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Excelencia bajo la Cúpula

Excelencia bajo la Cúpula

· Presentación del programa de futuro del Hotel Palace de Madrid

jueves 30 de noviembre de 2006, 13:51h
“Como quiero que pases una agradable velada, hoy no daré ningún discurso”. Empezamos bien. Ese fue el primer contacto al entrar en el Hotel Palace donde Marc Lanoy, su director general, presentaba sus planes para el próximo futuro.

Naturalmente se barruntaba un aluvión de canapés, que lo hubo, en efecto, y otro aluvión de personas que, alegremente abarrotó el magnífico escenario que forma el espacio bajo la Cúpula de este emblemático establecimiento madrileño.

Marc, un belga reciclado en hispano-argelino-mexicano, recibía con su mejor sonrisa y sus casi dos metros de altura. A su lado, una esplendorosa Alicia Romay, esposa y ‘asesora personal’ del ‘gran jefe’, no en vano fue la Directora de Marketing y RR.PP. de este hotel en tiempos no tan lejanos.

“Descubre tu mismo, en imágenes, a mi equipo y nuestros planes para el Palace”. Así seguía la tarjeta que nos entregaron antes de entrar. Y a fe que lo pasamos bien. Los canapés, además de su frondosa abundancia, eran excelentes. La Cúpula estaba exquisitamente decorada con unas luces que destilaban aromas navideños sin llegar a enseñar la oreja de la orterez o de la evidencia noeliana: estética refinada, presencia discreta, atmósfera relajada.

Pero vayamos a lo que interesa: los canapés. Una gran mesa redonda ocupaba el centro de la sala. Milimétricamente alineados, miríadas de preciosos canapés gritaban “cómeme”. Porque la vista en este menester, como en otros placenteros quehaceres, es muy importante. Y, claro, ante tal provocación, los canaperos, éste en especial, arremetieron con furia incontenible contra aquel emporio de pecado (la gula sigue siendo pecado, ¿no?).
El ambiente: bullicioso, como corresponde a un grupo donde abundaban los periodistas, los agentes de viajes y otras gentes de mundo, ejem. De vez en cuando alguna cara conocida, la de Luis Rojas Marcos, por ejemplo, destacado psiquiatra español residenciado hace ya años en Nueva York donde triunfa como profesional destacadísimo en los suyo.

Pero no, no se preocupen allí nadie se volvió loco. Tal vez algún pequeño “desquicie” por parte de los camareros (había uno por canapé) que, en un desmedido afán por hacer su trabajo, de pronto te arrebataban el tenedor que todavía no habías usado o se llevaban la bandejita donde un langostino esperaba resignado visitar tus papilas gustativas que se quedaban ‘pasmás’ ante tamaña diligencia.

La bebida, tras la copa de Champán, he dicho Champán, con la que te recibían, eran también abundosas y variadas. Un detalle: si tu vaso estaba ya vacío o medio-vacío, un camarero te lo cambiaba con el mismo líquido sin pedirte ni siquiera permiso ¡abrase visto tamaña desvergüenza!

Por si esto fuera poco, el anfitrión se permitió el lujo de recorrer el cóctel de punta a cabo, saludando a todos y cada uno de los presentes, interrumpiendo con su sonrisa la afanosa deglución en la que sus invitados estaban inmersos: ¡que falta de delicadeza! Si hubiera estado aquí aquel morrosco que se quejaba porque su compañero recogía Rolex en vez de caracoles, hubiera dicho: ¿pero bueno, aquí a qué hemos venido, a charlar o a tomar canapés?

Y qué me dicen de Alicia Romay. No contenta con exhibir su exótica belleza, se había encaramado sobre el escote de un maravilloso vestido negro lo que, lógicamente, reforzaba el bruno recalcitrante de su mirada. Y, claro, como te mirase, el recio hojaldre con el que pretendías rematar la faena, se trocaba en flan y, háganse cargo, este humilde canapero nunca ha sido ni chino ni mucho menos mandarín.

Total, que entre el buen humor, la locuacidad de Marc y el brillo radiante de su esposa, aquello fue el acabose. Sin embargo, inexplicablemente, lo pasamos genial a pesar de que la música era bonita y el vídeo con el ‘programa de gobierno del director’ discreto y eficaz informativamente. Misterios de la vida y del canaperismo impenitente.

Clasificación: Ambiente: 8 (se agradecía mucho la falta de los estragantes famosuelos de la tele de nuestros menudillos). Diversión: 7 (buena música, animada charla pero todo dentro de un orden). Comida: 10 (lo siento pero en esta ocasión este canapero se rinde ante tal demostración de poderío y buen gusto).

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