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Dictadores de temporada

jueves 04 de enero de 2007, 22:47h

El 28 de abril de 1937, Tikrit, ciudad del norte de Irak cuna de Al-Nāsir Salāh ad-Dīn, conocido en Europa como Saladino, veía nacer a Saddam Hussein quien sería el hombre de acero del régimen iraquí desde su golpe de estado en 1979 a la invasión de las tropas americanas en la primavera de 2003, que alegóricamente derribaron con gran estrépito su estatua en la plaza Al-Ferdaous de Bagdad. El dictador sería descubierto en diciembre de ese mismo año escondido en un sótano cercano a su localidad natal y lejos de los suntuosos baños con grifería de oro que poseía en su palacio presidencial. Tras dos años de juicio en el que fue condenado a muerte por crímenes contra la humanidad, Hussein, con una entereza anímica sorprendente, moría en la horca el 30 de diciembre de 2006.

Sin embargo, para Saddam, la suerte no fue siempre esquiva. Al contrario. Durante los años 80, Irak fue un aliado muy valioso para Estados Unidos. La contención de la teocracia islamista iraní surgida en 1979 a raíz de la revolución jomeinista, que derrocó a Mohhamed Reza Pahlavi, el último Sha de Persia interpuesto a su vez por el propio Estados Unidos en 1953 ante la intención del entonces primer ministro persa de nacionalizar los recursos petrolíferos iraníes, fue razón más que suficiente, junto al abundante petróleo iraquí, para que de 1980 a 1988, Estados Unidos suministrara armamento pesado y diera asistencia tecnológica y financiera al régimen de un complaciente Saddam. El propio Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa con George W. Bush, aparece en una instantánea tomada en Bagdad del 20 de diciembre de 1983 estrechando la mano de un sonriente Saddam.

Hussein, sin embargo, tentó su suerte invadiendo Kuwait en 1990. Su situación privilegiada empeoró además por el nuevo entendimiento entre Estados Unidos y Arabia Saudí, lo que hizo del díscolo Saddam una pieza prescindible del ajedrez mundial. En diciembre de 2006, Estados Unidos ha dado jaque mate.

Sin embargo, ¿ha acabado realmente la partida? ¿Ha servido para mejorar la situación en Irak la ejecución de un cruel dictador como Hussein? Friedrich Nietzsche advertía del peligro que conlleva luchar con monstruos y de la facilidad de, en esa batalla, convertirse uno mismo en monstruo. Porque hemos de recordar que cuando miramos dentro del abismo, el abismo nos devuelve la mirada.

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