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Autocrítica

Autocrítica

sábado 12 de julio de 2008, 10:33h
Por Fernando Jáuregui

Impresentables. Y nosotros, aquí, en este modesto Diariocrítico.com, los primeros. Estamos absortos con el espectáculo de la bobería política nacional, lamiéndonos las heridas porque la cesta de la compra nos resulta más cara, cabreándonos con los productores y los intermediarios del petróleo porque llenar el depósito se ha puesto por las nubes, y seguramente tenemos razón para todo ello. Pero, con tanta preocupación por nosotros mismos, porque si la Nebreda ha quedado aparcada en Cataluña, o San Gil no ha acudido en Bilbao, o si la crisis se llama crisis, o si son miembras o podencas, con tanta discusión sobre si un ministro que tiene un centenar de corbatas en el armario se pone o no una de ellas, hemos dejado de estremecernos ante el espectáculo de esos pobres seres humanos, que son como nosotros pero negros y muchísimo más pobres, que llegan a nuestras costas, las de los bañistas, las de los yates de recreo, unos muertos y otros medio muertos. Mezclados unos con otros, casi indistinguibles unos de otros. Y ahí estamos, haciéndole el juego a Berlusconi y a gente como él, pensando a ver cómo nos deshacemos de los supervivientes y los largamos de nuevo hacia las playas del hambre, donde los europeos cresos y ricos llevamos tantos siglos sin hacer nada, una vez esquilmadas las riquezas y abolida la esclavitud que importábamos de aquellas tierras.

Increíble, pero cierto: seguimos con técnicas medievales, recibiendo y rechazando a gentes que merecerían, aunque no fuese más que porque se juegan la vida en cada aventura, un trato diferente, otra consideración que la de huéspedes indeseables, casi ladrones de nuestra seguridad y de nuestro bienestar. Ya sé, ya sé que no podemos acogerlos a todos, pero aquí se han quedado muchos más mafiosos europeos y latinoamericanos, mucho más perjudiciales, en el fondo, para la economía nacional, y nadie ha protestado, que yo sepa. Total, mientras paguen las facturas y consuman, consuman…

Haga usted el favor de no llamarme demagogo porque casi se me saltan las lágrimas de indignación cuando he visto esa fotografía de la agencia Efe, seguramente difundida con vocación disuasoria, en la que vivos y muertos se entremezclan, se confunden; puede que los vivos hayan llegado casi tan muertos, en sus frágiles esperanzas, como los que no sobrevivieron al mar. Los titulares de los periódicos ya están –estamos—a otra cosa: que si Mohamed es culpable en el fondo de esto de las pateras –no lo creemos: el culpable se llama hambre--, que si pidió Ceuta y Melilla en el aniversario de Perejil a cambio de reprimir a las mafias que negocian con los subsaharianos…Y luego, ya del todo en otro plano, que si Basagoiti, la Cospedal, Solbes equivocándose de nuevo en sus predicciones. Qué se yo. Hemos relegado la imagen y la noticia porque ya se nos ha hecho costumbre que, en verano, aprovechando la bonanza, hay más que se arriesgan en la lotería de la muerte y se aventuran a venir por acá, a ver si pillan unas migajas. Nos hemos acostumbrado, definitivamente, porque la imagen de lo tremendo, repetida, ya no impresiona, parece vulgar. Como si cada tragedia no fuese única, irrepetible, lo mismo que cada ser humano.

¿A cuántos se habrán tragado ya las olas sin que nos enteremos? ¿Hasta cuándo van a seguir los europeos, tan preocupados por lo suyo, dando la espalda a una realidad insoslayable? ¿Cuántos veranos y pateras más serán precisos para que de una puñetera vez gobierno y oposición –a ver, ahora que se van a encontrar Zapatero y Rajoy en La Moncloa—, y Llamazares, y Duran, y Urkullu, y El País, y el ABC, y El Mundo, y La Razón, y Jiménez Losantos y Herrera, y Del Olmo, y aquí, en este modesto esquife y en otros esquifes digitales, y en A3, y en TVE, y en todas partes, lancemos un clamor unánime a Bruselas, a la Roma del payaso, al Berlín de la canciller de amianto, al París del saltimbanqui, para que se enteren de que no estamos dispuestos a consentir ni una fotografía más de estas? ¿Para que empecemos a invertir allí algo, significativamente algo, de lo que nos sobra aquí –sí, hombre, sí, con crisis y todo nos sobra--?

¿Que es muy fácil decirlo desde aquí, mientras preparamos las vacaciones? Será mejor, pienso yo, que no decirlo. Pero es lo que venimos haciendo hasta ahora: no decirlo. Impresentables todos, y nosotros, aquí, los primeros. No saben ustedes cuánto siento tener que utilizar este recuadro, donde habitualmente queremos provocar apenas una sonrisa de conmiseración o de indulgencia, o, como mucho, un pequeño sobresalto de cabreo, no saben, decía, cuánto lamento emplearlo hoy para molestarles con un grito de horror. El que me ha suscitado esta mañana ver casi todos nuestros medios, tan impresentables, mirando hacia otro lado, editorializando sobre otra cosa, incapaces de vibrar de espanto y de dolor. Y nosotros, perdón, ya decimos: los primeros. Perdón.

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