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Himno sin palabras

Himno sin palabras

lunes 27 de abril de 2009, 17:26h
Oí sonar nuestro himno en el histórico Paraninfo de la Universidad de Alcalá con motivo de la entrega del Premio Cervantes a Juan Marsé, como después, al subir al podio el motorista Jorge Lorenzo, como lo escuché en Semana Santa al salir una imagen de un templo y como suena en honor a la bandera en los actos militares. Sonó sin palabras dejando a sus compases solemnes y redundantes el protagonismo exclusivo. Es un privilegio tener un himno así, sin letras pasionales ni versos anacrónicos. Un himno de integración que se expresa con el lenguaje universal y eterno de la música, sin parcialidades políticas. Porque hay himnos para la unidad y la continuidad histórica y hay himnos de división y de ruptura.

Hay himnos-canción mas o menos pegadizos, como “La Marsellesa” o “La Internacional”, que tienen mas de panfleto revolucionario que de fraternidad popular. Los himnos de ruptura gustan a unos frente a otros, a un presente contra un pasado o a la reacción frente al progreso. Frecuentemente su letra dice tatas tonterías que da vergüenza ajena oírlos cantar con tono exaltado a personas serias, pacíficas y bien alimentadas. Otras canciones han sido llevadas al rango protocolario desde el folclorismo sentimental o la mitología patriotera. Hay himnos de charanga que no resisten la interpretación tanto en el órgano catedraliceo como en la orquesta sinfónica.

La torpeza estética de la II República cometió, junto a otras torpezas politicas, la de cambiar el himno tradicional –también de la IRepública- por un himno-canción que se usaba en otros tiempos, como cuenta Pérez Galdós, mas para molestar a los adversarios que para hermanar a los ciudadanos. No se tuvo en cuenta que la vieja “Marcha de Granaderos” no era monárquica ni republicana ya que el título de “Marcha Real” le sobrevino de forma espontánea al ser utilizada para subrayar la presencia de personas reales sin estar establecida formalmente como himno nacional. Su uso a través de varios siglos sonó durante regímenes antagónicos y la costumbre hizo que sus ecos potentes y pausados solo suenen a España.

Es un himno de leyenda, cuya melodía no aparece documentada hasta el siglo XVIII, recogida de toques inmemoriales y sobre cuya autoría se tejieron fábulas sin fundamento  hasta que Carlos III lo oficializó como “Marcha de Honor”. Sobrevivió a modas y conflictos y se identificó con la presencia de España sin adjetivos. Por ello se comprende que el pueblo requiera su himno, más allá de las ordenanzas para sentirse sencillamente vivo, sin señas partidistas ni palabras rimbombantes. 
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