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A cristazo limpio

A cristazo limpio

jueves 03 de enero de 2008, 10:45h

Por lo general, en caso de conflicto, cabría esperar que el más sensato ejerza como tal. Es lo propio en sociedades de seres más o menos racionales. Bueno, siempre y cuando no se trate de España donde para combatir un despropósito solemos recurrir a otro de similar o mayor calibre.

Los obispos católicos nos han amenizado la salida y la entrada de año con su concentración y sus llamadas a luchar contra el laicismo que preconiza el nuevo Anticristo leonés. Si para ello hay que suspender en la villa de Madrid la misa de una del pasado domingo, se suspende y aquí paz y allá gloria. Si, además, hay que recurrir a falsear los datos de asistencia, pues los prelados convocantes, se supone que a mayor gloria de Dios y por el bien de las almas, lo hacen. Si el bueno de Jesús de Natzareth, según se recoge en los Evangelios sinópticos, multiplicó los panes y los peces, dos mil años después, los obispos españoles, sucesores de los apóstoles, multiplican los asistentes a la celebración en pro de la familia y en contra del actual Gobierno.

Ya tenemos, pues, el gran despropósito servido. Poco menos que a cristazo limpio, un sector minoritario de la sociedad (el día 30 de diciembre, convocaba el Arzobispado de Madrid y secundaban la convocatoria 42 obispos más) intenta imponer su verdad al resto de la sociedad española. Naturalmente, mientras se mantengan las más elementales normas de convivencia, los católicos españoles –o los filatélicos, o los jugadores de petanca— son muy dueños de salir a la calle a manifestarse como crean conveniente. Y las administraciones públicas están para facilitar el ejercicio de ese derecho. El respeto a las opiniones de los otros, por estrafalarias que nos parezcan, es la esencia de la democracia.

Pero cuatro decenas de obispos y unos cientos de miles de personas sólo se representan a sí mismos. Ni siquiera pueden hablar en nombre de todos los católicos españoles. Y mucho menos en nombre de una Iglesia, la católica, que pese a sus estructuras internas de poder y de jerarquía, ni es tan monolítica, ni mucho menos tan fanática. Gracias a Dios, por supuesto.

El del pasado domingo, por tanto, fue un acto político. Y como tal no tiene por qué alarmarnos, por muy apocalípticos que fueran tanto el discurso como el correlato. Un sector del episcopado español ha entrado en campaña política. Y el PSOE, combatiendo despropósitos con otros despropósitos, toma el rábano religioso por las hojas episcopales y se lanza (con escaso o nulo bagaje dialéctico) a rebatir el conjunto de esperpénticas sandeces civiles proferidas por labios eclesiásticos. En Ferraz desconocen el corpus ideológico a partir del cual razonan –es un decir—los mensajes de quienes se consideran depositarios de la Verdad Revelada. Porque lo peor de la nota –por otra parte esperada—de la ejecutiva del PSOE es haber entrado en el juego de la trascendencia que los obispos pretenden dar a su acto político.

En una sociedad avanzada –pese a todo la nuestra, la española lo es—las confesiones religiosas, quiérase o no, ejercen como lobby. Forma parte del pluralismo. Y que las confesiones religiosas hagan política, por archisabido, es algo que debería dejar de sorprendernos. Desafortunadamente, a veces, los socialistas acaban comportándose como niños de coro, como monaguillos. Laicos, eso sí.
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