Si bien, en 2007 y 2008, sus exposiciones al riesgo nunca se han visto acompañadas de pugnas frente a hierros etiquetados de duros, como
Victorino Martín, Miura, o encastes de especial dificultad, que podían hacer presagiar enconadas peleas por la supervivencia, las tardes de
Tomás, en cualquier plaza, aun con toros más o menos seleccionados para evitar desenlaces truculentos, han ido acompañadas, casi siempre, por momentos, muchos momentos, de una especial crueldad.
Resulta innegable a ojos de aficionados y crítica especializada, pues, que la irrupción de Tomás en la fiesta, de nuevo, ha significado un refuerzo de la implantación de los toros en la oferta social y de espectáculos en España. Con las suavizaciones que se quieran por parte de sus detractores respecto de la importancia de su aparición es escena, lo cierto es que el torero de Galapagar ha colocado a los toros en primera línea de atención en la sociedad española.
Sus causas, en muchos casos abonadas a la asunción de un riesgo desmedido que provoca un magnetismo en el tendido para presenciar lo aparentemente inevitable, merecen una reflexión más que serena.
Un hombre que desafía a la televisión, reconocida como base arquitectónica fundamental del edificio del ocio nacional, y sale ganando de su reto personal. Y que al mismo tiempo revoluciona las directrices económicas del negocio taurino porque pide más que nadie y consigue más que nadie.
Consolidación del espectáculo
Así pues, ante su tercera temporada tras la radicalización de su impronta profesional, se asiste a la aventura de la consolidación de un espectáculo amenazado por las presiones de defensa de los animales, del entendimiento de la tragedia sin llevarla a extremos de lucha abierta entre animales y hombre.
Es decir, que el tercer año de José Tomás se cierne como absolutamente definitivo para la implantación de la fiesta de los toros en pleno siglo XXI. Amén de su posible exportación en modos y maneras al resto del escalafón, que se verá en la necesidad, a pesar del pluralismo de entendimientos de estilos y estéticas, de emular al referente en la admiración y contemplación, José Tomás.
Las plazas elegidas por el torero constituido en verdadero pasmo de esta centuria serán espacios no menos elegidos para la afirmación y la seguridad de los toros como espectáculo inatacable y uncido para mucho tiempo a la interioridad de un país.