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Memoria ¿para qué?

Memoria ¿para qué?

miércoles 12 de mayo de 2010, 19:35h
La memoria sirve para muchas cosas: Para recordar el ser querido; para identificar nuestro entorno social; para conservar impresiones personales –aquel olor, aquel paisaje-, pero también para recordar los tropiezos y evitar recaer en ellos. La memoria histórica se ha centrado, con acierto, en dignificar a las víctimas del franquismo. También, en un sesgo más académico que no siempre ha llegado al gran público, se han analizado y debatido grandes hechos históricos. Pero lo que queda por hacer es mantener vivo el recuerdo del obstáculo que nos hizo tropezar, para evitar caer de nuevo en él.   Vemos la cresta de las olas, vemos las propias olas, pero se nos esconde el mar de fondo. La actitud implacable del verdadero e insaciable poder económico para no perder ni un ápice del control de la sociedad que lo alimenta de fondos y honores, y las estructuras que mantienen dicha situación –políticos, Iglesia, siervos en general- evitando cualquier inversión de los términos.   En este contexto, el juego democrático incluye fuerzas de diverso tipo –judiciales, educacionales, políticas- que favorecen la permanencia del status quo. Más allá de situaciones circunstanciales, lo realmente importante es la permanencia en el tiempo de las estructuras de poder, invariables a lo largo de los años, factor mucho más importante que el propio país y, por descontado, que su gente. José Maria Gil Robles, político al servicio de dicha conservación, surgido de un partido llamado Acción Popular – ¿les suena?- y líder de la CEDA, decía en sus memorias (No fue posible la paz. Barcelona. 1968. Pág. 60) “la obstrucción tenaz a varios proyectos y la fiscalización constante de la obra gubernativa no sólo impidió que se aprobasen muchas leyes, sino que desgastó extraordinariamente a los gobiernos de izquierdas”. ¿Les suena? Lo de menos era que sólo cinco años después de emplear esta táctica (con especial énfasis en la reforma agraria, el laicismo y el Estatuto catalán), estallara la guerra civil. El verdadero poder, March, Cambó y tantos otros, se cansaron de la vía parlamentaria y pasaron (perdón: hicieron pasar) a la acción. Era imprescindible mantener el poder fuera como fuera. Como decía el propio Gil Robles (El Debate: Madrid. 17 de octubre de 1933) “La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio… Llegado el momento, el Parlamento o se somete o lo hacemos desaparecer”.   Si en aquellos tiempos las olas (que ahogaron tantas vidas y tantas esperanzas) fueron balas de cañón, ahora son bonos bursátiles, menosprecio de las instituciones, bulos y expedientes de regulación de empleo. Olas diferentes para un mismo mar de fondo.     Antoni Cisteró Escritor. Espai Ateneu  
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