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El desastre del Barcelona FC es un síntoma del procés

sábado 11 de diciembre de 2021, 10:25h

Está bien, admito que no se debe mezclar el deporte con la política, que eso es algo improcedente. Si me arriesgo a cometer tal atrevimiento es porque creo que me asisten algunas razones. En primer lugar, porque, como todo el mundo sabe, la idea de que esa mezcla es impropia es en realidad una verdad a medias. En múltiples ocasiones, los países han boicoteado acontecimientos deportivos por razones fundamentalmente políticas.

Pero además es que, en este caso, la conexión entre futbol y política parte de un reconocimiento propio: no por casualidad, la consigna del equipo es “Barcelona, más que un club”. Claro, esta afirmación puede entenderse de muchas maneras, pero esa polisemia es precisamente lo que se busca. Se trata de hacer un guiño a los seguidores del equipo al interior de la población catalana. Porque fuera de Cataluña, el Barcelona es principalmente eso: un buen equipo de futbol con figuras destacables a nivel mundial.

Pero, al interior de Cataluña, cuando sostiene que es algo más que un club, el Barcelona CF se está proponiendo como estandarte cultural de un componente de la identidad catalana. ¿Constituye eso una proposición política? Es complejo aseverarlo, pero también es difícil evitar la conexión.

Una conexión que salta a la vista también cuando se analiza las causas de la gestión disparatada que se ha venido haciendo del club deportivo y que ha conducido al desastre actual que vive el Barcelona: fuera de la Champions y alejado de los primeros puestos de la liga española, con alto riesgo de quedarse fuera de la Champions en la siguiente temporada.

Cualquier órgano supervisor de empresas se asombraría de las decisiones grandilocuentes adoptadas año tras año, que no son achacables sólo al anterior presidente, Josep María Bartomeu, y que se siguen repitiendo con el actual, Joan Laporta. El desprendimiento de jugadores claves por supuestas causas económicas, ha sido perfectamente compatible con fichajes estratosféricos de jugadores de segundo nivel. Y todo ello cubierto con un discurso cuyo último argumento era de orden enfático: “es que el Barcelona es el Barcelona”. Pero lo más dramático del asunto es que esa justificación haya sido aceptada por la mayoría de sus seguidores en Cataluña y, sobre todo, por los medios de comunicación catalanes, para los cuales admitir que se necesitaba una cura de humildad para hacer políticas financieras y deportivas sensatas, pareciera un agravio comparativo frente al resto de España. ¿Cómo podía ser que un estandarte cultural del catalanismo mostrara sus debilidades en público, sin poder achacarlas directamente al poder central? Ciertamente, el “España nos roba” era muy difícil de sostener en este caso. Y, sintiéndolo mucho, este exceso de inmodestia, se conecta bien con el supremacismo que destila el procés.

Ahora bien, el análisis que tampoco me parece consistente consiste en tratar de establecer una identidad rígida entre el proceso del Barcelona CF y el procés político. Como si el desbarajuste del club deportivo fuera un simple reflejo de la crisis del secesionismo. Esa identificación estrecha no tiene en cuenta aquello que aprendimos de Nicos Poulantzas de la autonomía relativa respecto de los procesos institucionales y sociopolíticos. Bien pudiera ser que el éxito del procés pasara por sembrar el escenario de víctimas propiciatorias en el altar del separatismo, y que el Barcelona fuera una de ellas. Pero parece muy difícil que la depresión actual de muchos culés no debilite el supremacismo identitario en el corto plazo. Veremos.

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