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Xenofobia

lunes 20 de septiembre de 2010, 14:10h
Las migraciones humanas, aunque se han producido a lo largo de toda la historia de la humanidad,  han sido objeto de estudio, fundamentalmente, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, por demógrafos, economistas, sociólogos y psicólogos.

Hoy es una realidad  incuestionable que  miles y miles de  personas abandonan sus países  de origen, más o menos  subdesarrollados  o en vías de desarrollo,  hacia  los más  ricos  en busca de una vida mejor. Y  es más que comprensible  que, sobre todo los    jóvenes, los perciban como  objetivos  ideales de forma de vida. Y  que con  ellos  miles, millones de   compatriotas   más compartan  también  ese sueño  de llegar a las costas  de la vieja Europa  o traspasar  la frontera sur de  Estados Unidos y dejar atrás años -siglos incluso-  de  esfuerzos  y penurias. En  muchos casos, además, tienen  poco  que perder porque, como sucede en buena parte de África, su  esperanza media de vida no supera, en el mejor de los casos, los 60 años, y en muchos,  incluso, no llega a los 50.

Internet,  TV y   radio  son las vías   imparables a través de las cuales  estos millones de ciudadanos  conocen la existencia  de  “paraísos” en los    que, a pesar de atravesar   crisis   económicas como nunca  antes habían conocido, siguen disfrutando de un nivel de vida  envidiable.

A  ellos, a los emigrantes,  debemos  que la población española haya crecido  en los últimos años  casi un 15 por ciento  y  que  la actividad  económica , especialmente en aquellos sectores   que exigen un trabajo más duro o son  socialmente  peor  aceptados  -industria, trabajo doméstico, hostelería o comercio- se hayan  mantenido   activos  incluso en  estos momentos  críticos  de la  situación económica española.

Si a los españoles nos tocó emigrar  en las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo pasado,  en estos últimos 3 lustros,  hemos  sido un país receptor de emigración. Hoy, esos  alrededor de 5 millones de  inmigrantes  están  también especialmente  afectados por la situación económica que estamos atravesando  y serán ellos, además, quienes  más tarde salgan de ella, según un  reciente estudio elaborado por los sindicatos  UGT y CCOO.

Muchos de nuestros conciudadanos, no obstante, expresan  en voz alta   su sensación  de que, en buena parte, el paro  existente   a finales de este 2010  que, como todo el mundo sabe, camina hacia  los 5 millones de trabajadores, podría  ser mucho menor si, de un plumazo, desapareciesen   los inmigrantes. La apreciación,  además de radicalmente  incierta, es  aún más injusta. Ellos –y ellas, que muchas veces lo olvidamos- han colaborado  al despegue económico  español de los últimos años  y  han  pagado  impuestos (IVA, IRPF, etc.)  y han cotizado a la Seguridad Social y, por tanto, hoy es justo que también  puedan  beneficiarse  de las prestaciones  a  las  que tienen  derecho  y, además, han contribuido a  generar.

Esa óptica, por si no habían caído en ello, es  esencialmente  xenófoba. Y  en tiempos de crisis  suele agudizarse  aún más.

Mirarse al espejo

¿Xenófobos los españoles?  Creíamos que no, pero  ¿somos como nos vemos, o como nos ven? En  2005   publiqué  un libro (Mujeres del mundo: inmigración femenina en España  hoy, Imagine Ediciones) en el que 75 mujeres inmigrantes procedentes de otros tantos países, de los 5  continentes, contaban su historia  personal  como inmigrantes  y, además,  nos hacían una  interesante radiografía psicológica  y social que, en buena medida, nos ayudará a  respondernos  a la pregunta.

Hubo respuestas positivas. Los españoles somos –según decían- sociables,  solidarios, simpáticos, extrovertidos, espontáneos, educados, nos  sabemos comportar en público y, por lo general, somos  gente tranquila. Creían también que  sabemos divertirnos sin  descuidar por ello   la familia o  los amigos. Valientes, hospitalarios  y acogedores…

Pero, en contraposición a todo lo anterior, las entrevistadas apuntaban también  estas otras  características  de los españoles: Muchas veces somos  superficiales y distantes,  a veces falsos e hipócritas  y  algo cobardes. Pesimistas y fanfarrones, poco informados, impuntuales, demasiado fumadores, algo cerrados, interesados y tacaños y, en algunos casos,  también  racistas y xenófobos.

Estas son sólo unas cuantas pistas para reflexionar sobre nosotros mismos.  Y no  hay que echarlas  en saco roto   porque, como  Víctor Hugo puso en boca de uno de sus personajes en “Los miserables”: “Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen”.
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