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Cuanto mejor nos irá...

Cuanto mejor nos irá...

martes 22 de febrero de 2011, 18:03h
Ni te lo creas jefe Jaúregui.  No es que me de palo ir de zorro plateado, con esta tupida cabellera blanca meritoriamente lograda tras treintaybastantes años de profesión y que no te llame nadie, ni periódico, ni radio, ni tele ni digital –incluido éste, oye- para que cuentes eso de “yo estaba allí”. No es eso. Porque además no sería de gran aportación histórica ni detalle de curiosidad alguna relatar lo que más recuerdo del día que estuvimos a punto de volver a hundirnos en el pozo.

Tras 24 horas de infarto, las que tuvimos todos, para qué contar, llegue a casa y me vi obligado a echar con cajas destempladas al  vecino de enfrente. Se nos había colado para hacer unas risas: regodearse de que los diputados se habían tirado al suelo al ruido de los disparos o para dedicar unos chistes ante la expresión de susto que llevaban pintada en la cara sus señorías al abandonar el Congreso tras dieciséis largas horas de secuestro. Además de facha consumado, el hombre pertenecía a ese grupo escogido de gente de orden que siempre caen de pié pase lo que pase. No  como tú o como o yo, o  cada hijo de vecino, que parecemos abonados al lado donde está la mantequilla de la tostada, siempre obligados a espachurrarnos contra el suelo cada vez que toca caerse. Y vaya que tocaba caerse aquella noche de marras. En esto sí que no ha cambiado nada en treinta años. En España sigue habiendo unos cuantos que piensan, como diría Antonio Mingote, que “al final iremos al cielo los de siempre”. Pero como te digo no iba yo a contar el donde-estabas-tu-el-23-F. Me parece mucho más importante dónde estamos ahora, el estamos aquí. He escuchado esta mañana una documentada intervención de Carme Chacón comparando aquel ejército de 1981 con este de ahora. A los veteranos del auditorio la parte en la que relataba el número, la cualificación y el prestigio internacional de los militares de hoy casi nos suena a ciencia ficción. Pero no he podido dejar de observar que en la parte joven entre los asistentes había caras de incredulidad cuando la ministra hablaba de las características de los milicos de los tiempos de la asonada. Seguramente la misma expresión de asombro con la que, por ejemplo, han podido contemplar esta misma tarde la intervención televisada de Muamar el Gadafi, justificando la represión sobre su pueblo. Pero ambos anacronismos históricos, aquellos cutres espadones de opereta de nuestros sufrimientos y este ridículo pero sanguinario dictador que aún padecen los libios fueron y son reales.

Seguramente lo único bueno de este juego que nos lleva a rememorar el 23-F casi cada año es explicar, una y otra vez, que 20, 25, 30 o los años que sea después de aquel día de las negras tinieblas vivimos en el mejor de los países posibles que entonces pudiéramos imaginar. Lo ha hecho posible mucha, muchísima gente, de la que mucho deberíamos haber aprendido. El Rey y José Bono se van a hacer la foto con algunos de ellos. Y junto a la nostalgia por aquellos tiempos que vivimos peligrosamente se nos va a colar una duda: ¿cuánto mejor nos hubiera ido a todos si hubiéramos trabajado con la eficacia, la solidaridad y el desprendimiento de aquellos ciudadanos que nos supieron sacar de aquella nefasta noche de los tiempos?


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