¿Qué política exterior?

En la tan mentada era de la globalización, una referencia que debe hacer todo dirigente, analista, opinólogo, asesor o comentarista que se precie de hablar de política, el modelo de relación de Argentina con el mundo o, más sencillamente, su política exterior, estuvo casi totalmente ausente de la campaña que desembocará el domingo 28 en la elección presidencial.
   
Si es verdad que ningún país puede vivir por si mismo, encerrándose en sus fronteras, lo es también que los candidatos y dirigentes políticos argentinos parecen creer que no hace falta debatir esta cuestión al momento de hacer propuestas a los ciudadanos. No hace falta o, para mejor decir, es demasiado complejo y riesgoso.

Por cierto, los enunciados y programas de los candidatos presidenciales que se enfrentarán el domingo, con la senadora oficialista Cristina Fernández de Kirchner como gran favorita, tienen unas alusiones genéricas a la política exterior: promoción de la paz, defensa de los derechos humanos, buenas relaciones con los vecinos y, por qué no, con todo el mundo.

Pero en la seguidilla de actos y discursos en transcurso hasta el viernes, y en los debates entre postulantes a otros cargos electivos, como legisladores nacionales, es muy difícil encontrar referencias.

El gobierno de Néstor Kirchner mantuvo una relación bien distante con Estados Unidos y expresó vocación regionalista. Tiene un vínculo muy fluido con su colega Hugo Chávez, de Venezuela, y ese es el punto atacado más frecuentemente por los opositores conservadores, pero de ninguna manera hasta convertirlo en una cuestión importante de la campaña.

La sensación que atraviesa a vastas capas de la sociedad argentina es que el modelo que impuso Carlos Menem en los 90, de alineamiento incondicional con Washington, facilidades y promociones de toda clase para los empresarios y capitales extranjeros y una simpatía apenas cosmética con los vecinos, fue parte de lo que empujó al país al desastre económico que empezó a gestarse a mitad de esa década y estalló en 2001, ya cuando gobernaba otro.

Kirchner rompió fuertemente con esos parámetros y se focalizó en la región, con acción decidida en favor del Mercosur y del ingreso a esa unión aduanera regional de Venezuela, país con el cual además intensificó acuerdos económicos y comerciales y de integración productiva, además de apoyar iniciativas de Chávez como Telesur, el canal televisivo intergubernamental, y el Banco del Sur, que verá formalmente la luz unos días después de la votación.

Algunos opositores locales, como el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, candidato presidencial tercero en las encuestas, puso bastante energía en atacar a Chávez, pero más como vehículo para cuestionar a Kirchner y sobre todo la compra de títulos de la deuda argentina por Caracas.

El ex ministro habló varias veces de una influencia dañina de Chávez, aunque nunca sin llegar a extremos como el de alertar sobre el "imperialismo venezolano", verdadero hallazgo histórico sobre el que iluminó a los distraídos el ex presidente boliviano Jorge Quiroga.
La crisis arrasadora -y aterradora- que estalló en Argentina no está tan lejana: la sensación bastante generalizada es que una política de seguimiento a Washington contribuyó al desastre, así que los desafíos verbales de Chávez hacia Estados Unidos no le sientan nada mal a millones de personas en un país que, según se mire, tiene una cierta tradición nacionalista arraigada en el peronismo, por más que ese partido haya mudado más de una vez al respecto, según épocas y dirigentes de turno.

Así que ni los más convencidos se atreven a decir lo que piensan, esto es que no se proponen enfatizar tanto en la integración regional sino buscar más cercanía con Estados Unidos, lo cual significa, por más simplificado que parezca, poner distancia con Chávez. Sería una forma de perder votos con gran facilidad, y ningún opositor puede darse ese lujo para atravesar dignamente -no se diga ya para ganar- la jornada electoral del domingo.