Obama y su particular estrategia con Israel

Tras cultivar durante tres años la imagen de político prudente, Barack Obama ha causado sorpresa con el discurso de este pasado jueves, considerado en casi todos los círculos judíos norteamericanos como un ataque a Israel y como un grave riesgo para sus posibilidades de reelección y que encima ha sido recibido con tibieza por los árabes y con escepticismo en el resto del mundo. La política de Estados Unidos hacia Israel tiene repercusiones internacionales pero está anclada en cuestiones internas: si es cierto que el estado judío necesita a Washington para sobrevivir, también lo es que el presidente norteamericano necesita a Israel para su supervivencia política. La propuesta de basar el proceso en paz en las fronteras de 1967, a pesar de que esta es en teoría la política vigente para la región, significaba resucitar algo abandonado desde hace tiempo e ignorar la historia de las últimas décadas y la existencia de un muro construido con fondos norteamericanos. Obama difícilmente podía creer que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu lo aceptara. El discurso llamó la atención antes de empezar, porque se retrasó 35 minutos y estaba anunciado a bombo y platillo, así que los canales de televisión tenían el espacio reservado y recordaban continuamente a la audiencia que esperaban al presidente. Después de oírlo, muchos conjeturan si lo retuvo su secretaria de Estado Hillary Clinton, tal vez opuesta a su contenido. No dejaría de ser irónico: cuando era primera dama, Clinton abrazó calurosamente a la mujer de Yasser Arafat, después de que ésta acusara a Israel de crímenes contra la Humanidad y tan solo giró hacia las posiciones sionistas cuando quiso convertirse en senadora por Nueva York: es el estado con mayor porcentaje de voto judío del país (un 10%) y la ciudad de Nueva York tiene la mayor población de origen judío del mundo, por encima de cualquier ciudad en Israel. Detrás de Nueva York , la presencia judía, con un 6 y un 4.6% del voto, es muy elevada en California o Florida, también estados clave para la victoria presidencial y que podrían abandonar a Obama en noviembre del año próximo. No se trata solo del número de votos, sino también de la influencia de organizaciones judías o del apoyo que gozan entre los fundamentalistas evangélicos: con más de 70 millones son cerca del 25% de la población del país, casi todos ellos entusiastas amigos de Israel. Y está la capacidad judía de conseguir donaciones. Ya han advertido que podría ser difícil recaudar fondos para la campaña de un presidente que no apoya la causa de Israel. Obama proyecta donaciones de mil millones de dólares, imposible de conseguir sin el apoyo judío… que los republicanos están impacientes por recoger. La cuestión es por qué Obama corre semejante riesgo. Una teoría es que quiere aprovechar el impulso de las protestas democráticas del Medio Oriente y cree que la popularidad conseguida por la muerte de Bin Laden la protege ante la opinión pública interna. Sería sorprendente que piense así: El primer presidente Bush, a quien la caída del imperio soviético y la victoria en la guerra de Irak le dieron índices de popularidad del 90%, se lanzó a presionar a Israel para que negociara con los palestinos. El líder de AIPAC, la mayor organización judía del país, prometió lanzar todos sus recursos a derrotarlo. Año y medio más tarde, Bush perdió estrepitosamente ante un desconocido gobernador de un pequeño estado sureño, sin haber conseguido su propósito en Israel. Tal vez Obama piensa que el voto judío es generalmente demócrata y tiene más probabilidad de maniobra, o que falta año y medio para las elecciones y la memoria del electorado es corta. Quizá tenga razón, pero de momento su gesto parece un sacrificio inútil porque no ha generado entusiasmo en el mundo árabe y, en cambio, el tiempo apremia para que vuelva al redil de la ortodoxia política…si no quiere traspasar la Oficina Oval en enero del 2013.