Eramos pocos y...llegó el ministro. He ido a muchas tomas de posesión de ministros y a muchas despedidas de otros pero, en esta ocasión, me he perdido el aterrizaje triunfal del nuevo ministro de Justicia y lo siento. He lamentado no ser testigo directo de una nueva forma de asumir un cargo de tal importancia: insultando, sin despeinarse, a todo lo que no se parezca a la forma de ser y de pensar de uno.
El otro día defendí vivamente en una tertulia de radio la necesidad de dar al menos cien días de gracia a todo aquel que se incorpora a un cargo público, el tiempo mínimo necesario para aterrizar en un puesto y hacerse una idea de las necesidades del mismo. Me quedé sola en la defensa de Mariano Fernández Bermejo, cuyo nombre acababa de aparecer como el candidato definitivo para sustituir a Juan Fernando López Aguilar. La tesis de los colegas que me acompañaban era que se trataba del peor ministro posible por ser una persona sectaria y partidista que tenia perlas en su haber como que "la persecución y enjuiciamiento de los GAL fue un acto de hipocresía colectiva" o que "tras luchar contra los padres de la guerra civil ahora nos toca luchar contra los hijos". Yo, sin embargo, apelaba a la responsabilidad que se le debe suponer a un cargo público y a la prudencia que suele dar el peso de la púrpura cuando uno es nada menos que ministro del gobierno de España y además el encargado de gestionar un material tan sensible como la Justicia.
Me equivoqué en el análisis, lo siento. El nuevo ministro llegó y arrasó. No dejó títere con cabeza e hizo, desgraciadamente, honor a la mala fama que le precede. Su intervención no pudo ser más desafortunada: arremetió contra la oposición, contra los jueces, contra el Consejo General del Poder Judicial y contra todo lo que se movía, hasta el punto de que algunos abandonaron el salón discretamente y otros se limitaron a no aplaudirle. ¡Era lo que nos faltaba! Por si era poco denso e intenso el ambiente de crispación viene el nuevo ministro y pone la guinda, aunque en un ejercicio de hipocresía sin limites dijo "no tener tiempo de intervenir en la bronca ni responder al insulto". ¡Menos mal! Porque si después de esto aún cree que la suya fue una descafeinada intervención institucional y cree que estuvo medido y moderado ¡que Dios nos pille confesados! Desde luego en su primer día ya ha demostrado ser el hombre que necesita el presidente para hacerle el trabajo sucio que se negó a hacer su antecesor. Tal vez eso sea bueno para los intereses del presidente Zapatero pero desde luego no para el momento político que vivimos. Sea como fuere, yo sigo creyendo que todo recién llegado merece sus cien días de gracia aunque su aterrizaje haya sido forzoso y él lo haya hecho voluntariamente accidentado.