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Rodrigo Rato, ese huracán

Rodrigo Rato, ese huracán

lunes 07 de mayo de 2012, 19:36h
Conocí a Rodrigo Rato  hace muchos años. Asistíamos al mismo colegio y, desde que él comenzó en política, le seguí profesionalmente. Un tipo duro, al que pocas cosas se le ponían por delante. Un estudiante tirando a bueno, procedente de una de esas familias, que no eran muchas, con posibles durante el franquismo: su padre, Don Ramón de Rato, presidente del Banco de Siero, era un personaje memorable, que se atrevió a embargar nada menos que a Nicolás Franco, hermano del general que tanto mandaba entonces en España. Una hazaña que le costaría el cierre del banco y hasta pasar por la cárcel.
 
Pero no era Don Ramón un desafecto al Régimen. Sus emisoras, Radio Tajo y luego la red de emisoras Rato,no se caracterizaron jamás precisamente por estar en la oposición, sino más bien por todo lo contrario. Rodrigo salió afecto a las ideas conservadoras, seguidor de Manuel Fraga e influyente desde el primer momento en Alianza Popular. Fue un gran portavoz parlamentario, un diputado de los que trabajaban y un -desde mi punto de vista no especializado-gran ministro de Economía. Cuando, desde la vicepresidencia con Aznar, se mostró privadamente en desacuerdo con la invasión de Irak -claro que no se opuso en declaraciones a micrófono abierto, pero la cosa trascendió--, perdió la oportunidad de sucederle en la presidencia del Gobierno. Quién sabe si, con Rato en el delfinato, los resultados de las elecciones de 2004, inmediatamente después del criminal atentado del 11-m, hubiesen sido otros. Cómo poder asegurarlo ahora.
 
Al frente del Fondo Monetario Internacional, acaso el cargo más apetecido para un economista de cualquier nacionalidad, también mostró su independencia y su escaso sentido de lo convencional: su separación de Gela Alarcón -hoy presidenta de Paradores-fue sonada, como lo fue su noviazgo con una conocida periodista. Y qué decir de su abrupto abandono de su puesto en el FMI, jamás bien explicado, que dejó pasmados a los de su propio partido y a los del socialista partido gobernante, que lo habían apoyado, en raro consenso, para ir a Washington.
 
De su paso por Bankia hay gentes y doctores de la Iglesia económica que pueden hablar con mayor conocimiento que yo. Pero sí puedo decir que de nuevo nos encontramos con el Rato desafiante, con un punto de chulería, que pronosticaba privadamente que la crisis actual era incluso peor que la de 1929. Esa crisis, por él anticipada, y esa gestión, peculiar donde las haya en un panorama bancario especialmente complicado, han terminado, parece, con una carrera que se hallaba, creían todos, en uno de sus mejores momentos. Alguien lo repescará, porque no anda el país tan sobrado de gentes preparadas y seguras como Rodrigo Rato como para enviarlo, aún no cumplidos los 63 años, a una jubilación que no le corresponde.
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