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A dar vuelta la taba

A dar vuelta la taba

jueves 03 de febrero de 2011, 20:05h

Desde siempre, la incorporación de tecnología a las tareas agrícolas ha tenido que ver con la búsqueda de ganancias empresarias de manera excluyente. Esto no se limita al conocido tema de la sojización y la adopción de paquetes cerrados, de muy cuestionables efectos sobre la fertilidad de los suelos y sobre el medio ambiente.

En una actividad que se ha caracterizado estructuralmente por la necesidad de contar con trabajo manual, gran parte del cual se debe realizar en condiciones de tensión física importante, el reemplazo de ese tipo de tarea por una máquina, solo se produce cuando no se puede contar con trabajadores dispuestos al esfuerzo, que cuesten menos que la opción mecanizada.

En definitiva, se hacen costos, computando la mano de obra al menor valor de mercado asequible y se toman decisiones en base a eso.

En la Argentina, en particular, la disponibilidad de una población importante dispuesta al trabajo golondrina, que es su forma de vida desde hace más de 100 años, junto con la falta de atención al tema de empresarios y gobiernos, ha retrasado la mecanización de tareas como la cosecha de papa; la siembra, el trasplante y la cosecha de varias hortalizas; el desflore de maíz en los semilleros; la cosecha y el secado de la yerba mate, por mencionar solo algunos casos típicos.

En otros países, no por tener empresarios más sensibles, sino por tener menor oferta de trabajo barato, esas tareas están a cargo de equipos de labranza y procesamiento mecánicos.

Resulta claro que para reducir los trabajos pesados y de baja calificación en el campo, que todo el tiempo abren la puerta a la súper explotación y a situaciones degradadas de vida, debería comenzarse por generar programas de acción que apunten a crear oportunidades de trabajo sustentable –en sus propias comunidades de origen– para quienes hoy son la oferta de trabajo golondrina. Tales programas desencadenarían una secuencia virtuosa.

En efecto, si esos compatriotas pudieran vivir dignamente en su pueblo, allí se quedarían. Al desaparecer la oferta de personal migrante, en varias actividades se debería recurrir a personal local –del lugar donde se cultiva–, con mayores exigencias de salario y de condiciones de trabajo.

Si ese personal no existe, aparecerán las máquinas. Si las máquinas ya se usan en otra geografía se empezarán a usar aquí. Si no han sido diseñadas, aparecerán los diseñadores y emprendedores que las producirán. Si la tarea no se puede mecanizar, se pondrá en crisis la actividad y eventualmente deberá ser reemplazada por otra. ¿Qué puede justificar, por ejemplo, producir arándanos en contra estación para vender a Estados Unidos, si la condición para este negocio es tener miles de personas marginalizadas, disponibles para cosechar a mano, fruto por fruto, de sol a sol? Invito al lector a advertir lo importante que es en este caso el lugar desde donde se diseña una política. Si el objetivo es maximizar las ganancias empresarias, estamos donde estamos, con empresarios extranjeros o nacionales, adoptando conductas idénticas, detrás de la mayor ganancia.

Si el objetivo hubiera sido o fuera –puede pasar a serlo dentro de un minuto– mejorar las condiciones de vida de cada comunidad argentina, sea cual sea su actual lugar de asentamiento, todo compatriota podría aspirar a una vida digna en su terruño. Por ese solo hecho, se cambiarían numerosas ecuaciones de costos, llevando a que los empresarios ubiquen su óptimo operativo en otro punto, con menor utilización de trabajo manual y mayor uso y demanda de equipos (con el consiguiente desarrollo de la cadena de producción de maquinarias).

La decisión clave es la política. Se debe tener claro a quien se sirve en las decisiones públicas. En caso de tomarse la decisión a favor de los más humildes, la tecnología pasa a jugar un papel absolutamente clave en la competitividad de los negocios.

En cambio, ¿para qué desarrollar conocimiento y tecnologías si la base de la rentabilidad del negocio reside en la utilización de fuerza de trabajo en condiciones de semiesclavitud? En efecto, de adecuadas decisiones tecnológicas depende poder contar con propuestas correctas para el desarrollo local. También depende de la tecnología poder adaptar o diseñar maquinaria que reemplace al trabajo manual. Finalmente, también son de base tecnológica las propuestas de reemplazo de algunas actividades que no sean viables sin tal trabajo.

En pocos o tal vez ningún escenario se vincula tan claramente la decisión técnica con la calidad de vida de una comunidad. Hace unos 200 años aparecieron los primeros conflictos de este tipo, en que se destruía máquinas porque ellas avasallaban el modo de producción artesanal, que había dado independencia a todo un conjunto de oficios durante siglos, los que ahora pasaban a depender del capitalista.

Hoy, en la Argentina, el conflicto es inverso. Solo se liberará a miles y miles de compatriotas de condiciones de trabajo indignas –se dará vuelta la taba–, si se construye un tejido productivo en sus pueblos de origen.

Ese será el comienzo irreversible de un cambio en sus penosas condiciones de vida, que fueron las de sus padres, las de sus abuelos, las de sus bisabuelos. La Argentina del conocimiento y la modernidad también comienza por allí.

Enrique Martínez
Presidente del INTI

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