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Vea la 'hipocresía' occidental de la 'real politic' que condujo a la crisis

De Arístegui analiza en Diariocrítico las causas y orígenes de las revueltas árabes

De Arístegui analiza en Diariocrítico las causas y orígenes de las revueltas árabes

DC publica en primicia un extracto de su próximo libro: Encrucijadas árabes

lunes 09 de mayo de 2011, 17:51h
¿Hasta qué punto son las potencias occidentales, con su consagramiento a la más “hipócrita de las doctrinas de real politic” respecto al mundo islámico, las responsables en última instancia del tsunami que hoy vive el norte de África y Oriente Medio? El último libro de Gustavo de Arístegui, “Encrucijadas árabes”, que verá la luz el próximo mes de junio, realiza un profundo estudio de los movimientos registrados en Siria, Túnez, Egipto o Libia, y analiza la responsabilidad de occidente en el mantenimiento de las dictaduras árabes y, claro está, en el desbordamiento que convulsiona hoy el mundo musulmán. Diariocrítico publica en primicia la Introducción de un libro que se adivina polémico.
Las independencias de estados del mundo árabe empiezan a producirse inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, si bien algunos habían logrado la emancipación política aprovechando la debilidad de Francia durante el conflicto. Los estados surgidos de este proceso están marcados inexorablemente por el signo de la Guerra Fría y son actores, víctimas, catalizadores o vecinos de algunos de los conflictos que surgen en esos momentos, buena parte de los cuales sigue enquistado en estas fechas. El ejemplo más claro de esto último lo constituye el conflicto árabe –israelí y la imposibilidad de lograr una solución justa, global y duradera en el marco de la teoría de la solución de dos estados. No todos los regímenes surgidos de la independencia aguantaron el envite que suponía la guerra no declarada, librada en mil frentes, que supuso la Guerra Fría. A la efervescencia geopolítica que convirtió a buena parte de esa región en campo de batalla propicio entre los dos bloques, se unió también el surgimiento de ciertas ideologías, como el nacionalismo árabe y el movimiento panarabista, que como consecuencia de la tensión Este – Oeste se convirtió en uno de los elementos más importantes y significativos del bloque soviético en su antagonismo con el occidental. El derrocamiento del rey Faruk en Egipto por el héroe de las masas árabes, Gamal Abdel Nasser, que convirtió la ideología panarabista concebida por pensadores cristianos árabes, en una ideología de masas que enardeció a muchísimos árabes que tenían aún fresca la traición occidental, franco-británica, del Pacto de Sykes Picot de 1916. Las promesas hechas por el imperio británico a las dos principales familias de la península arábiga sobre su liderazgo de la nación árabe, así como su evidente olvido de la preeminencia egipcia en ese mundo, plantaron la semilla de la irritación, el descontento y la potenciación de un antioccidentalismo alimentado por las heridas muy frescas del colonialismo. La 'estabilidad post-colonial' Los regímenes que han sufrido revoluciones, revueltas, protestas o manifestaciones – no todos han tenido problemas de la misma intensidad – eran en mayor o menor medida herederos de la estabilidad post-colonial, es decir aquellos regímenes que heredan algunos de los primeros gobernantes como en Egipto, Siria, Libia o Irak, y que permanecen de forma bastante estable en el poder hasta este momento o, por lo menos, en este contexto histórico. En Siria el golpe de estado de Hafez El Assad sucede a un gobierno teóricamente de la misma ideología que el suyo, baazista, que acaba convirtiéndose en una república hereditaria. En Irak a la Revolución del 58 del coronel Kassem contra los hachemíes sucede el golpe de Saddam Hussein y su acceso definitivo en el año 79, hasta su derrocamiento en el 2002. En Egipto la revolución del 55 contra el rey Faruk alumbra con sucesiones dentro del mismo régimen, aunque de signo ideológico cambiante, el sistema que lleva al poder a Hossni Mubarak, desde el asesinato de Saddat en el 81 hasta su derrocamiento en febrero de 2011. La familia real Sanusi de Libia, derrocada por la revolución del primero de septiembre del 1969, encabezada por el Consejo del Mando de la Revolución que elige a su cabeza, al capitán de transmisiones de 26 años Muammar Al Gadafi por ser miembro de una tribu menor, casi equidistante de Tripoli y de Bengasi, los Gaddafa. Cosa distinta es que supiera desmontar las propias estructuras de poder de la revolución para convertir una revolución clásica tendente a un partido único nacionalista árabe de izquierdas, en una dictadura personal de ideología tan disparatada como incierta. En Túnez el nacimiento del estado independiente tiene unas características bien distintas a las de otros casos, pues la inmensa personalidad ideológica y política de Habib Burguiba, un jurista ilustrado, a medio camino entre el paternalismo autoritario pero benevolente, y la institucionalización democrática copiada de Europa, pero sometida al dictado de un líder al que, a pesar de su larga permanencia en el poder, no se le vio nunca como un dictador entre la mayoría de su opinión pública. A éste sucede, con un golpe de palacio, un mediocre, oscuro y eficaz militar, que pasó de agregado militar en Madrid o Rabat a ser jefe de los servicios de seguridad e inteligencia, ministro del interior, primer ministro y finalmente, presidente por golpe palaciego el 7 de noviembre de 1987, es ahí donde emula a otros autócratas árabes intentando perpetuarse en el poder y dar continuidad en el mismo a su familia más inmediata, en este caso a su segunda mujer Laila Trabelsi. Argelia es caso aparte pues para la Francia de la posguerra el territorio argelino fue agrandado a costa de otros estados que accedieron a la independencia para conformar un vasto territorio que Francia consideraba parte de su territorio nacional y no una colonia. Tras una sangrienta guerra que los argelinos llamaron “la del millón de mártires” (Shahid) se obtuvo la independencia estableciéndose un régimen de partido único, nacionalista de izquierdas, supuestamente no alineado, uno de los líderes fundadores de ese movimiento de los No Alineados y, sin embargo, claramente alineado en la órbita pro soviética. Jordania y otras monarquías de la región, especialmente en el Golfo, representan casos distintos, cada uno con sus particularidades y especificidades. Jordania accede a la independencia el 25 de mayo de 1946, mostrando una envidiable estabilidad dentro de la más incierta de las inestabilidades regionales, guiado por la habilidad del rey Hussein II, muerto en el año 91. Las monarquías del Golfo, región absolutamente distinta al resto de las del mundo árabe, con una idiosincrasia distinta, dictada por el tribalismo, la tradición, el desierto y su clima, el conservadurismo, las alianzas familiares entre monarquías y sus complejos e intrincados pactos con la potencia colonial hegemónica en la región, el Imperio Británico. El ejemplo más claro de estos pactos que son definitorios de la política de todas estas últimas décadas es la alianza entre la familia reinante en Kuwait, los Al Sabbah, y la reinante en Arabia Saudí, los Al Saud, que data de finales del S XVIII y consolidada a lo largo del S XIX. Yemen constituye un caso peculiar en el Golfo, región a la que pertenece por ser país de la península Arábiga, pero no tener costas en el Golfo que da nombre a la región. Al mismo tiempo, su carácter tribal, ciertamente junto con Libia el más intenso del mundo árabe, lo hizo víctima propiciatoria de divisiones, querellas y conflictos, su división en dos estados, Yemen del Norte y Yemen del Sur, es el paradigma de la influencia de la Guerra Fría en la política y geopolítica del mundo árabe. Tras su unificación y restablecimiento de un poder supuestamente fuerte en Sanaa, se han visto las debilidades de la estructura estatal yemení, primero por ponerse de manifiesto su falta de cohesión estatal, la falta de autoridad presidencial a pesar de su carácter dictatorial y represor – podríamos estar hablando de una dictadura cruel, pero débil – y de su incapacidad de controlar amplias partes de su territorio, lo que propició la instalación en esas regiones del país del terrorismo yihadista y muy especialmente de algunas células de Al Qaeda y otras inspiradas por esa red terrorista. Marruecos accede a la independencia el 2 de marzo 1956, cuando la estructura de autoridad real representada por el rey Mohammed V consigue que la administración colonial francesa y española reconozcan, bastante más tarde que en otras partes del mundo árabe, al nuevo estado independiente en lo que los propios marroquíes consideraban puramente fronteras provisionales. El régimen monárquico dista mucho de ser una monarquía constitucional y es una versión magrebí de otros regímenes árabes, la evolución política es lenta, pero se acelera con la muerte del rey Hassan II en 1992, solo para estancarse al muy poco tiempo por el adocenamiento de la clase política marroquí. Afganistán y desfondamiento de la Unión Soviética Hay varios hitos en la evolución de estos regímenes. Teniendo siempre en cuenta que cada región del mundo árabe y cada uno de los estados es un mundo aparte, en consecuencia los análisis generales de brocha gorda que hemos visto en tantos estudiosos son, necesariamente, generalizaciones imprecisas que nos llevan, consecuentemente, a conclusiones erróneas. La invasión de Afganistán y el desfondamiento de la Unión Soviética en el año 89 son dos fechas fundamentales para entender la historia reciente del mundo arabo musulmán y del mundo islámico no árabe. En plena Guerra Fría la reacción del mundo islámico en su conjunto en contra de la Unión Soviética por su invasión de un estado de la Umma (comunidad islámica de creyentes) fue ayudada por occidente por considerarlo un conflicto más de los muchos indirectos que enfrentaban a los dos bloques. En realidad estábamos ante el primer episodio de una nueva era que era el protagonismo geopolítico y geoestratégico del islamismo radical, que habría de convertirse desde entonces hasta hoy en un actor fundamental y en una fuente permanente de violencia e inestabilidad. La retirada soviética del 89, primer síntoma del desfondamiento soviético del 91, supuso una victoria tangible, tanto política como militar y estratégica, del radicalismo yihadista que se disponía a exportar el modelo al resto del mundo islámico, proceso catalizado por el regreso a sus países de los muyahedines o combatientes en Afganistán. El ejemplo más claro de esto supuso el estallido de la guerra contra el yihadismo que estalla en Argelia en el año 1991, como consecuencia de la victoria del Frente Islámico de Salvación en la primera vuelta de las elecciones de aquel país. El siguiente hito lo suponen los sucesivos cambios en algunos de los países más importantes del mundo arabo-musulmán, como consecuencia del fallecimiento de sus dirigentes y el relevo por sus hijos. Hussein II de Jordania y Hassan II de Marruecos en 1999, sustituidos por Abdala II y Mohammed VI respectivamente; y Hafed Al Assad en 2000 sustituido por su hijo Bachar al Assad. Las potencias occidentales ante el abismo de incertidumbre provocado sucesivamente por el crecimiento, que entonces parecía imparable, del islamismo radical y del yihadismo, que tiene su punto culminante de terror y de shock el 11 de septiembre de 2001, deciden consagrarse a la más hipócrita de las doctrinas de real politic de intercambiar estabilidad y eficacia en la lucha contra el terror, e incluso el control de la inmigración irregular, por reconocimiento a los regímenes autoritarios y totalitarios del mundo árabe, dándoles reconocimiento, legitimidad, apoyo político, económico y publicitario, sin tener en cuenta las legítimas aspiraciones de 350 millones de árabes que, por serlo, no debían ni podían estar condenados a ser seres humanos de segunda clase, sin derechos ni libertades, o con estos muy limitados, muy en la línea del pensamiento racistas de considerar arabidad e Islam incompatibles con la democracia. Mucha gente se pregunta por qué se producen las revueltas en este momento preciso, por qué ahora y no hace cinco años, por qué ahora y no dentro de cinco años. Buena parte del sistema surgido de la Guerra Fría, había hecho crisis ya. Las estructuras más resistentes fueron reformadas, con la escandalosa excepción de Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad. La situación estaba madura por una multitud de razones que convergieron en estos momentos. Regímenes autoritarios, totalitarios y opresivos que llevaban décadas en el poder sin dar la más mínima muestra de flexibilidad o voluntad de evolución. La explosión demográfica de buena parte de los países árabes que, en algunos casos, multiplicaron sus poblaciones hasta por siete en apenas cuarenta años. Un porcentaje elevadísimo de personas por debajo de treinta años que no conocían otro régimen ni otra experiencia política que la de sus regímenes opresivos y que, sin embargo, a través de los medios de comunicación modernos sabían perfectamente de la existencia de un mundo distinto y claramente mejor que el suyo. La televisión por satélite, uno de los catalizadores esenciales del proceso, que actuó en varios frentes, primero difundiendo las voces críticas que surgían con una fuerza cada vez mayor en el mundo árabe, que clamaban por libertad y democracia. Por otra parte, dando a conocer a otras partes del mundo árabe la magnitud y extensión de la represión de las dictaduras que actuaban en contra de los demandantes de democracia y libertad, fungieron de voz crítica e implacable contra los regímenes y su represión y, por último, fueron la primera ventana por medio de la cual el resto del mundo pudo conocer de la violenta reacción de algunos dictadores y del grito aplastantemente mayoritario de libertad de estos pueblos. Al mismo tiempo coincidió con el fuerte arraigo que en las clases medias y media alta había logrado la informática, los teléfonos móviles de última generación y las redes sociales que sirvieron de plaza pública virtual y mensajero permanente e inagotable de denuncia y convocatoria. Camino de revueltas incierto y tortuoso El camino de las revueltas iniciadas es incierto y tortuoso. La ingenuidad y exceso de optimismo de algunos analistas y medios resultaría enternecedora si no fuera tan irresponsable. Es evidente que todos deseamos que el proceso culmine felizmente, con el establecimiento de sólidas democracias participativas, o que por lo menos desencadene procesos de transición democrática dignos de tal nombre. Sin embargo, solo los estados más y mejor estructurados con instituciones que puedan ser reformadas para servir de pilares esenciales de una democracia, verán la feliz culminación de sus complejos procesos. No todos los países las tienen, parlamento, poder judicial, gobierno y administración existen, por lo menos sobre el papel, pero su grado de desarrollo eficacia y profesionalidad es muy distinto. Algunos países que han sido implacables dictaduras, intentaban sin embargo construir por lo menos la apariencia de un estado de derecho, pero como ya hemos dicho hay casos en los que, como en Libia, no existe ni estado, ni instituciones mínimamente reformables, ni constitución, ni un marco jurídico mínimamente coherente que pueda servir de base a la paulatina construcción de un estado democrático estable. Este libro no es el primero ni el último de los que en estos próximos meses trate el asunto de las revueltas en el mundo árabe. Es un análisis del primer momento que deberá ser confirmado con la culminación de alguno de los procesos iniciados. No es intención del autor hacer de adivino, analizando un futuro que no ha llegado, sino el pasado que nos trae aquí y el presente que nos lleva al futuro, limitándonos, necesariamente, a dibujar una serie de escenarios lo más alejados posible de la especulación que es, indefectiblemente, intelectualmente estéril. A diferencia de otros de mis libros, concebidos para poder ser leídos por capítulos sueltos, a gusto y necesidad del lector, éste, más corto, sí tiene una secuencia temporal que se recomienda seguir, pues no se entendería nada del final de este libro sin haber leído su principio. El análisis, necesariamente de urgencia, puede pecar de pesimismo y hasta de una cierta voluntad de primicia. Sin embargo, tenga por seguro el lector, que el afán de poner entre sus manos lo más rápidamente posible este trabajo, no ha mermado en lo más mínimo el rigor que cabe exigir a cualquiera que se pretenda analista político.
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