Hablar de censura cuando las dictaduras militares son cosa del pasado, resulta antipático. Pero aún hay gobiernos que se valen de las más variadas artimañas legales para ejercerla, cuando algún medio de comunicación no se le somete. El ejemplo más cercano es el del coronel Chávez, que por medio de ellas logró incautar el canal de televisión más antiguo y de mayor audiencia de su país.
Son bien conocidas las ásperas confrontaciones de Correa con los medios, sazonadas a veces de amenazas y de recursos legales en su contra. Lo impopular del método aconsejó a sus colaboradores buscar otros caminos: la AGD y el SRI, con mayor fortuna la primera, y aparatosamente fallido el segundo. Mas, como resultado, el Estado tiene en su poder más medios que nunca antes.
También se puso en funcionamiento otra parte de su artillería pesada: el Conartel. Ciertos programas televisivos fueron clausurados, y tal vez el temor llevó a otro a salir del aire.
Además, una tradición que nos llega de la Colonia, y que goza de una gran aceptación en gran parte de nuestra sociedad, ve restringida su presencia en los medios.
Ahora se informa sobre la “poca transparencia en la asignación de frecuencias de radio y televisión, ya sea por tráfico de influencias o por violación a las leyes”. Así, la estrategia para acallar o aplastar a los medios molestos e inclaudicables encontró otro recurso. Sin que nos demos cuenta, el cerco en torno a los medios se va cerrando. Desgraciadamente, en ese cerco pudiera estar incluida la libertad.
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