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Otros mundos

lunes 11 de febrero de 2008, 14:09h
Un 80 por ciento de los jóvenes menores de origen marroquí que se atienden en centros sociales madrileños vienen de Tánger. La ciudad africana vive una realidad a la que no es ajeno el Ayuntamiento madrileño. De hecho, desde esta institución se han invertido, en los últimos años, más de dos millones de euros en diferentes programas de cooperación al desarrollo. ¿Con qué objeto? Básicamente, enseñar un oficio a niños y mujeres, de manera que puedan valerse por sí mismos, ser autosuficientes, generar la riqueza bastante como para vivir en su entorno, e incluso dar trabajo a los suyos.

Hay cursos de electricidad, de mecánica del automóvil, de hostelería, y especialmente dedicados a mujeres, de cocina y corte y confección. No por discriminación, sino por condicionamiento cultural: la alfabetización de las féminas se hace venciendo muchas resistencias familiares, y es el camino para darles a conocer otras realidades, como la existencia de derechos de igualdad, la importancia de la autonomía y la posibilidad de alcanzarla con el esfuerzo personal.

Muchas veces nos preguntamos a dónde van a parar nuestros impuestos, los que pagamos todos los ciudadanos. No siempre es fácil visualizar cómo estos recursos se transforman en realidades tangibles. En el caso de la cooperación, es sorprendente cómo cantidades de dinero no demasiado elevadas –comparadas con las que se emplean para desarrollar iniciativas lúdicas o de ocio, muy gratificantes y formativas pero no de primera necesidad- consiguen darle la vuelta a una situación social complicada. En el caso de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, en cooperación con determinadas ONGs de España y de Marruecos, están realizando una labor encomiable y muy útil, que abre un camino de esperanza a cientos de niños y jóvenes, y también de mujeres, que hasta el momento veían muy reducidas sus posibilidades de  prosperar.

Desde determinados puntos de Tánger es posible ver la península, a simple vista: sólo hace falta que salga un día claro. Ver tan cerca, tan a mano, una realidad que parece mejor es una tentacón difícilmente superable. Sobre todo si en el entorno no se encuentran ofertas que resulten atractivas. La cosa cambia cuando desde una ciudad económicamente desarrollada como Madrid, se presta de forma solidaria ayuda y formación a colectivos que la necesitan. De este modo, el esfuerzo que se realiza tiene un efecto boomerang que revierte también sobre la propia capital española.
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