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De cumbres y campeonatos

martes 29 de junio de 2010, 04:11h

Hay muchas maneras de ver y de calificar el proceder y los resultados de una reunión de jefes de Estado y/o gobierno como las dos que acaban de concluir en Canadá: la del Grupo de los 8 (G8) en los suburbios y la del Grupo de los 20 (G20) en pleno centro de la generalmente plácida ciudad de Toronto.


No sé bien a bien a quién se le habrá ocurrido llamarles “cumbres”, pero con el paso del tiempo y la proliferación de grupos la palabra ha ido perdiendo su significado. Las así llamadas “cumbres” parecen más bien abismos de retórica en los que se pierden los supuestos liderazgos y emergen con cada vez mayor frecuencia las medianías y los protagonismos.


El G-8 es uno de los más homogéneos, pues agrupa a las principales economías del mundo, a los países más ricos, lo cual no necesariamente podemos decir de sus habitantes, pues el ingreso per cápita y la correcta distribución del ingreso no son los principales criterios de ingreso. Sus integrantes son todos ricos y poderosos, pero sus ciudadanos tendrían motivos para dudar del derecho que le asiste a cada uno de los ocho para considerarse miembro de pleno derecho de la “élite” mundial.


Nadie puede discutir lo que hacen ahí EU, Alemania, Francia, Japón o Gran Bretaña, pero tal vez no sea tan obvio lo que hacen en ese grupo Italia o Rusia, cuyo producto interno puede justificar su membresía, mas no así sus prácticas democráticas o su sistema de justicia, por no hablar siquiera del estándar de vida de sus habitantes. Si el único criterio fuera el económico hay ausentes obvios, y si fuera de apego a ciertos valores hay unos que faltan y otros que obviamente sobran.


El G-20 es más representativo, pues incluye a naciones en vías de desarrollo y con distintos niveles de avance en lo que a libertades, Estado de derecho e igualdad respecta, pero es precisamente la diversidad y la variedad lo que supuestamente hace a éste un grupo verdaderamente capaz de discutir en serio los grandes retos globales.


¿Lo es? Los resultados de la recién concluida reunión parecen ser más retóricos que sustantivos, y más allá de los supuestos compromisos, que, como varios de los participantes señalaron, son voluntarios, lo cierto es que los intereses y las visiones son divergentes: para algunos, lo importante es huir de los déficits presupuestales que agobian a las economías que intentan salir de la crisis, para otros el riesgo yace precisamente en restringir el gasto público y el margen de endeudamiento en momentos en que la recuperación es aún frágil y tentativa. Por si hiciera falta subrayar lo relativo del “acuerdo”, se dejó explícitamente libre de cumplirlo a Japón, mientras que un actor que no es precisamente simbólico expresó sus dudas: EU.


No está de más explorar lo que sintieron los anfitriones canadienses, y no me refiero al gobierno del primer ministro Stephen Harper, al que por momentos pareció gustarle esto de la diplomacia y el escenario internacional, con todo y sus raíces aislacionistas. No, al hablar de los anfitriones pienso en los contribuyentes canadienses, que quedaron pasmados ante la factura de las medidas de seguridad implementadas en Toronto para asegurar la tranquila estancia de los dignatarios visitantes en la ciudad más grande de Canadá.


Mil millones de dólares fue lo que costó el enorme enrejado que aisló literalmente al centro de Toronto, así como la presencia de millares de policías y demás medidas que se tomaron para alejar a los manifestantes de la reunión del G-20. Pero el shock del ciudadano común y corriente fue no sólo por el costo, sino por las escenas de una abrumadora presencia policiaca, de medidas desusadas para una nación que se precia de sus libertades como pocas otras en el mundo, de los actos de violencia y de la reacción para muchos excesiva de las fuerzas del orden. Para quien haya seguido la “cumbre” a través de los medios canadienses, la nota fue la presencia policiaca y no tanto los resultados concretos o la ausencia de ellos.


Posdata futbolera: no puedo dejar de referirme al desempeño de la Selección Nacional en el Mundial, y lo resumo en pocas palabras. Lo que vimos es el fruto de la improvisación y de la falta de rendición de cuentas que agobian no solo al futbol mexicano, sino a tantos otros aspectos de la vida nacional. No hay por qué sorprendernos ni mucho de qué lamentarnos, pero tengamos cuidado con las expresiones de xenofobia e intolerancia que ya se escuchan por ahí…


[email protected]/gabrielguerrac

Internacionalista

Opinión extraída del Periódico El Universal 28/06/10

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