Con 'Dunkerque' Nolan ha conseguido la depuración absoluta de su estilo, sigue siendo grandioso pero no grandilocuente, las imágenes se imponen a la palabra, es cine en su estado más puro, una inmersión en una situación límite, una en la que lo único que vale es el instinto de superviviencia. La película está dividida en tres bloques, uno sigue a un soldado de infantería atrapado en la playa y en sus diversos intentos de salir de allí, otro se centra en un viejo marinero que, junto a su hijo y un amigo de este, zarpa hacia Dunkerque, como parte de la Operación Dinamo, para rescatar a todos los que pueda, y, por último, un piloto de caza Spitfire que, junto a otros dos compañeros, despega rumbo a aquel destino para intentar aliviar los constantes bombardeos por parte de los Stuka de la Luftwaffe. Las tres historias tienen distintos tiempos, la primera se desarrolla en una semana, la segunda en un día y la última en una hora, pero Nolan vuelve a jugar con maestría con el tiempo y las tres terminarán entrelazándose.
El diálogo es escaso y oportuno, no hay tiempo para grandes discursos o arengas, a pesar de que al final sí que suene uno de los emocionantes de Churchill. Eso sí, no será a través de la voz del primer ministro inglés, sino del tono neutro del protagonista leyendo el periódico. Hay un cierto aire 'rule Britannia' pero no es a costa de los demás. Nolan toma desde el principio una decisión muy acertada, no enseñar nunca la cara del enemigo, aquí no hay esvásticas, ni cruces gamadas, tampoco sádicos, ni manipulaciones de sentimientos. Tan solo la invisible amenaza de un rival mucho más poderoso ante el que no cabe la resistencia, solo la retirada. Esta depuración de Nolan lleva a que en la parte aérea, Tom Hardy apenas tenga una decena de líneas de diálogo y se pase el 90% de su actuación con una máscara en la cara (algo que ya le ocurrido en más de una ocasión) pero que aun así sea capaz de decir lo imprescindible con los ojos y la maestría de las imágenes de su director.
A pesar del poco diálogo el guión es una maravilla y permite a Nolan decir muchas cosas sobre la guerra sin necesidad de palabras, su estructura es de una precisión matemática y logra no perder el pulso en ningún momento. Un logro remarcable si tenemos en cuenta que desde el primer minuto la película te agarra para no soltarte hasta su final. Lo más parecido a esta experiencia serían los primeros 20 minutos de 'Salvar al soldado Ryan', aunque Nolan sabe también dar pausas para que podamos tomar resuello para el siguiente reto.
La música de Hans Zimmer es una maravilla, mezcla de música y efectos sonoros, que ayuda sobremanera a esta inmersión absoluta en la película. El cine necesitaba imperiosamente una película como esta, una película que es una experiencia inolvidable y que necesita ser vista dentro de la mejor sala posible. Un alarde por parte de Nolan al que se le queda corto la pantalla de televisión, una película que no se ve, se vive. Nolan ha entregado su mejor película y, si algo realmente gordo no pasa de aquí a diciembre, la mejor del año. Vayan preparando un cargamento de Oscar.