Cada vez resulta más incómodo comentar, de manera técnica, o por lo menos, serena, como conviene, los aspectos sustanciales, reales, concretos, de la situación de la economía española. Convertida la crisis económica en tema central de la contienda política, los argumentos se subordinan a la propaganda y los eslóganes, con flaco favor al interés general. El hecho es que, de acuerdo con los datos del Banco de España, la economía española retrocedió el 0,2 por 100 en el tercer trimestre del año actual, y aunque,desde un punto de vista técnico, la recesión exige dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB, es posible afirmar que esa es ya la situación real, porque las cifras de los últimos tres meses de 2008 volverán a presentar números rojos, con lo que incluso formalmente se habrá iniciado el proceso recesivo. Pero lo peor no es hoy, sino las expectativas de mañana. No es la recesión de ahora mismo, sino la probabilidad de que, a la salida de la recesión, no nos espere una fase expansiva del ciclo sino un largo vía crucis de estancamiento.
Los problemas de la economía real se acentúan por la crisis económica y financiera internacional.No hay ningún país o región capaces de tirar de la economía global, y la contracción del crédito provocada por una situación de riesgo sistémico mundial en el mecanismo de pagos agudiza y alimenta las fuerzas recesivas a escala planetaria. Apuntan los expertos que esa doble pinza afecta con mayor fuerza a las economías que han acumulado excesivos desequilibrios –inflación y déficit exterior, altos niveles de endeudamiento de las empresas y de las familias– durante la larga fase expansiva y que tienen una mayor dependencia del capital exterior para sostener su crecimiento. España es un caso paradigmático de esta situación y, por ello, será uno de los países con una crisis más profunda y duradera.
El panorama económico español se ensombrece todavía más por los riesgos que se ciernen sobre nuestro sistema financiero. Es imposible que el desplome de la burbuja inmobiliaria, el aumento del paro, la erosión de la renta y de la riqueza de los hogares, las numerosas bancarrotas empresariales, la recesión y la contracción crediticia no desemboquen en serios problemas para los bancos y, sobre todo, para las cajas de ahorros. Se ha prestado demasiado dinero a demasiada gente durante demasiado tiempo. Cuando las crisis son sistémicas, la línea entre los problemas de liquidez y los de solvencia es muy delgada, de manera que la economía real verá dificultado todavía más su acceso al mercado crediticio.
El
deterioro de la posición financiero-patrimonial de las familias y de las empresas ha llegado tan lejos que sólo puede resolverse mediante un intenso proceso capaz de restaurar su liquidez y solvencia. Buena parte de las inversiones empresariales acometidas en la etapa expansiva y con unas condiciones monetarias de exuberante liquidez son insostenibles en un entorno no ya de racionamiento del crédito sino de tipos de interés normales.Por ello es ilusorio pensar que los programas instrumentados a escala nacional e internacional y las bajadas de las tasasde interés para conjurar el colapso de los mecanismos de pagos logren quebrar la ecuación contracción del crédito/restricción de liquidez, soportada por el sector privado, al menos durante muchos trimestres.
La intensidad y duración de la fase recesión/estancamiento a la que se ve abocada la economía española carece de precedentes. Por la dureza del ajuste será similar o mayor que la registrada en 1993 y por su persistencia se asemejaráa la de finales de los años setenta y primeros ochenta de la pasada centuria. Esto supone la imposibilidad de volver a tasas de crecimiento del 3 por 100 en esta legislatura y, en consecuencia, resultará inviable evitar una escalada del paro hacia tasas inéditas desde mediados de los años noventa del siglo XX, con un empobrecimiento sustancial de las familias españolas. Para decirlo con entera claridad, la crisis no acaba precisamente de comenzar, pero aún así lo peor está todavía por llegar.
Como era previsible, la mayoría de las instituciones privadas y públicas,nacionales e internacionales han revisado a la baja sus previsiones de crecimiento para la economía española en 2008 y 2009, pero aún así, de nuevo el grueso de las actuales proyecciones se verá corregido a la baja. Mi muy apreciado Pedro Solbes estima que contar las cosas como realmente son conduce a empeorarlas, a generar alarma social, pero también se puede temer que ese planteamiento lleve a generar expectativas irreales y con ello,a debilitar la implantación de políticas eficaces y realistas, capaces de ayudar a superar la crisis. La pendiente recesiva por la que se desliza la economía española no se verá moderada ni aliviada por la coyuntura internacional. Estados Unidos ha entrado en una recesión que será parecida a la de los primeros setenta del pasado siglo, y la economía mundial no ha sido ni será capaz de desligarse de la contracción económica norteamericana. Europa y los países emergentes, China incluida, han llegado más tarde a la recesión y también saldrán más tarde de ella, de modo que la caída de la actividad configura un entorno recesivo de dimensión mundial, lo que no habíamos vivido desde los años de la Gran Depresión, nada menos que ocho décadas atrás. Y como todos estos factores actúan sobre los importantes desequilibrios macro y micro económicos acumulados por la economía española, es razonable temer una dinámica de ajuste de extraordinaria contundencia.
El endeudamiento de las empresas en un entorno como el descrito para las familias conduce de manera inapelable bien a una liquidación masiva de activos al valor fijado por el mercado bien a la quiebra o suspensión de pagos de compañías pequeñas, medianas y grandes. El crecimiento empresarial sostenido sobre el apalancamiento en la fase expansiva del ciclo ha llegado a su fin y las entidades crediticias no pueden soportarlo sin poner en riesgo su solvencia. Dicho con entera crudeza, muchas de las inversiones acometidas durante el ciclo expansivo y buena parte de las empresas creadas en ese período sólo son viables en un entorno de tipos de interés y de expansión crediticia como el vigente entre 1997 y 2007. Como esa situación parece difícilmente repetible, muchas grandes, pequeñasy medianas empresas pueden estar condenadas a desaparecer aun cuando se restaurasen los flujos crediticios y las tasas de interés se situasen en niveles “normales”. Las empresas sin circulante no lo tendrány quebrarán.
Es verdad que al desencadenarse la crisis internacional, el sistema financiero español partía de una situación comparativamente mejor que la del resto de los países desarrollados, gracias a la labor del supervisor.La dotación de provisiones anti-cíclicas, el conservadurismo en el reconocimiento de las titulizaciones y la alta eficiencia (Gastos Generales/Margen Ordinario) no hacían prever un desarrollo tan negativo; es decir, el punto de partida era un escenario muy holgado y concedía margen suficiente para realizar las reformas necesarias destinadas fortalecer la solidez del sistema financiero nacional. Pero este entorno se ha deteriorado a gran velocidad. La comprensible obsesión de negarla potencialemergenciade dificultades ha constituido una lamentable pérdida de tiempo que ha debilitado de manera sensible esa inicial ventaja competitiva hasta situarnos en un escenario peorque el de nuestros competidoresen términos relativos.
El hecho es que los ratios de cobertura, ques uperaban el 300% en 2007 cuando en el resto de Europa apenasl legaba al 60%, se han volatilizado en menos de un año y el panorama futuro es incierto. La solución a la crisis potencial del sistema financiero español no se resuelve con estrategias destinadas a sostener el valor de los activos contra los dictados del mercado, como se pretende en la actualidad,sino mediante una recomposición de los balances y una reestructuración de los pasivos.El saneamiento del sistema financiero necesita una inversión de recursos no inferior a los 250.000 millones de euros, es decir, la friolera de un 23,8 % del PIB y entre tres y cinco años para completarse.
Y queda el gran tema, la primera preocupación de los españoles en todas las encuestas, el paro. La previsible evolución de la actual coyuntura incluirá un dramático crecimiento del desempleo, que alcanzará en 2009 tasas por encima del 17 o incluso 18 %, de manera que todo apunta hacia una crisis duradera y profunda. Las economías rígidas, que no son capaces de adaptarse con flexibilidad a un entorno crítico,lo hacen a través de pérdidas de producción y de empleo, y el período de ajuste puede ser muy dilatado. A Alemania le costó una década y Portugal lleva en el “valle” del estancamiento casi diez años. ¿Como afrontar una crisis de esta naturaleza y profundidad, para restablecer las bases de un crecimiento económico estable y sostenido, capaz de crear empleo y avanzaren la convergencia real con los países más prósperos de nuestro entorno?
La solución liberal consiste en una política de estabilidad presupuestaria, basada en el control del gasto público, y el despliegue de iniciativas destinadas a liberalizar los mercados para dotarlos de mayor flexibilidad. Convendría, al mismo tiempo, una profunda reforma fiscal que redujera los impuestos pagados por los individuos y por las empresas para paliar en lo inmediato sus problemas de liquidez y, en lo mediato, para estimular el trabajo, el ahorro y la inversión. Consiste en permitir al mercado ajustarse a la realidad de una economía en recesión y sanear los excesos cometidos en la fase expansiva. La única intervención justificable es la orientada a evitar el colapso o una crisis aguda del sistema financiero, porque sin un sistema financiero sano y solvente, los flujos crediticios no podrían normalizarse y la economía española entraría en una senda depresiva de alcance y dirección imprevisibles..