Enhorabuena, Joe

Lo pasabas mal cuando te reunías con el grupo de amigos, más o menos 'progres', que admitían su admiración por la música, la literatura o el cine de tu país- últimamente por la series de televisión-,pero que no ocultaban una fuerte dosis de antipatía por la proyección política de tus gobernantes. Tú no había invadido Irak -de hecho, estuviste en alguna manifestación contra esa guerra-, ni, con tus ingresos como profesional medio, habías contribuido en lo más mínimo a las corrupciones de Wall Street. Llegaste a una de nuestras tertulias avergonzado porque todo un veterano senador, aspirante a la presidencia de tu gran nación, ignorara quien era el jefe del gobierno de España y su condición de aliado.

Desde hace unos meses te vimos recobrar la confianza. Exhibías un pin con el rostro de ese hombre joven, negro, por cierto- “qué más da el color, lo importante es su mensaje de cambio”, nos puntualizabas- y nos discurseabas sobre sus cualidades para movilizar a la sociedad norteamericana en torno a valores “que vosotros compartís” que suponían la aproximación de las clases sociales o la garantía de la sanidad pública, pero sobre todo enfatizabas su capacidad para devolver la ilusión y el protagonismo de los ciudadanos- el “nosotros” frente al “yo”- en la larga y muy democrática carrera hasta el triunfo electoral. “He mandado cincuenta dólares para su campaña”, nos confesabas. No querías que tu futuro presidente tuviera demasiadas hipotecas que pagar si llegaba a la Casa Blanca. “Que esté en deuda con nosotros, con los miles de voluntarios que le han apoyado, con los que actuamos, también aquí, en España, como sus agentes electorales sin esperar nada a cambio”.