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El espíritu liberal

martes 25 de noviembre de 2008, 09:01h

Están últimamente los liberales españoles enfrascados en una interesante polémica sobre liberalismo y progresismo, en la que no pocos liberales defienden la tesis de una convergencia no sólo instrumental sino doctrinal y sustancial entre liberalismo y progresismo, cuando sale a escena el distinguido intelectual José Blanco, nada menos que “numero dos” del PSOE, para calificar de “liberales de pacotilla” a quienes muestran no sólo inquietud por la inquietante entrada del neo-capitalismo mafioso ruso en España, a través de la operación de Lukoil sobre Repsol, sino también por las raras formas y modos con que se está produciendo esa operación, más cerca de los métodos de Al Capone que de las reglas del libre mercado, ese concepto que tanto molesta a José Blanco. Así que ya lo saben ustedes, para José Blanco, que habla por boca del partido en el Gobierno, los liberales son de inferior calidad, están hechos sin esmero, por no utilizar la acepción de chusma, gente baja y maleante que “pacotilla” expresa en Chile, Ecuador y Guatemala, según nos ilustra la Academia. Así da gusto, con estos maestros del diálogo no se cómo todavía el ilustrado y moderado Durán i Lleida puede esperar consenso.

Pero por mucho que se ejercite el señor Blanco en su acreditada capacidad de insultar, la operación rusa sobre Repsol no huele, sino que apesta. Y pronto empezarán a salir a la luz determinadas anécdotas que la realidad elevará a categoría. Y esto, con ser importante, es casi lo de menos. Es mucho más significativo lo que delata de las motivaciones de Blanco en su por otra parte eficaz acción política.

Puesto que los liberales serían el puente natural de diálogo entre derechas e izquierdas, el tejido para la ósmosis de un consenso nacional que permitiera afrontar la crisis económica de manera participada por todo el arco parlamentario, este permanente ¡Delenda est liberales! de José Blanco, tan contradictorio con la tradición histórica de los mejores socialistas españoles, es evidente que aspira a empujar a los liberales hacia el espacio “neocon”, que no es el suyo, pero en lo que puede acabar por tener éxito, aunque sólo sea por entusiasmo de los “neocon” y cansancio de los liberales progresistas.

La cuestión no es banal, porque desde la última oleada del CIS se sabe que esa ideología liberal, tan odiada lo mismo por José Blanco que por algunos de nuestros más distinguidos políticos conservadores, ha pasado a ocupar en nuestro país la segunda posición global de preferencias de opinión, y la primera posición entre los jóvenes, los segmentos de instrucción superior y la población activa, mientras socialistas y conservadores se hacen fuertes en los segmentos de más edad, especialmente entre los jubilados. Cosa distinta es que los liberales -y en ello tiene mucho que ver el propio espíritu liberal, tan poco dado a fervorines y movilizaciones- no consigan traducir en términos políticos operativos, esto es, de técnicas de partido, ese inmenso respaldo social.

Los liberales españoles están en el exilio interior, como la verdadera “negritud” estaba en las fosas en los crueles años de Amín Dada. El liberalismo progresista ha sido más que expulsado, depurado, del PSOE desde que Rodríguez Zapatero reemplazó a Felipe González, de igual manera que el liberalismo está en la cuerda floja en un PP en el que las guerras y guerrillas internas lo utilizan de arma arrojadiza.

Y sin embargo, mal que les pese a unos y otros, no de la mano de la crisis, sino de la mano de la salida de la crisis, a medio plazo por tanto, volverán los liberales “como torna la cigüeña al campanario”. Por encima de las dificultades del presente, de los sectarismos, la demagogia y la rapacidad, el espíritu liberal se abrirá paso como la única salida razonable, eficaz y humanista al deterioro social y económico generado por los intervencionistas de todos los signos. Más temprano que tarde se abrirá el debate sobre las verdaderas raíces de la actual crisis, que tienen poco que ver con las demagogias e intoxicaciones eficazmente difundidas por el conglomerado de intereses partidistas y funcionariales, y las sociedades libres y abiertas determinarán que la solución sea la única que realmente puede atacar los males de fondo de la economía: más desregulación, en definitiva, más Mercado y menos Estado.

Hoy como ayer y siempre, la respuesta no sólo política, sino también para la economía, no puede ser otra que más libertad. Ya se, ya sé que esto perturba los poderosos intereses creados de las clases vinculadas a la acción política, pero no se debe seguir permitiendo que una crisis económica global terrible, que fue generada no sólo por la rapacidad de algunos protagonistas de los mercados, sino también por el exceso de instrumentos reguladores, se pretenda abordar con más estatalización. Por el contrario, esos jóvenes españoles, instruidos y activos, que nos revelan las encuestas tienen la esperanza y hay que desear que también la voluntad, de que vuelva a ondear la bandera de todas las libertades, políticas, económicas y sociales, la bandera liberal.
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