Esperanza Aguirre ha sorprendido a todos con el anuncio de su dimisión de todos sus cargos políticos. Fiel a su estilo audaz, sincero y natural ha explicado que este es el momento adecuado para acabar su carrera en la primera línea política y pasar más tiempo con su familia. Seguro que hay más motivos que los personales para haber tomado la decisión, pero hay que quedarse con el sentido vital de una persona de 60 años, de enorme éxito político como presidenta del Senado, ministra de Educación y presidenta de la Comunidad de Madrid, con muchos votos.
Quienes han conocido el acecho de una enfermedad como el cáncer saben que las prioridades de una persona cambian radicalmente y se valoran otras cosas de la vida que tienen más que ver con los seres queridos y tu propia calidad de vida que con las ambiciones políticas que exigen una dedicación total y extenuante. No pasó inadvertido el gesto compungido y doloso de la ex presidenta de Madrid cuando la semana pasada, durante el debate sobre el estado de la región, anunció la muerte de una diputada del PP aquejada de cáncer. Son los palos que da la vida y que no permiten andarse con medias tintas. Salió ilesa de un accidente de helicóptero en Móstoles y de un ataque terrorista a un hotel de Bombay. Tiene "baraka", suerte en su destino que ahora tiene que contrastar con el cáncer ya superado. Su oportunidad política de ser la lideresa del PP pasó de largo porque los barones regionales del PP se confabularon a favor de
Mariano Rajoy en el famoso congreso de Valencia. Esperanza Aguirre no se resignaba a que el PP no recuperar el poder en el palacio de la Moncloa y, respaldada por
José María Aznar, quería que su líder saliera a ganar el partido a toda costa.
La Comunidad de Madrid respondió con la mayoría absoluta de los votos, por tercera vez consecutiva, a los planteamientos de una Esperanza Aguirre que ha continuado sin morderse la lengua y marcando la agenda política en asuntos claves en numerosas ocasiones. La mayoría absoluta de Mariano Rajoy resolvió cualquier duda de una Esperanza Aguirre de volver a plantear batalla política por el poder en el PP. Ahora está claro que Esperanza Aguirre ha dado los pasos necesarios para preparar la sucesión con las decisiones adoptadas en los últimos meses y con algunos mensajes en el pleno de la semana pasada. Pero que nadie se jacte de nada porque nadie sabía de la intención de una política que siempre ha llamado a las cosas por su nombre y que ha derrochado una clara intuición política para conectar con el sentir de los ciudadanos, una audacia para sus planteamientos sin pelos en la lengua y un sentido común que enmarcaba su política en los intereses generales de todos.
No hay que ocultar que ha ejercido el poder con decisión y contundencia, con decisiones tajantes cuando ha sido necesario como en el caso de los ceses de los presuntos implicados en el caso Gurtel y con la construcción de un entramado mediático incondicional en Telemadrid, que ahora pasa por enormes dificultades. Su adversario político en el PP,
Alberto Ruiz Gallardón, ha pedido respeto para su decisión y valorar sus logros durante sus mandatos, reconociendo discrepancias con ella.
El relevo está preparado. Se llama
Ignacio González y tendrá que pasar por su investidura según los plazos que marca el estatuto de autonomía. No se plantean nuevas elecciones. El precedente más inmediato lo tenemos en Andalucía con el relevo de
Griñán por
Chaves en la mitad de la pasada legislatura.
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