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Un país de especuladores

Un país de especuladores

sábado 13 de agosto de 2011, 14:06h
Competencia, tanta como sea posible, e intervención, tanta como sea necesaria. Este principio político del socialdemócrata alemán Willy Brandt ha adquirido estos días plena validez, a medida que los reguladores de distintos países decidieron poner coto a la especulación salvaje que dominaba las bolsas y los mercados de deuda. Lo que nadie ha explicado es la razón por la cual se ha tardado tanto en hacer frente a quienes provocan caídas de valores empresariales o subidas de bonos por puro afán especulativo, sin la menor consistencia económica y con la ayuda de misteriosas agencias de calificación que si algo atesoran son errores garrafales. Ante este desolador panorama político y financiero, adquiere aún más valor el principio de Willy Brandt, en la medida en que prueba que ahora no hay ideas como las suyas ni líderes políticos de su talla. Ni siquiera en Alemania, que es el motor económico y político de Europa. Si los llamados bajistas toman prestados títulos de una compañía, que tendrán que devolver en un futuro, y los venden en la Bolsa para recomprarlos cuando hayan caído hasta los niveles esperados, es porque pueden hacerlo, ya que ellos a continuación tienen que devolver esas acciones a la entidad o inversor que se las prestó para especular. Hablamos, por tanto, de personas con nombre y apellidos y también de empresas que se prestan a ese juego -no de seres invisibles-, y se supone que alguien estará vigilándolas. ¿O no? Desde 2010, la CNMV exige que le comuniquen toda posición corta que supere el 0,2% de cualquier valor cotizado pero ese dato no trasciende, ya que solo están al alcance de la gente las inversiones bajistas que excedan del 0,5% del capital. Visto lo visto, no estaría mal revisar esos porcentajes, al margen de acotar este tipo de inversiones y de identificar públicamente a sus insolidarios protagonistas. Pero con este asunto pasa un poco como con las auditoras. Casi todos los agujeros que surgen, incluso en las cajas de ahorros, saltan por sorpresa, rara vez porque una auditora los haya advertido. A diferencia de lo que sucede en países anglosajones, aquí nunca pasa nada.
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