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El centro, partido o actitud

El centro, partido o actitud

domingo 15 de abril de 2007, 13:04h
Se multiplican los que piden la formación de un partido de centro, como aquella UCD de los años de la transición, en la que supieron encontrar acomodo armónico gentes que venían del régimen en extinción junto a otras que habían hecho oposición a la dictadura, democristianos, liberales, socialdemócratas. Un partido de centro, ahora, en el que, de forma transversal en el Estado, pudieran huir de los sectarismos, los radicalismos, las crispaciones y las intolerancias de cualquier signo ideológico, gentes de la derecha moderada, moderna, reformista, abierta al cambio, y gentes de la izquierda moderada, socialistas liberales, progresistas reconciliados con la actividad económica libre, todos ellos tan lejos del anacrónico “largocaballerismo” de Rodríguez Zapatero como del absurdo retorno de Acebes y otros cuantos a la ergástula de la reacción.

Produce tristeza que, sólo unas pocas décadas después de la reconciliación nacional, la transición política y la proclamación democrática, el país social e ideológicamente roto y convulso que hoy padecemos sea el mismo de Suárez, González, Calvo-Sotelo, Tierno Galván, Tarradellas, Fernández Ordóñez, Cabanillas, Fraga, Pujol, Roca, Ardanza, por citar sólo unos pocos ejemplos de la lista interminable de políticos de las más variadas procedencias y colores, conservadores, reformistas, centristas, socialistas, nacionalistas, etc., pero verdaderos demócratas todos ellos y convencidos de que una España constitucional, al mismo tiempo plural y cohesionada, podía –como ha sucedido– ganar el futuro, modernizar las obsoletas estructuras económicas y sociales, convivir en el debate y el respeto a las urnas, y alcanzar una posición digna y respetada en Europa y el ámbito global.

Aquella España, abierta por el cambio a la pasión de las libertades civiles, pudo frenar primero y digerir luego algo tan grave como la intentona golpista del 23-F y llevar a los responsables ante la Justicia sin que el juicio, a diferencia de lo que ahora sucede con el del 11-M, se convirtiera en pretexto para una guerra ideológica entre derechas e izquierdas. La entera España plural contra los golpistas, como debía ser. Como ahora debiera ser, y desdichadamente no es, la entera España plural contra los inductores y ejecutores del criminal acto terrorista.

El modelo político evolucionó como parecía razonable. Hubo alternancia y el centro se fue disolviendo porque había ganado la batalla de ’centrar’ a los demás partidos. La derecha se deslizó hacia el centro. El socialismo se deslizó hacia el centro. Los nacionalismos moderados, y de manera emblemática CiU, se deslizaron hacia el centro. Ese esquema, presidido por el espíritu del diálogo, el encuentro y el compromiso, nos permitió disfrutar del extraordinario éxito de la Constitución de 1978, al enriquecer el juego de las alternancias con la posibilidad de alianzas cruzadas, de modo que lo mismo el PSOE que el PP pudieran formar mayorías estables y eficaces de gobierno con los nacionalismos moderados y si era preciso, con el añadido de otros pequeños partidos estatales.

En este difícil país nuestro, las mayorías relativas, que obligan a buscar y negociar consensos y a gobernar el día a día con moderación, son mejores que las mayorías absolutas de cualquier color. Ya vimos lo que pasó a partir de la mayoría absoluta de 2000, mayoría que vino del entusiasmo social por los grandes aciertos de la etapa de compromisos entre 1996 y 2000. Inquieta pensar lo que estaríamos viviendo ahora si Rodríguez Zapatero, mal que le pese, no estuviera atemperado por la insuficiencia numérica de una mayoría que tiene que negociarse casi a diario en el Congreso.

Es posible que de nuevo, como al final de la dictadura, la situación crispada necesita de un partido de centro que devuelva la sensatez y la moderación a las banderías en liza. Es necesario, por ejemplo, salir de una vez del vértigo regresivo del 11-M, que perjudica más al PP en la oposición que al PSOE en el poder. Y es que lo único serio que, a estas alturas, parece percibirse en torno al 11-M es la pulcritud, rigor, independencia y buenas maneras con que se está produciendo la vista del juicio. Los magistrados y en particular, el presidente del Tribunal dan a diario una lección intelectual, profesional, humana y política.

¿Estuvo o no ETA en algún punto periférico de la concepción del 11-M? A saber… Se empeñan algunos en expresar su convicción afirmativa al respecto. Se empeñan otros en rechazar cualquier posibilidad, como si la sola hipótesis fuera una intoxicación perversa. Pero la cuestión no es esa. Cada uno es muy libre de pensar lo que que quiera, como los que piensan que hay extraterrestres entre nosotros. Todavía conservo en mi biblioteca un librito editado por los años veinte del siglo pasado, y que, bajo el dogmático titulo ¡No morimos! llevaba el siguiente delicioso subtítulo: Pruebas científicas de la supervivencia. Bueno, pues cabe pensar que ETA estuviera de alguna manera en el 11-M, pero el hecho es que por ninguna parte aparecen las pruebas de su presencia. Más probable, por cierto, es que estuvieran otros, pero tanto empeñarse con ETA impide ajustar la óptica en buena dirección.

Así que, puestos a creer sin pruebas, no sólo el injustamente denostado Alberto Ruiz-Gallardón, sino también otros dirigentes de peso, muchos afiliados y gran número de electores del PP tienen por lo menos el mismo derecho a negar que los que afirman. Pero, insisto, la cuestión es otra. La verdad, mientras no haya pruebas de otras participaciones –pruebas, no suposiciones, inducciones ni deducciones–, será la que, oídas todas las partes en el procedimiento, el Tribunal legítimo e independiente sentencie. Otra cosa es salirse no ya de las reglas del juego, sino del sistema mismo.

No puedo tener peor opinión sobre ETA y su entorno abertzale. He publicado mi convencimiento de que el problema etarra sólo tiene solución policial, no política, y que los representantes políticos no reciben en las urnas legitimidad para negociar con terroristas. De ahí a inferir que todos los crímenes terroristas que se cometan en España proceden de ETA media un abismo. ¿Y ese trágala, para qué? ¿Para evitar a Ángel Acebes -seguramente, una buena persona puesta en el cargo equivocado- la agobiante confesión de que no controlaba su Departamento y que algunos o muchos mandos policiales le hacían mangas y capirotes? ¿Para no admitir que la gestión política del 11-M fue un desastre casi de camarote de los hermanos Marx? ¿Para tapar, y con ello admitir innecesariamente una relación de causalidad entre la guerra de Irak y el 11-M, cuando ya hay datos y hechos que demuestran que España estaba en el punto de mira de la yihad islámica antes de la guerra de Irak, como lo sigue estando en el momento actual a pesar de los cariñitos del actual Gobierno con los que llama "islamistas moderados"?

Así que van a tener razón los que estos días se convocan y reúnen para reconstruir un partido de centro. Su esfuerzo será tanto más valioso cuanto más efímero, esto es, cuando antes sea innecesario ese partido de centro porque el PSOE y el PP hayan bajado de los riscos desde donde ahora sólo cruzan piedras e insultos, al encuentro mutuo si no del consenso, al menos del diálogo. Dicho de otra manera, la pelota está en el terreno del PP. Si este partido baja de los riscos y vuelve al centro –que no es una palabra, sino una toda una actitud que perciban los ciudadanos– el partido de centro será innecesario y de reducido espacio, y el PP se habría situado en posición privilegiada para las urnas generales de 2008.
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