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A Manuel Marín

A Manuel Marín

jueves 29 de noviembre de 2007, 17:08h

A sus 58 años, a Manuel Marín un manotazo duro, un empujón brutal le ha derribado. Nunca antes a ningún presidente democrático de las Cortes Generales le habían tratado de forma tan homicida, y en verdad que, con sus blancos y sus negros, Marín no se merecía el golpe helado que le ha propinado su propio partido. Si no como político –que también-, como persona se ha hecho acreedor de un trato más ponderado, más respetuoso, más humano. Al menos por los suyos.

Manuel Marín no ha sido un mal presidente del Congreso. Es más, ha estado a la altura de las circunstancias en una de las más difíciles legislaturas que se recuerdan. Una legislatura que nació tras el atentado terrorista más terrorífico que se ha producido en Europa y en la que el PP no llegó a admitir en ningún momento su propia responsabilidad en la derrota electoral. Se estará de acuerdo con esta última afirmación o no, pero de lo que no cabe duda es de que la oposición montada por el trío Rajoy-Zaplana-Acebes ha sido una de las más aceradas de la reciente historia democrática española.

Y en ese Congreso revolucionado, con las uñas de sus señorías más afiladas que las de los leones que guardan la Puerta del Rey, Marín, incluso con sus días grises, ha sabido navegar peligrosamente entre dos aguas plagadas de tiburones. Desde luego, no se merecía lo que le ha hecho personalmente Rodríguez Zapatero en este día, para él nefasto, es de suponer.

Si Grupo Socialista hubiera sabido con anticipación qué tipo de oposición le aguardaba, probablemente no se hubiera decantado por este ciudadrealeño, doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, diplomado en Derecho Comunitario por la Universidad de Nancy y diplomado en Altos Estudios Europeos en el Colegio Europeo de Brujas (Bélgica), amén de muchísimas otras cosas más.

Y no se hubiera decantado por Marín porque hubieran pensado los suyos –y hubieran pensado bien- que para sus intereses de grupo no cabía la figura de un caballero de acendrada educación, de un esteta de la política que pretendía acercar Europa a una España que sigue siendo cainita. Entonces habrían llegado a la conclusión de que lo que se necesitaba para los intereses grupales era un galgo ladrador, barriobajero llegado el caso, que actuara en gran medida como la propia oposición. Alguien parecido a la ministra ‘Maleni’ Álvarez, para entendernos.

Dicen que ‘el español piensa bien, pero piensa tarde’. Y algo de lo que se dice en el párrafo precedente ocurrió, por ejemplo, con el ex ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar. Algunos están ahora entusiasmados con su sustituto, el ministro Mariano Fernández Bermejo, e incluso suspiran: “¿Por qué no se nombró a Bermejo desde un principio y nos hubiéramos ahorrado tanto sufrimiento en ese Departamento?”. Piensan, sin duda, en cómo el PP ha sido capaz de frenar toda la reforma zapaterista en ese campo, incluyendo el bloqueo en el Consejo General del Poder Judicial y en el Tribunal Constitucional, amén de muchas más cosas. Y mientras López Aguilar mantenía las formas políticas –no hablo de ‘logros’ en Justicia, que parece hubo pocos- Fernández Bermejo se los come. A los del PP, claro.

Pues algo parecido parecen pensar ahora algunos respecto a Manuel Marín, un buen presidente y una buena persona, pese a sus ‘días grises’, que también los tiene, acaso con alguna frecuencia. Marín intentó con total honradez sacar adelante su gran proyecto: la reforma del Reglamento del Congreso de los Diputados. Pero en verdad que se lo frenaron sus propios compañeros de grupo y los ‘socios’ de su Gobierno. Marín intentó una política de manga ancha –lo que Rodríguez Zapatero no se cansa de denominar como ‘talante’- en los debates de ese Parlamento revuelto. Pero, claro, ¿quién puede poner orden en un circo? Marín intentó frenar con educación caballeresca la ofensiva de Tardá prolengua_catalana. Marín intentó… intentó lo que no consiguió: agradar a hunos y a hotros.

Y el pago que le han dado es el mismo que el que recibieron los combatientes de la I Guerra Mundial en La paga de los soldados, de William Faulkner. Es decir, que le anuncien la muerte en vida, que le desprestigien personal y políticamente presentando a bombo y platillo, en una mala puesta en escena pesoística, a su sucesor cuando la legislatura ni siquiera ha terminado, que le entierren vivo. Es, sin duda, un acto calculado; pero un acto calculado de una maldad increíble.

Algunos dirán: ‘Bueno, pero le sustituye otro manchego’. Ya, ¿y qué? también Santa Teresa de Jesús nació en Ávila y de ahí es Angel Acebes.

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