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La cloaca política en la que vivimos

La cloaca política en la que vivimos

miércoles 05 de agosto de 2009, 11:39h
Les ruego, de antemano, que perdonen que comience escribiendo en primera persona: hoy me resulta inevitable. Porque debo decir que pocas veces, en mis casi cuarenta años de ejercicio de la profesión de mirón, me he sentido más abochornado y, a la vez, más indignado por el comportamiento de la clase política española. Todos los vicios acumulados durante años de disimulos, pequeñas –y no tanto-- fechorías, de mirar para otro lado, de complacencias con lo intolerable, de retorcer la ley al gusto del poderoso, han quedado plasmados perfectamente en lo ocurrido en las últimas ocho semanas. Y, si me apuran, casi estoy al borde de decir que bastarían los últimos tres días para evidenciar que ni el Ejecutivo, ni el Legislativo, ni el Judicial, ni ese llamado ‘cuarto poder’ (?), han estado a la altura de lo debido en cuanto ha estallado, sobreponiéndose a un panorama de fondo muy preocupante con temas de calado más trascendente, ese pringoso asunto llamado ‘caso Gürtel’.

El auto judicial que decidió, aunque sea provisionalmente porque ha sido recurrido, archivar el ‘caso Camps’ ha sido el colofón del despropósito político, y no creo ser demasiado duro calificándolo así. Ha estado precedido por presiones de todo tipo entre los enemigos de Francisco Camps, que han llegado a sugerir que la decisión de los jueces valencianos bordea la prevaricación, y los partidarios, que parece ser que no han dudado en ensayar presiones directas sobre los magistrados.

Sigo: ha habido filtraciones de sumarios secretos (en teoría, claro) y de ‘pinchazos’ telefónicos que ni siquiera estaban en el sumario  --esperemos que, al menos, estuviesen autorizados judicialmente--, perjudicando a terceras personas que se han visto involucradas en este asunto por haber recibido, por ejemplo, un regalo navideño de ‘Álvaro el bigotes’ valorado en cien euros; se han aireado sospechas de excesiva connivencia entre algún juez ‘conservador’ y el presidente de la Generalitat valenciana, sin que nadie se haya molestado siquiera en aclarar si es o no cierto; se ha despreciado a fondo el papel de los medios de comunicación, fomentando las ‘ruedas de prensa sin periodistas’ y, en alguna ocasión, hay que reconocerlo, ciertos medios se han hecho un flaco favor a sí mismos tomando partido más allá de lo que sería su función periodística…

Pero hay más, mucho más: parece claro que varios implicados, imputados o testigos, mintieron en el ‘caso Camps’, y más aún, si cabe, en el ‘caso Bárcenas’ (donde, encima, hay evidencia de chantaje al propio partido, amenazando con revelar ‘lo que se sabe y no se quiere que se sepa’). Hay obviedades que ya ni siquiera sorprenden demasiado, como la abusiva utilización del Fiscal general por parte del Gobierno: resulta cuando menos curioso que, desde Costa Rica, la vicepresidenta Fernández de la Vega sorprenda a la propia Fiscalía –que nada había anunciado al respecto—informando de que ésta recurriría el auto del Tribunal Superior de Justicia valenciano archivando el ‘caso Camps’.

Y hay un ruido ensordecedor de cañoneo barato, de sal gorda, en los improperios, vídeos y reacciones de los dos principales partidos (y de algunos de los secundarios, aunque poco les fuese en esto) tras conocerse la por otro lado muy previsible decisión del Tribunal valenciano. Simplemente, es falso casi todo lo que el PP imputa exageradamente al PSOE y lo que el PSOE imputa al PP: más que un período de calma estival, esto ha parecido un mítin de cierre de una decisiva campaña electoral. Más que una búsqueda del propio prestigio y del prestigio de la actuación política, los dos principales partidos parecen querer socavar las bases del sistema con sus acusaciones de juego extremadamente desleal lanzadas contra el otro.

Si quiere usted añadir más leña a este fuego tan poco purificador, ponga en la pira una ley absurda –el cohecho impropio--, mal redactada, imprecisa, que permite inculpar a casi todos los funcionarios públicos que reciban, sea por la cuantía que sea, cualquier obsequio navideño. Ponga también que no ha habido ni un parlamentario –están todos gozando de sus largas vacaciones—que haya lanzado su grito al cielo y haya pedido la reforma de ese artículo 426 del Código Penal que tan amplias facultades deja a los jueces para hundir o salvar a un político.

Los portavoces políticos (y mediáticos) han retorcido ese ambiguo artículo a placer, desorbitándolo y presentándolo a la atónita opinión pública bajo un prisma falso, de manera que un presunto delito insignificante se convirtiese en un caso de corrupción mayor, como si no se diesen cada día en la España política y en la sociedad civil escándalos mucho mayores que el regalo de unos trajes, de unos bolsos…o hasta de unas anchoas, que tonterías de todo calibre se han dicho en estos calurosos días del julio que afortunadamente se nos ha ido. Luchar contra la corrupción, si de veras se quiere hacerlo, significa poner cada cosa en su sitio, dándole la importancia que merece, sin minimizar de manera artificial unas y sin magnificar otras. Y aquí se han hecho ambas cosas, según quién viese la botella medio llena o medio vacía de corruptelas.

Cierto que el río de la estupidez legal, política, mediática se hubiese desbordado menos si los imputados, implicados, afectados, o los amigos y enemigos de todos ellos, hubiesen actuado con menos altanería, con mayor sinceridad y, en alguna ocasión, con menos dobleces y renunciando a las ‘maniobras orquestales en la oscuridad’, como las del ex tesorero Bárcenas, que este otoño tendrá que hacer frente a no pocas angustias en el banquillo. Pero salir a dar limpiamente la cara –aunque te la partan--, confiar lealmente en las decisiones judiciales, informar e investigar periodísticamente sin querer ser, a la vez, fiscal o abogado, y renunciar a los privilegios que da tener el poder para machacar al adversario, parecen ser comportamientos que no casan con las pautas de actuación que se estilan por estos pagos. Luego habrá quien se extrañe de que los políticos españoles estén poco valorados en el escalafón de los aprecios de los encuestados: aquí, una vez más, han demostrado, muchos de ellos, del partido que fueren, la levedad de su ser, su escasa grandeza.

Y lo peor es que, en medio del barullo con el que se distrae y nos distrae el circo político, los temas de fondo permanecen; cuando ya las obras del ‘plan E’ que agobiaron nuestras ciudades comienzan a cerrarse y el fantasma de las cifras desoladoras del paro asoma bajo la puerta del otoño. Cuando el debate sobre las fusiones de cajas de ahorros, que es tan importante, discurre por semisilencios y jugadas no tan claras. Cuando parece estarse desbordando el descontento de las Fuerzas de Seguridad ante el peligro de una ofensiva, más loca aún, de esa ETA que da los coletazos de lo que podría interpretarse como una pre-agonía.  Cuando todas las grandes cuestiones, desde los estatutos de autonomía hasta la financiación autonómica, quedan pendientes para setiembre o van dejando surcos de insatisfacción en la ciudadanía. En un país que reclama acuerdos de gran calado entre las principales fuerzas políticas, resulta que socialistas y populares se dedican a sacudirse de lo lindo por un quítame allá unos trajes…o unas anchoas. ¿Servirá la pausa agosteña para que reflexionen, para que se planteen, al menos se planteen, cambiar el esquema de la cloaca en la que parecemos estar chapoteando?…
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