Unidos contra la crisis

Negar la crisis fue un error del presidente del Gobierno; tal vez pensaba que no mencionarla motivaría un exorcismo frente a los pronósticos agoreros del PP. Ahora la amenaza se llama ya recesión. Cada día es peor que el anterior en los pronósticos de los expertos y el desplome continuado de las bolsas es un sendero hacia la catástrofe. Se habla ya de una de las peores crisis de la historia reciente, porque en realidad son muchas crisis superpuestas.

   El precio del petróleo sigue una escalada imparable sin que ninguna de las potencias mundiales considere la intervención en los mercados de futuros donde los especuladores ya hacen el agosto también con los alimentos básicos de la humanidad. La demanda no crece tanto como los precios, de lo que se deduce que es un fenómeno fundamentalmente especulativo. Jugar a futuros se ha convertido en el deporte de cualquier broker aficionado. El estrecho de Gibraltar y las costas de Canarias se siguen tragando a los inmigrantes desesperados. Europa sólo se blinda; no se compadece. NO hay remedio más que en el voluntarismo del 0.7 por ciento del PIB para cooperación.

   El panorama es tan sombrío que necesitaríamos concertar las fuerzas políticas y sociales para hacerle frente. Pero para tener crédito, el compromiso de ayuda mutua tendría que tener una cláusula de reparto para la próxima bonanza; si no, el ciclo es agotador: cuando vienen mal dadas, todos juntos. Luego, los poderosos se aíslan y se quedan con los réditos de los tiempos buenos. Para empezar el presidente debiera ser claro y preciso: no hay dinero en los circuitos financieros, la inflación está disparada y el paro va a aumentar mientras grandes sectores de la economía, sobre todo los derivados de la construcción, se hunden en el abismo y arrastran empleos e industrias auxiliares.

   La vuelta del verano será en medio de suspensiones de pago y crisis empresariales. Los políticos debieran pensar en la unidad como antídoto para una situación de emergencia. Falta comprobar si todavía queda grandeza, aunque sea en forma de salvavidas.