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¿Hay negros en Salamanca?

¿Hay negros en Salamanca?

sábado 31 de julio de 2010, 10:29h
Una visita rápida a Salamanca, unida ya a Madrid por una excelente autovía, que atraviesa también Ávila, me destapa el tarro de los recuerdos. ¿Cuántas horitas me costaba viajar de Pamplona a Salamanca, en los años sesenta del siglo pasado, en un vagón – llamado así porque era extremadamente perezoso – de RENFE, una empresa a la que yo entonces odiaba tanto como los romanos odiaban al cartaginés Aníbal? Aquel viajecito, de unos 430 kilómetros,  nos costaba a los viajeros 14 horas con sendos transbordos en Alsasua (Navarra) y en la vallisoletana Medina del Campo. En aquellos viajes odiaba mi pasión por los libros porque transportar aquellas maletas repletas de diccionarios y de libros, exigía una auténtica preparación atlética. ¡Cuántos juramentos llegué a echar en el apeadero de Alsasua, donde, en ocasiones, llegaba a las cinco de la mañana y tenía que esperar allí tres horitas para coger la tartana que nos llevaría a Pamplona!

En los años  que viví en Salamanca la ciudad era una extensión del convento dominico de San Esteban y, según mi memoria, en las tiendas sólo se vendían ornamentos religiosos y tallas de santos. ¿Había en Salamanca, en los años sesenta, fruterías, peluquerías, ferreterías,  zapaterías, tiendas de ropa,  bares, restaurantes, librerías  o cualquier otro establecimiento que vendiera algún producto distinto de los ornamentos religiosos y tallas de santos que comercializaba el convento de San Esteban en cientos de establecimientos de su propiedad extendidos a lo largo y ancho de la ciudad? No niego que, en los años sesenta, hubiera en Salamanca fruterías, peluquerías o tiendas de ropa. Pero juro por lo que es para mí más sagrado – por Vicente del Bosque, hijo de Salamanca – que yo nunca las vi.

Los 200 kilómetros que separan a Madrid de Salamanca se cubren en una hora y tres cuartos. La autovía en el tramo de Ávila a Salamanca es casi un desierto por el mínimo tráfico. Rumbo al Parador de Gredos (Ávila) pasé a nueve kilómetros de Navalacruz, el pueblo natal de Íker Casillas, que, por otra parte, se considera hijo de Móstoles (Madrid). Salamanca me encantó. Pero, en las breves horas que estuve allí, no vi ni un solo negro. ¿Sigue Salamanca sin negros, como en los años sesenta del siglo pasado? Espero que a Salamanca la blanca hayan llegado ya los negros y las negras.

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