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En el umbral del estancamiento

En el umbral del estancamiento

sábado 15 de noviembre de 2008, 19:22h

Cada vez resulta más incómodo comentar, de manera técnica, o por lo menos, serena, como conviene, los aspectos sustanciales, reales, concretos, de la situación de la economía española. Convertida la crisis económica en tema central de la contienda política, los argumentos se subordinan a la propaganda y los eslóganes, con flaco favor al interés general. El hecho es que, de acuerdo con los datos del Banco de España, la economía española retrocedió el 0,2 por 100 en el tercer trimestre del año actual, y aunque,desde un punto de vista técnico, la recesión exige dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB, es posible afirmar que esa es ya la situación real, porque las cifras de los últimos tres meses de 2008 volverán a presentar números rojos, con lo que incluso formalmente se habrá iniciado el proceso recesivo. Pero lo peor no es hoy, sino las expectativas de mañana. No es la recesión de ahora mismo, sino la probabilidad de que, a la salida de la recesión, no nos espere una fase expansiva del ciclo sino un largo vía crucis de estancamiento.  

Los  problemas  de  la  economía  real  se  acentúan  por  la  crisis  económica  y  financiera internacional.No hay ningún país o región capaces de tirar de la economía global, y la contracción del crédito provocada por una situación de riesgo sistémico mundial en el mecanismo de pagos agudiza y alimenta las fuerzas recesivas a escala planetaria. Apuntan los expertos que esa doble pinza afecta con mayor fuerza a las economías que han acumulado excesivos desequilibrios –inflación y déficit exterior, altos niveles de endeudamiento de las empresas y de las familias– durante la larga fase expansiva y que tienen una mayor dependencia del capital exterior para sostener su crecimiento. España es  un  caso  paradigmático  de  esta  situación  y,  por  ello,  se  uno  de  los países con una crisis más profunda y duradera.

El panorama económico español se ensombrece todavía más por los riesgos que se ciernen sobre nuestro sistema financiero. Es imposible que el desplome de la burbuja inmobiliaria, el aumento del paro, la erosión de la renta y de la riqueza de los hogares, las numerosas bancarrotas empresariales, la recesión y la contracción crediticia no desemboquen en serios problemas para los bancos y, sobre todo, para las cajas de ahorros. Se ha prestado demasiado dinero a demasiada gente  durante demasiado tiempo. Cuando las crisis son sistémicas, la línea entre los problemas de liquidez y los de solvencia es muy delgada, de manera que la  economía  real  verá  dificultado  todavía  más  su  acceso  al  mercado crediticio.

El  deterioro  de  la  posición financiero-patrimonial de las familias  y de las empresas ha llegado tan lejos que sólo puede resolverse mediante un intenso proceso capaz de restaurar su liquidez y solvencia.  Buena  parte  de  las  inversiones  empresariales acometidas  en  la  etapa  expansiva  y  con unas condiciones monetarias de exuberante liquidez  son  insostenibles en  un  entorno  no  ya  de  racionamiento  del  crédito  sino  de tipos de interés normales.Por ello es ilusorio pensar que los programas instrumentados a escala nacional e internacional  y las bajadas de las tasasde interés para conjurar el colapso  de  los  mecanismos  de  pagos  logren  quebrar  la  ecuación  contracción  del crédito/restricción  de  liquidez,  soportada  por  el  sector  privado, al  menos durante muchos trimestres.

 La  intensidad  y duración  de  la  fase  recesión/estancamiento  a  la  que  se  ve  abocada  la economía española carece de precedentes. Por la dureza del ajuste será similar o mayor que la registrada en 1993 y por su persistencia se asemejaráa la de finales de los años setenta y primeros ochenta de la pasada centuria. Esto supone la imposibilidad de volver a  tasas  de  crecimiento  del  3  por  100  en  esta  legislatura  y,  en  consecuencia,  resultará inviable evitar una escalada del paro hacia tasas inéditas desde mediados de los años noventa del siglo XX, con un empobrecimiento sustancial de las familias españolas. Para decirlo con entera claridad, la crisis no acaba precisamente de comenzar, pero aún así lo peor está todavía por llegar.

Como era previsible, la  mayoría de las instituciones privadas  y públicas,nacionales e internacionales han revisado a la baja sus previsiones de crecimiento para la economía española  en  2008  y 2009, pero aún así, de nuevo el grueso de las actuales proyecciones se verá corregido a la baja. Mi muy apreciado Pedro Solbes estima que contar las cosas como  realmente  son  conduce  a  empeorarlas,  a  generar alarma  social, pero también se puede temer que ese planteamiento  lleve  a  generar  expectativas  irreales  y con ello,a  debilitar  la  implantación  de políticas eficaces y realistas, capaces de ayudar a superar la crisis. La pendiente recesiva por la que se desliza la economía española no se ve moderada ni aliviada por la coyuntura internacional. Estados Unidos ha entrado en una recesión que será parecida a la de los primeros setenta del pasado siglo, y la economía mundial no ha sido ni será capaz de desligarse de la contracción económica norteamericana. Europa y los países emergentes, China incluida, han llegado más tarde a la recesión y también saldrán más tarde de ella, de modo que la caída de la actividad configura un entorno recesivo de dimensión mundial, lo que no habíamos vivido desde los años de la Gran Depresión, nada menos que ocho décadas atrás. Y como todos estos factores actúan sobre los importantes desequilibrios macro y micro económicos acumulados por la economía española, es razonable temer una dinámica de ajuste de extraordinaria contundencia.  
 
El endeudamiento de las empresas en un entorno como el descrito para las familias  conduce  de  manera  inapelable  bien  a  una  liquidación  masiva  de activos  al  valor  fijado  por  el  mercado  bien  a  la  quiebra  o  suspensión  de pagos  de  compañías  pequeñas,  medianas  y  grandes.  El  crecimiento empresarial sostenido sobre el apalancamiento en la fase expansiva del ciclo ha llegado a su fin y las entidades crediticias no pueden soportarlo sin poner en riesgo su solvencia. Dicho con entera crudeza, muchas  de  las  inversiones  acometidas  durante  el  ciclo  expansivo  y  buena parte de las empresas creadas en ese período sólo son viables en un entorno de tipos de interés  y de  expansión crediticia como el vigente entre 1997  y 2007. Como esa situación parece difícilmente repetible, muchas  grandes, pequeñasy medianas empresas pueden estar condenadas a desaparecer aun cuando se  restaurasen  los  flujos  crediticios y  las  tasas de  interés  se  situasen  en niveles  “normales”. Las  empresas  sin circulante  no  lo tendrány quebrarán.  

Es verdad que al desencadenarse  la  crisis  internacional,  el  sistema  financiero  español  partía  de  una situación comparativamente mejor que la del resto de los países desarrollados, gracias a la labor del supervisor.La dotación de provisiones anti-cíclicas, el conservadurismo en el  reconocimiento  de  las  titulizaciones  y  la  alta  eficiencia  (Gastos  Generales/Margen Ordinario) no hacían prever un desarrollo tan negativo; es decir, el punto de partida era un escenario muy  holgado  y  concedía  margen  suficiente  para  realizar  las reformas necesarias destinadas fortalecer la solidez del sistema financiero nacional. Pero este entorno se ha deteriorado a gran velocidad. La comprensible obsesión de negarla potencialemergenciade dificultades ha constituido una lamentable pérdida de tiempo que ha debilitado de manera sensible esa inicial ventaja competitiva hasta situarnos en un escenario peorque el de nuestros competidoresen términos relativos.

El hecho es que los ratios de cobertura, ques uperaban el 300% en 2007 cuando en el resto de Europa apenasl legaba al 60%, se han volatilizado en menos de  un  año y el panorama futuro es incierto. La  solución  a  la  crisis  potencial  del  sistema  financiero  español  no  se  resuelve  con estrategias destinadas a sostener el valor de los activos contra los dictados del mercado, como se pretende en la actualidad,sino mediante una recomposición de los balances y una  reestructuración  de  los  pasivos.El saneamiento del sistema financiero necesita una inversión  de  recursos no  inferior  a  los  250.000 millones de euros, es decir, la friolera de un 23,8 % del PIB y entre tres y cinco años para completarse.

Y queda el gran tema, la primera preocupación de los españoles en todas las encuestas, el paro. La previsible evolución de la actual coyuntura incluirá un dramático crecimiento  del desempleo, que alcanzará en 2009 tasas por encima del 17 o incluso 18 %, de manera que todo  apunta  hacia  una  crisis  duradera  y  profunda.  Las  economías  rígidas,  que  no  son  capaces  de  adaptarse  con  flexibilidad  a  un  entorno crítico,lo hacen a través de pérdidas de producción y de empleo, y el período de ajuste puede ser muy dilatado. A Alemania le costó una década y Portugal lleva en el “valle” del estancamiento casi diez años. ¿Como afrontar una crisis de esta naturaleza y profundidad, para restablecer las bases  de  un  crecimiento  económico  estable  y sostenido, capaz de crear empleo y avanzaren la convergencia real con los países más prósperos  de  nuestro  entorno?

La solución liberal consiste en una  política  de  estabilidad presupuestaria, basada en el control del gasto público, y el despliegue de iniciativas destinadas a  liberalizar  los  mercados  para  dotarlos  de  mayor  flexibilidad. Convendría, al mismo tiempo, una profunda reforma fiscal que redujera los impuestos pagados por los individuos y por las empresas para paliar en lo inmediato sus problemas de  liquidez  y,  en  lo  mediato,  para  estimular  el  trabajo,  el  ahorro  y la  inversión. Consiste en permitir al mercado ajustarse a la realidad de una economía en recesión y sanear  los  excesos  cometidos  en la fase expansiva. La única intervención justificable es la orientada a evitar el colapso o una crisis aguda del sistema financiero, porque sin un sistema financiero sano y solvente, los flujos crediticios no podrían normalizarse y la economía española entraría en una senda depresiva de alcance y dirección imprevisibles..

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