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Carta abierta a los presidenciables no oficialistas

Carta abierta a los presidenciables no oficialistas

Como están las cosas, ninguno llega. Y todos ustedes lo saben. No sólo eso: están llevando a la Argentina a una concentración de poder tan inédita que las tentaciones de bordear la ley para quienes lo detenten serán irresistibles, no porque Cristina sea perversa, sino sencillamente porque así funciona el poder. La democracia, esa construcción que recomenzamos en 1983 y nos ha costado tanto, correrá el peligro tantas veces alertado de su plano inclinado hacia un territorio incógnito, pero curiosamente conocido –porque tenemos historia, y sabemos lo que nos ha costado luego salir de esa zona cuando allí caemos-. El escenario de un triunfo que se presente como “abrumador”, el dominio de ambas Cámaras, la recuperación por el oficialismo del manejo excluyente del Consejo de la Magistratura, la manipulación de la opinión pública tras el avance sobre la cuotificación amañada del papel de diarios, la mopolización del discurso público con el manejo absoluto de los medios audiovisuales, es un escenario en el que las cuotas de inseguridad institucional y personal se ampliarán. Todo será más endeble: los derechos de los ciudadanos, la libertad de las empresas, gremios y entidades intermedias, la autonomía –e incluso la propia vigencia- de las administraciones locales autónomas, todo quedará en la sola voluntad, correcta o equivocada pero altamente discrecional, de una persona. Los candidatos opositores tienen hoy una sola posibilidad de convertirse en alternativa, y nivelar la cancha. Esa posibilidad requiere audacia, decisión, generosidad pero, fundamentalmente, patriotismo y vocación democrática. Sus proyectos no son incompatibles, y una reunión de dirigentes puede, sin esfuerzo, acordar las bases del gobierno alternativo. Un acuerdo de gobierno plural, sostenido por su base parlamentaria también plural, en el que todos tengan participación en su cuota de representación y poder, tampoco es imposible. El ejemplo de la Concertación chilena, que así funcionó exitosamente durante dos décadas, o la propia experiencia brasileña con su cultura de coaliciones son magníficos ejemplos. A la elección debe llegar un candidato de ese acuerdo, para lo cual los demás deben declinar su candidatura. El elegido deberá mostrar la grandeza de defender no sólo sus diputados, sino a todas las listas, absteniéndose sin embargo de privilegiar a los propios por sobre los demás. Y deberá asumir la estatura de estadista, con apertura, tolerancia e inclusión del diferente. ¿Quién debe ser ese elegido? Les corresponde a ustedes decidirlo. Tienen experiencia suficiente para intuir con madurez quién está en mejores condiciones. Los demás debieran declinar, con el compromiso del candidato único de respetar a los aspirantes locales, a las listas parlamentarias y a las cuotas de poder que se pacten para un gobierno de coalición. Y si no alcanza, al menos se habrá nivelado la fuerza institucional para evitar locuras, y se habrá demostrado a la sociedad que existen reservas de madurez democrática en los liderazgos opositores que privilegian el bien del país antes que su legítima ambición personal. Porque –y eso también lo saben- en el camino que van, todos habrán visto el fin de sus carreras políticas el mismo día de la elección. No habrán pasado a la historia –como podrían hacerlo-, sino que habrán licuado sus historias militantes en un final inmerecido para la trayectoria de lucha de cada uno de ustedes. Ricardo Lafferriere