www.diariocritico.com

Opinión

El ardid globalizador

El ardid globalizador

viernes 19 de marzo de 2010, 11:43h

Los modelos estructurales que dominan actualmente el panorama internacional no hacen más que reforzar esa idea que sitúa el germen de la globalización en lo económico y financiero, cuyo objetivo primordial parece ser la transformación de todos los aspectos de la realidad en mercados, en productos proclives a ser vendidos o comprados. Teóricos como Ignacio Ramonet hablan de la economía cual cúspide del entramado social. Manifiesta el ex director de Le Monde Diplomatique, en su obra La tiranía de la comunicación, que “los tres poderes [...] ya no son los de la clasificación tradicional: legislativo, ejecutivo y judicial. El primero de todos los poderes es el económico. Y el segundo ciertamente es el poder mediático. De forma que el poder político queda relegado a una tercera posición”. Encontramos de este modo a jefes de Estado que, aunque ostentan el poder de la representación, no así el poder fáctico, pues subsisten articulados de manera implícita —y otras veces no tan tácita— por poderosas multinacionales que son las que verdaderamente disponen las fichas sobre el tablero de juego. Empresas transnacionales que, para que nos hagamos una idea, poseen un poder económico superior al de muchas naciones del mundo. Los beneficios obtenidos anualmente por la compañía estadounidense General Motors, considerada en 2009 la tercera productora de automóviles a nivel mundial (sólo precedida por la japonesa Toyota y la alemana Volkswagen), ha llegado a superar el producto interior bruto (PIB) de Dinamarca. Al volumen de negocio de la petrolera norteamericana Exxon Mobil Corporation, calificada por la revista Fortune, tras Royal Dutch Shell, como la segunda empresa con mayor caudal monetario del mundo durante el pasado año, le ha ocurrido lo propio con el PIB de Austria.

     

    Si bien es cierto que una mecánica de la globalización en curso es la desaparición de medidas de control y freno, beneficiando a los capitales que se mueven, sobre todo, en la trastienda de la legalidad, otra es una gran revolución tecnológica que, además de eliminar barreras, provoca un flujo de comunicación universal que se extiende a todos los ámbitos. Exige esto a la sociedad ir conformando una mentalidad crítica que abogue por la reflexión continua, arma contra una de las claves del mundo globalizado y mal endémico de nuestra era: la instauración y expansión del pensamiento único, el cual pone en peligro las identidades culturales de muchas regiones del mundo. “Hasta hace poco las fronteras entre la dimensión local y la dimensión planetaria y entre la periferia y el centro estaban bien definidas. Ahora, de manera creciente, la expansión internacional de las industrias mediáticas ha vuelto realidad el sueño, que para algunos en más de un sentido también es desvarío, que delineaba Marshall McLuhan hace treinta y cinco años. Los productos de las industrias culturales más extendidas pueden ser consumidos en prácticamente cualquier rincón del planeta”, señala Raúl Trejo en su texto “Vivir en la Sociedad de la Información. Orden global y dimensiones locales en el universo digital”. Al respecto, el sociólogo británico Anthony Giddens, en Un mundo desbocado, relata una anécdota que vivió una compañera suya mientras se encontraba en un poblado africano, hace ya algunas décadas, estudiando la vida del lugar. Narra Giddens que una familia de la aldea invitó a su amiga a pasar una velada nocturna en su casa. Ella pensó que iban a instruirla acerca de la cultura local, pero, para su sorpresa, cuando penetró en la morada se encontró frente a una gran televisión y un moderno aparato de video donde en comuna verían, horas más tarde, Instinto básico, filme que aún no había llegado a muchos lugares de Europa, como por ejemplo Inglaterra.

 

    ¿Hasta qué punto es posible ser “libre” en este mundo que nos rodea? Parece una utopía —en ocasiones una entelequia— afirmar, como lo hiciera la por entonces vicepresidenta de la Asociación para la Tasación de las Transacciones y por la Ayuda de los Ciudadanos, la analista política Susan George, que Europa posee la llave para cambiar esto o, al menos, conseguir un tipo de globalización diferente. La preocupación de los dirigentes europeos parece más encaminada a adaptarse al ritmo de la corriente. Bajo el imperio del capital y la supremacía de las transnacionales, el libre mercado se presenta como una estrategia para apoderarse de todo. La privatización de los servicios públicos europeos puede ser un primer paso: el ámbito sanitario, la educación primaria y secundaria e incluso la universitaria (en Bélgica existen ya varias cátedras que llevan el nombre de multinacionales del país). Todo cambia, como dijera Heráclito, pero a su vez todo permanece, como afirmara su coetáneo Parménides: las formas de dominación han variado, pero aún continúan dándose bajo el azote de estructuras de poder, llámense hoy Sony, Mitsubishi, o las mencionadas General Motors o Exon Mobil.

   

 La globalización trae consigo un nuevo poder (económico, financiero) al margen y por encima de las ideologías y organizaciones (políticas, sindicales). Un poder que impone sus leyes <<salvajes>> en el mercado mundial, de tal forma que las personas sólo podamos decidir el medio de transporte en que viajar, pero no el camino a seguir. Porque una cosa es que te cuenten y otra bien distinta es que te tengan en cuenta.

                                                                                     

 José Iglesias

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios