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El crepúsculo de los nacionalismos

El crepúsculo de los nacionalismos

lunes 28 de diciembre de 2009, 17:47h
Pasó el año 2009 con sus desdichas políticas. Pero no todo sería lamentable. Los españoles sensatos verían el espectáculo reconfortante del ocaso de los nacionalismos separatistas. Primero sería Galicia, donde un variopinto conjunto llamado Bloque se había anidado en la precariedad electoral de los socialistas para entrar por la puerta de atrás en el gobierno regional y comprar su estabilidad con el precio de hacer mangas y capirotes en las parcelas de aquella administración más propicias a la insolidaridad folklórica. La recuperación de la mayoría absoluta por el Partido Popular devolvería a los incitadores al separatismo a su dimensión de elemento marginal y minoritario del paisaje.

Después vendría el País Vasco, con un PNV de hipócrita derechismo clerical que llevaba treinta años enquistado en el Gobierno. Un acertado acuerdo entre socialistas y populares derrumbó el tópico de un vasquísmo excluyente y exclusivo e inició un proceso de normalización que se desarrolla con naturalidad y sin sobresaltos. Tanto en el País Vasco como en Galicia, es fácil elogiar el buen pulso y sentido del Estado de los actuales dirigentes pero no se analiza como merece el valor de los votos que han hecho posible el cambio en el poder. Ha sido el pueblo vasco y el pueblo gallego quienes, a pesar de la fácil presión sentimental, la manipulación informativa y el clientelismo local ha demostrado que una tendencia abrumadora que pudiera dar cierta justificación a un movimiento de fondo independentista era falsa. Los partidos independentistas en Galicia y el País Vasco no eran más que facciones que, en uso de las libertades que garantiza la democracia, sobreviven y coexisten como piezas parciales del juego político al socaire de querencias localistas pero sin capacidad de imponerse y mucho menos romper la unidad constitucional del Estado.

Faltaba solo Cataluña, donde un presidente socialista mal gobierna gracias a la cooperación antinatural de separatistas y radicales antes que con lealtad a sus propios electores. Allí la insensatez y chapucería de los separatistas les tentó a organizar unas sedicentes consultas en poblaciones donde, previamente, habían conseguido éxitos locales y sin garantías legales, control arbitral ni campaña alternativa  y empujando a unas urnas engañosas a menores de edad y emigrantes sin derechos adquiridos, inventaron la falaz idea de una hipotética integración en una Europa que desprecia tales mascaradas. Pues bien, a pesar de estas circunstancias, tuvieron que reconocer que no llegaba al 27 por cien de ciertas poblaciones seleccionadas ‘ex profeso’ quienes consideraron que debían manifestarse a favor de la propuesta nacionalista única. De 700 mil ciudadanos censados en los lugares elegidos por su querencia nacionalista, solo un 20 por ciento se prestó al juego. El resto, el 80 por cien se limitó al desprecio, la indiferencia o el desaire. Cualquiera que conozca el mapa político de Cataluña puede deducir el resultado si la farsa se hubiese realizado, por ejemplo, en Barcelona. Quizá un cinco por cien. Las autoridades socialistas de Cataluña pueden ir meditando con quien quieren ir jugándose los cuartos, si a este juego ridículo de los microestados o a la fidelidad a quienes los votaron por lo que son y no por lo que aceptan para apuntalar una presidencia precaria. En resumen, un paso atrás de los nacionalismos allí donde querían tener más bases, que difícilmente volverán a repetir si no están ciegos. Mal año para los separatismos y, desde este punto de vista, buen  año para España.
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