El pasado sábado día 19, anteayer como quien dice, el genial fotógrafo catalán Francesc Català-Roca hubiera cumplido cien años, y en día tan señalado se ha dado el banderazo de salida, en la ciudad tarragoní de Valls, al Año Francesc Català-Roca, en un acto que comenzó descubriendo una placa conmemorativa en su casa natal, seguido de una actuación de castellers y de la apertura oficial de una exposición de autorretratos en el museo local dedicado a su hijo predilecto, quien, por cierto, fue siempre muy renuente a figurar en sus propias instantáneas.
Tratando de epatar a Lucía, Luis Miguel organizó una corrida benéfica en Carrascosa del Campo, municipio conquense aledaño a una finca de su propiedad. Acompañándole en el cartel, Domingo Ortega y Antonio Bienvenida.
Allí estaba Català-Roca. Y en la improvisada plaza levantada con tablones, traviesas, largueros y tirantes de manera barata, los poderes fácticos del Movimiento y el clero, señoritas bien con mantilla y peineta, y el pueblo llano tratando de colarse en el espectáculo por algún hueco del entramado leñoso. Las calles del pueblo, engalanadas con cordeles de esquina a esquina de los que pendían banderines con las enseñas niponas y nazis. La autoridad competente no había caído en la cuenta de que la firma, el año anterior, de los tres acuerdos ejecutivos del régimen de Franco con los Estados Unidos, junto con el refrendo del concordato con la Santa Sede, dejaban sin sentido aquellos símbolos.
Como afirma Daniel Giralt-Miracle, historiador del arte, crítico y profesor barcelonés, Català- Roca fue un sociólogo de la fotografía; un artista único, genial y testigo atento de su tiempo: “Y si de elegir se trataba, abandonó el espectáculo que le brindaba Dalí para compartir el silencio de Miró; un silencio que da carácter a sus imágenes”.
Entretanto, para Lucía Bosé, al contrario de lo que el destino le había deparado a Ava Gardner, sí que hubo un mañana. Contrajo matrimonio civil con el torero en la ciudad de Las Vegas, Nevada, USA, el 1 de marzo de 1955 y poco tiempo después, el 10 de octubre del mismo año, se desposó por el rito católico, como mandaban los imperantes cánones, en la iglesia que Dominguín había levantado en su finca de Villa Paz, sita en Saelices, Cuenca, a unos diecisiete kilómetros de Carrascosa del Campo.
Pero alguna gota debió colmar el vaso y la ruptura se hizo inevitable: “De la misma manera que tuve valentía para casarme con él, también la tuve para mandarle a la mierda”, acabó sentenciando la diva.
Francesc Català-Roca siguió fotografiando. A algunos famosos, como Joan Miró con sus pinceles, Josep Pla a la mesa gerundense, Salvador Dalí saltando a la comba o Ernest Hemingway apostado en los toros; otros, la inmensa mayoría, ciudadanos anónimos de aquella España en más negro que blanco. Fue dos veces galardonado con el premio Ciudad de Barcelona y en 1983 recibió el Nacional de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura. Cinco años después diría adiós a la vida dejando un legado de más de doscientos mil negativos.
En el ínterin, Carrascosa del Campo, sigue avanzando en el tiempo, siempre bajo la protección celestial de su patrona Santa Ana, abuela materna del Niño Jesús. Como si hubiera un mañana.