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El Rey acierta sobre la división de la sociedad española, pero ¿cuál es la causa?

lunes 26 de diciembre de 2022, 09:54h

Afortunadamente, en su tradicional mensaje de Navidad, el Rey Felipe VI ha decidido no ocultar un problema básico que hoy afecta a la sociedad española: su profunda división sociopolítica. Desafortunadamente, al no hacer un análisis de las causas de esa división, algo que difícilmente podía hacer en ese mensaje, sólo ofrece como superación de esa división un ejercicio de voluntad, que bien pudiera parecer voluntarista.

Parece necesario, por tanto, reflexionar un poco sobre los orígenes de esta profunda división política, que hoy amenaza con fragilizar el orden constitucional. Creo que hay dos ángulos que permiten tratar este espinoso asunto.

El primero de ellos refiere a la agudización de la división sociocultural existente, la profunda división de visiones de mundo que hoy se muestra no sólo en España, sino en la mayoría de las sociedades europeas y de las Américas. Después de amplias mayorías de orientación conservadora y progresista, la primera a fines del pasado siglo (en torno a lo que se identificó como ideología neoliberal triunfante) y la segunda, de matriz progresista, desde el inicio del presente siglo, se está manifestando un empate ideológico y cultural, que divide a los países prácticamente por la mitad (desde Estados Unidos a Brasil, en las Américas, y desde las sociedades centroeuropeas hasta la antaño progresista península escandinava, en el viejo continente). Todo indica que muchas de las asunciones progresistas se hicieron sin el consenso de la mitad conservadora de la sociedad, lo que provocó un sordo resentimiento que ha acabado por salir a la superficie. Eso ha sido canalizado como una rebelión contra las elites progresistas, como sucedió en el mundo anglosajón (Brexit, fenómeno Trump, por ejemplo).

Desde esta perspectiva, la superación de la actual división procedería del desarrollo de una nueva mayoría sociocultural, fuera ésta de orientación conservadora o progresista. Sin embargo, esta posibilidad no parece fácil en el corto plazo. Todo parece indicar que la división de visiones de mundo continuará por un tiempo prolongado.

El otro ángulo de análisis consiste en pensar la superación de la división y polarización política, aceptando la existencia de ese empate sociocultural actual, mediante una puesta en valor de un proceso de negociación entre las dos partes de la sociedad que tienen valores claramente distintos. En realidad, algo de eso se puso de manifiesto en la transición. Manuel Fraga y Gregorio Peces-Barba mantuvieron sus respectivos parámetros ideológicos, sin ocultar las diferencias, pero fueron capaces de proponer unas reglas del juego (la Constitución) en cuyo contexto pudieran jugar tanto unos como otros. Cierto, la sociedad española se orientaba en un sentido mayoritariamente progresista, lo que se acabó traduciendo en una victoria electoral socialista, que se prolongó en el tiempo. No existía un empate tan claro como el de hoy a nivel sociocultural. Pero, en cualquier caso, la hipótesis sigue siendo válida: ¿es posible una superación de la actual división sociopolítica, mediante una voluntad de negociación entre las dos visiones de mundo en que hoy se divide radicalmente la sociedad española?

En principio, no habría razón por la que esa hipótesis no fuera posible. Sin embargo, a la vista del escenario actual, parece necesario considerar la existencia de poderosos obstáculos incapacitantes, no sólo retóricos sino factuales. Es decir, no sólo hay que examinar los discursos favorables al consenso de ambas partes, sino los hechos políticos que dificultan el entendimiento. Y, dado que estamos en el campo de los actores políticos, hace falta observar a las fuerzas que sostiene el gobierno y la oposición.

En el campo del PSOE de Pedro Sánchez, el hecho político principal obstaculizante refiere a la alianza con minorías contrarias a las actuales reglas del juego, es decir, a su dependencia de los que cuestionan la Constitución. Obsesionado por el juego de las mayorías parlamentarias simples, que le permitieron formar gobierno, Sánchez no parece considerar seriamente lo que implica su alianza con fuerzas no constitucionalistas para el propósito de avanzar hacia una negociación de políticas d Estado, que permitieran superar la división política, aceptando las diferencias socioculturales. No se equivocaba Sánchez cuando aludía a posibles insomnios políticos, pero no en términos personales sino en cuanto a las consecuencias para el país.

En el campo del principal partido de la oposición, el Partido Popular, el obstáculo más relevante refiere a su concepción unilateral de la vida política. Pareciera que está dispuesto a correr el riesgo que significa esa idea tan criticada de “no importa que a España le vaya mal si conseguimos que al Gobierno le vaya peor”. Pareciera que tiene una confianza absoluta en que la tensión política nunca afectará a la arquitectura institucional del país. Aunque, claro, siempre quedará la sospecha de si le importa en serio la suerte del país. Lo cierto es que ese presupuesto optimista de que la institucionalidad aguanta cualquier cosa, se ha mostrado evidentemente erróneo en la presente crisis.

No parece posible esperar que estas fuerzas políticas cambien su actual dinámica de actuación política, a partir de sí mismas. Todo indica que deben ser empujadas desde su exterior. Ya sabemos que no hay un tercer contendiente con fuerza suficiente para jugar ese papel y con voluntad de hacerlo (Ciudadanos dejó perder su oportunidad cuando pudo). Habrá que ver si la ciudadanía se vuelca a favor de empujar a sus representantes hacia una recuperación del sentido de Estado. A ese respecto, la vieja cultura política de banderías constituiría el mayor obstáculo.

En ese contexto, el mensaje de Felipe VI es un importante llamado de atención. Y la reacción de socialistas y populares, compartiendo su acuerdo con el discurso real debería ser un síntoma de que su propio cambio es posible. Resulta lamentablemente paradójico que ambas fuerzas políticas estén de acuerdo en el espíritu de concertación del Rey y luego sean en la arena política los protagonistas de la polarización que ha acabado afectando al orden constitucional. Y, desde luego, no tiene mucho sentido esperar que la división política que subraya al Rey sea resuelta mediante la superación del actual empate sociocultural que experimenta el país y buena parte del mundo.

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