Mil millones de dólares, ni más ni menos, ha sido lo que lo ha costado a Canadá acoger este fin de semana las cumbres del G 8 y G20, un auténtico despilfarro en los tiempos que corren. Máxime cuando de lo que van a discutir los líderes de los países más desarrollados del mundo y algunos emergentes, y en balde, es de apretarse el cinturón.
Canadá ha puesto toda la carne en el asador para que todo salga bien gracias a un presupuesto desorbitado. Para que se hagan una idea del derroche, el año pasado se celebró en Pittsburgh (EE UU) otro encuentro de los ‘G’, el desembolso apenas llegó a los 18 millones; en Londres, cinco meses antes, el gasto superó los 30 millones.
Buena parte del derroche tiene que ver con la construcción de una kilométrica valla de seguridad de tres metros de altura reforzada con gigantescos bloques de cemento, la instalación de cañones sonoros para dispersar a los manifestantes que siempre acompañan estas citas y la presencia de hasta 20.000 policías y guardias de seguridad.
Pero nada como los dos millones que ha costado el lago artificial y el pabellón que albergará el centro de prensa en el que trabajarán sólo 150 periodistas que tienen permitido el acceso a Muskoka, de los 3.000 que han tomado Toronto.
Si (
No(
