www.diariocritico.com
Obama pasa por Melos

Obama pasa por Melos

miércoles 05 de noviembre de 2008, 19:47h
El mundo está expectante. La victoria electoral de Barack Hussein Obama ha supuesto el final de la era de George W. Bush en la Casa Blanca. Los ocho años de su mandato han sido, en líneas generales, una catástrofe tanto para los estadounidenses como para el resto del mundo. Desde el inicio se cernió sobre el Presidente saliente una sombra de duda ante lo ajustado de su victoria, que sólo fue corroborada una vez un Tribunal Supremo de mayoría conservadora bloqueó un nuevo recuento en el Estado clave de Florida.

    Poco después, con un Bush que llevaba sólo unos meses en el Despacho Oval, ocurrió el hecho que ha marcado sus dos mandatos, a saber, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Fue este ataque el que abrió la puerta a los halcones neoconservadores, que desde aquel momento dirigieron la política exterior de Washington bajo un signo imperialista y apocalíptico basado en una trinidad que mezclaba las ideas de los primeros puritanos acerca del Destino Manifiesto norteamericano, una vocación misionera de imposición de la democracia a toda costa y el cálculo geopolítico. Y fue así como, inspirados por el Espíritu histórico hegeliano, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Perle y el propio George W. Bush decidieron invadir Irak. El propósito era, por supuesto, doble. Por un lado se perseguía obtener el control estratégico de la región al tiempo que se ganaba acceso a la segunda reserva petrolífera del planeta. Por otro lado, no obstante, existía un firme convencimiento de que tomar Bagdad era poco menos que una misión divina. Así, en una conversación sobre la cuestión iraquí, Bush le espetó a un sorprendido Mahmud Abbas: “Dios me dijo que golpeara a Al Quaeda (…) y después me instruyó para que golpeara a Saddam”. Y a fe que lo hizo.

    Sin embargo, la campaña de Irak no sirvió únicamente para relevar a Saddam, un execrable dictador que disfrutaba con las torturas de sus opositores políticos. También ha sido la causante de la mayor crisis de identidad de los Estados Unidos desde la Guerra de Vietnam y ha dañado la imagen de Washington en todo el mundo, tanto entre sus opositores políticos o ideológicos como entre sus aliados. Esto puede tener consecuencias de calado para la hegemonía estadounidense y, por extensión, para el mandato que comienza ahora Barack Obama.

    Tal y como recuerda Christian Reus-Smit, que recoge la idea de Aristóteles, la hegemonía política no puede basarse únicamente en la fuerza militar. Para su mantenimiento resulta indispensable que la postura moral de aquel que la disfruta esté en consonancia con los valores de justicia preponderantes en cada época, esto es, que la potencia dominante goce de una cierta legitimidad que le permita contar con adhesiones voluntarias en virtud de una cierta autoridad moral. Durante los años noventa, aupado por la caída soviética y el entusiasmo global respecto de la democracia liberal y la economía de mercado, Estados Unidos contó con esa legitimidad. La Guerra de Irak, entre otras cosas, quebró ese consenso democrático. Guantánamo y Abu Ghraib, por su parte, no hicieron sino empeorar la situación, deslegitimando el sistema político estadounidense a ojos de Estados como China o Rusia, que ante la doble moral de Washington expresaban sus dudas acerca de las bondades de la democracia.

Pero, ¿por qué la idea de que Obama pasa por Melos? Bien, pues porque el caso de Estados Unidos no es el primero en el que una potencia hegemónica quiebra el consenso moral de su época. Tucídides nos habla en su ‘Historia de la Guerra del Peloponeso’ del modo en el que en el siglo V a.C. Atenas, que había forjado un imperio al que se habían adscrito consensualmente multitud de territorios helénicos tras la victoria ateniense ante a los persas, se enfrentó a su antiguo aliado de Esparta. Y es en el contexto de esta lucha donde ocurre el célebre Diálogo de Melos, una pequeña isla que quería permanecer neutral en el conflicto entre atenienses y espartanos, pero a la que los primeros destruyeron, con masacre y reducción a la esclavitud incluidas, buscando inspirar terror en otros territorios que rechazaran unirse a ellos en la lucha contra Esparta. Como si fuera un eco lejano de las palabras de Bush tras el 11-S, o estaban con ellos, o contra ellos. Fue entonces cuando los generales atenienses pronunciaron el célebre e infausto adagio de que los poderosos hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que deben.

    Como le ha ocurrido a Estados Unidos con Irak, Guantánamo o Abu Ghraib, Melos le pasó factura simbólica y material a Atenas. La pérdida de autoridad moral y la búsqueda del poder puro le restaron aliados e hicieron que esta última, sola contra el mundo, se embarcara en la desastrosa campaña de Sicilia, en la que la totalidad de la flota ateniense fue aniquilada. Washington, tras estas elecciones, se halla en una encrucijada. Obama tiene la ardua tarea de resurgir de su Melos particular y reconstruir la autoridad moral estadounidense. Para ello su primera tarea debe ser sacar a su país del cenagal unilateral en el que Bush lo metió y tender la mano a unos aliados esperanzados pero aún recelosos. El nuevo Presidente ha generado una auténtica expectativa de cambio positivo a ambos lados del Atlántico. Veremos si está verdaderamente a la altura.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios