Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del aniquilamiento de los armenios?, fue la pregunta retórica con la que Adolfo Hitler disolvió en los comandantes de la Wehrmacht cualquier temor al juicio de la Historia. Ya sabe, la impunidad abre camino a la violencia, envalentona a los criminales.
Quien sí se acuerda -para enojo del actual gobierno turco- es el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, al afirmar que la matanza de 1,5 millones de armenios entre 1915-1920 fue un genocidio. Es el primer presidente norteamericano en calificarla así, lo cual incorpora a Estados Unidos a la lista de países -en la que no figura España- que reconocen el genocidio armenio.
‘Llamar a las cosas por su nombre’ es más que una frase hecha: es una necesidad intelectual y moral. ¿Por qué? Porque el pensamiento se construye sobre palabras (intente pensar sin ellas, le auguro un breve viaje). El lenguaje -nos decía Wilhelm von Humboldt, uno de los fundadores de la universidad de Berlín- conforma el pensamiento, pues a través de él (nos) representamos el mundo, lo conceptualizamos. “El lenguaje es el puente, el mediador entre el mundo (naturaleza exterior) y nuestro pensamiento (naturaleza interior)”. Las palabras que usamos nos ofrecen una visión concreta -y no otra- de la realidad.
La visión que Turquía impuso al mundo (desde el primer gobierno de Mustafá Kemal, Atatürk) es la negación de la matanza planificada con fines de limpieza étnica. La versión oficial es que no hubo plan de exterminio, “solo” matanzas: meros actos de guerra, sin más, en el clima de inestabilidad propio de la I Guerra Mundial. De ahí que el no uso de la palabra genocidio para nombrar las atrocidades contra los armenios haya sido (sea) clave en las relaciones entre la OTAN y Turquía, ya que la importancia geopolítica y geoestratégica de este país lo vuelve literalmente incontestable. Sin embargo, frente a la hidra del negacionismo, Biden acaba de “mentar la bicha”.
¿Quiénes son los armenios y por qué escuecen tanto?, ¿quién es ese pueblo esparcido por la tierra al que una perversa narrativa de los hechos niega su pasado reciente más doloroso? Armenia es una nación milenaria que no siempre ha contado con un estado propio. Allá por el lejano año 301, cuando sí lo tuvo, fue la primera nación del mundo en declararse oficialmente cristiana. Invadida desde el medievo por musulmanes, formó parte hasta el siglo XX del descomunal imperio otomano. En sus entrañas, los armenios vivieron como cristianos, pero también como ciudadanos de segunda (pagaban más impuestos, les estaba vetado el acceso a determinados cargos y los primogénitos de sus familias debían forzosamente integrar los jenízaros). A finales del siglo XIX, cuando el imperio otomano se caía a pedazos y era “el enfermo de Europa”, los armenios se empeñaron en que el gobierno, tras la derrota infligida por Rusia, cumpliese los acuerdos firmados con las potencias europeas en Berlín, que incluían el respeto por las minorías no musulmanas…Hasta ahí podíamos llegar; Abdul Hamed II (“el sultán sanguinario”) sofocó las aspiraciones de la causa armenia, mediante una masacre que apagó casi 300.000 almas.
Lo que sucedió a partir de 1915 fue una colosal tormenta de horrores sobre una población indefensa: detenciones, confiscaciones, deportaciones, marchas forzadas (caravanas de la muerte por el desierto), ejecuciones multitudinarias, ahogamientos colectivos en el Mar Negro, quemas y envenenamientos masivos, campos de concentración/exterminio, mujeres y niñas violadas y entregadas a los harenes turcos. Una maldad solo comparable a la crueldad nazi.
Aunque hubo abundantes noticias en los diarios de entonces, libros, artículos, investigaciones, relatos de testigos oculares -incluso el “juicio" a los responsables en Constantinopla en 1919- el martirio de millón y medio de personas pronto cayó en el olvido, eclipsado entre otras cosas, por el nacimiento de la occidentalizada República Turca; la sovietización de una parte de la extinta Armenia; la II guerra mundial y un nuevo genocidio: el de los judíos a manos de los nazis.
Los propios armenios también quisieron o necesitaron “olvidar” para ser capaces, en la diáspora, de tirar de sí mismos hacia adelante; es humano desear huir de recuerdos mortificantes e intentar reconstruirse aun a costa de la propia memoria. Nada en la vida de los supervivientes fue fácil, ni siquiera el reencuentro con la familia dispersa, en especial con las esposas o las hijas violadas en harenes y burdeles turcos, que retornaban vejadas y acompañadas de hijos concebidos con sus victimarios.
Todos estos hechos terribles (incluyendo la destrucción del patrimonio histórico armenio: iglesias, monasterios, blibliotecas) son abordados exhaustivamente en “Negacionismo del Genocidio Armenio. Una visión desde el presente”, una obra colectiva publicada en diciembre de 2020 (cuya compiladora es la profesora bonaerense Nélida Elena Boulgourdjian), que incorpora la mirada de reconocidos investigadores sobre el primer holocausto del siglo pasado y que suma, además, las aportaciones de historiadores turcos disidentes del negacionismo oficial.
Si no tiene tiempo de leerlo, pero le interesa saber qué sucedió, también puede acercarse a las canciones del grupo de rock y activista de la memoria armenia System of a down. Y por supuesto, escuchar al inolvidable Charles Aznavour, hijo de supervivientes del genocidio, que puso voz, música y sentimiento al drama de sus mayores en Ils sont tombés:
cayeron invocando a su Dios/
en el umbral de su iglesia o en el de su casa/
como un rebaño en el desierto, temblorosos/
golpeados por la sed, el hambre, el hierro, el fuego/
Nadie alzó la voz en un mundo eufórico/
mientras un pueblo se pudría en su sangre…