legitimidad nacional e internacional. El requisito de la coherencia constitucional a su gestión es imperativa, pero también es momento de comenzar a dar respuestas a los, que particularmente considero, problemas reales de la sociedad boliviana: el acceso al empleo, a la salud, a la educación, a la inclusión social, a la oportunidad, al emprendimiento productivo, a la vivienda y a los servicios básicos. Aspectos todos que nos permitirán superar las barreras de la diferencia y de la verdadera distribución de la riqueza con equidad. El señor Presidente, ya tiene el poder, ha inaugurado su propio “sistema político” en sustitución del anterior que prolongó su agonía hasta estas fechas. Pero ha llegado la hora es hora que comience a hacer ejercicio de su poder para el desarrollo de un gobierno inclusivo e integrador, tal como lo han definido él y sus partidarios. Es momento de que cobre una dimensión nacional en  beneficio de todos nosotros que estamos y estaremos el país por siempre, a pesar de las diferencias que se plantean como insalvables.

Finalmente, tener mucho apoyo electoral y legitimidad popular no es sinónimo de democracia y de unidad, en sí mismas. Pues la democracia moderna, con todas sus limitaciones, reconoce los derechos individuales, incluido el disenso y la libertad de expresarlo. Personalmente no creo en las formas de conducta política comunitaria, en las que se presione o induzca la voluntad del individuo a favor de la presión del grupo. La comunidad tiene otro sentido que hace a la vida misma, a la producción, a la distribución, a la organización social y económica, más no a la afectación de las conciencias individuales a favor de un icono y/o consigna generalista. De igual manera considero que la oposición política no debe aplastarse con la fuerza y la presión violenta, por más irracional e intolerante que esta pueda ser. En mi humilde concepto, ésta (la oposición) debe ser respetada y vencida en los escenarios democráticos y en las mesas de negociación como a un adversario y no como a un enemigo. Con las ideas y los argumentos, no con los cercos y las presiones violentas. Evo ya no necesitaría hacerlo, ahora cuenta con el consenso mayoritario y con la estructura estatal para posibilitar el cambio esperado. El capital simbólico y político ya está consolidado, ahora debe ser invertido en las políticas de gestión que, como ha prometido, deben favorecer a todos los bolivianos, pero fundamentalmente a los más necesitados. Muchos coinciden en afirmar que la unidad, esa quimera, no será posible y menos ahora que las cosas han decantado en resentimiento, muerte y dolor. Evo debe comprender que librada la batalla es momento de la vida y ya nunca más de la muerte. Evo debe propugnar la “Patria y la Vida”, para poder impregnarnos de una voluntad en la que venzamos todos, y caminar a un rumbo de reconciliación nacional aunque hoy día esa tarea se plantee como imposible.  
 

 

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