Nemesio es un octogenario en excelente forma física, con una brillantez mental que deja boquiabierto a su interlocutor, y en gran medida evocador del Tío Vania de Chéjov, porque aunque la vida le ha dado algunas cuantas buenas cornadas y derrotas, en momento alguno intenta rebelarse en su memoria contra el fatum o execrar mínimamente su destino, sino que, muy al contrario, parece razonablemente feliz y divertido mientras rememora el tiempo pasado, que a veces fue mejor y otras peor, repasando la peripecia con una sonrisa campechana y franca, un humor afable y una recia hombría de bien.
Hijo de Nemesio Pozuelo Expósito, político y sindicalista entre cordobés y jiennense que llegó a ser miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, PCE, fue uno de aquellos “Niños de Rusia” que nació, el 7 de julio de 1940, en la ciudad de Járkov, parte entonces de la República Socialista Soviética de Ucrania. Su madre murió cuando él tenía siete años y su padre contrajo segundas nupcias, de forma que su infancia, junto a la de sus dos hermanas, transcurrió en gran parte en los hogares de acogida de niños españoles y de otros países de la órbita del socialismo real.
Parece que Nemesio era un niño bastante trasto que de cuando en vez expoliaba los manzanos de huertos aledaños a su residencia, lo que le valió el sobrenombre de Misha, el simpático antihéroe de los popularísimos libro y película Timur y su pandilla, de la que ya se habló en este medio. Así le motejaron sus compañeros de orfandad o semi y así le acogieron los integrantes del club de fútbol Torpedo de Moscú, al que llegó con dieciséis años, y con el que contribuiría en gran medida a que este consiguiera el doblete de Liga y Copa en la primera división de Liga de la URSS, en 1960.
Un año después, en 1965, Nemesio ficha por el Zenit de San Petersburgo.
El 18 de septiembre de ese mismo año juega con ese equipo un partido en Moscú contra el Spartak y al término de este, como era habitual entonces, se va con un grupo de compañeros a una sauna para tonificar el cuerpo a base de vapor caliente y golpes con ramas de abedul. Luego el grupo come en un restaurante y después se separa para acudir a sus diferentes ocupaciones y compromisos. Nemesio se encamina hacia un bar de copas y uno de los integrantes del Spartak, Yuri Sevidov, le dice que por favor le espere allí, porque, después de pasar por su casa, acudirá al mismo local. Duchado y cambiado, se pone al volante de su lujoso Buick, uno de los pocos que circulan por las calles moscovitas. En un cruce con cambio de rasante, la dificultosa visión precipita el atropello de un peatón, Dmitry Ryabchykov, eminente geoquímico, Premio Stalin, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, y pilar del régimen en el proyecto del uso armamentístico del uranio.
Leonid Brézhnev, secretario general del Comité Central del partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, y Alekséi Kosygin, presidente del Consejo de Ministros, hondamente consternados ente el deceso de tan importante personaje, montan en cólera y exigen que sean depuradas a fondo todas y cada una de las responsabilidades.
Como quiera que su futuro en el fútbol soviético está definitivamente cerrado, decide seguir los pasos de su padre, que había logrado volver a España en 1972, y en 1996 se instala en el municipio madrileño de Velilla de San Antonio.
Allí, en el segundo club de sus amores ante o tras del Torpedo de Moscú, recibe la medalla de plata de la Federación de Fútbol de Madrid por sus bodas de plata con la Escuela de Entrenadores.
Ahora, Nemesio Plazuelo, además de cumplir con esmero sus labores de utilero, tiene puestos sus afanes en crear un museo para el Velilla F.C. Se trata de un tipo bueno en el sentido machadiano de la palabra bueno; protagonista de una epopeya de lo cotidiano; un aristotélico para el que la esperanza es el sueño del hombre despierto.