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Aire nuevo en los escaños viejos

Aire nuevo en los escaños viejos

sábado 05 de diciembre de 2009, 11:43h
Han ocurrido cosas verdaderamente trepidantes en estos últimos siete días: el secuestro de tres cooperantes en Mauritania, el viaje de ida y vuelta de la activista saharaui Haidar, las protestas de los músicos, las meteduras de pata de la ministra de Cultura –o de quien le coló el gol a la ministra—con los internautas, el debate sobre la Ley de Economía Sostenible, la polémica sobre la retirada de crucifijos en las escuelas públicas…Temas que, cada uno de ellos, daría no para una crónica apretada como esta, que quiere ser un resumen personal de mis apuntes de periodista sobre lo ocurrido durante la semana; cada una de estas cuestiones daría de sí para un libro. El libro de una semana agitada y caótica, de rectificaciones apresuradas por parte del Gobierno y de socarronerías más o menos ingeniosas para una oposición que se va viniendo arriba según van declinando el año y la coordinación gubernamental.

Sin embargo, de la multitud de imágenes con las que la actualidad nos ha regalado a los periódicos estos días, me quedo especialmente con una: la del joven de diecisiete años Javier Borderías, impecable con su corbata roja y su traje azul, hablando en el atril del Congreso de los Diputados. Borderías era uno de esas decenas de estudiantes a los que les tocó en suerte celebrar, al modo melifluo en el que estas cosas se celebran en España, un nuevo aniversario de la Constitución. El papel de Borderías consistía, lisa y llanamente, en leer un artículo de nuestra Carta Magna, el dedicado a los sindicatos. Pero las intenciones secretas del joven iban mucho más allá: consistían en lanzar, a continuación, una filípica contra el funcionamiento sindical en España, un funcionamiento en el que las centrales “bailan el agua” al Gobierno, dijo, mientras la vicepresidenta de la Cámara y presidenta en funciones, Teresa Cunillera, le reprendía y trataba de acallarle.

Claro, había entrado un soplo de aire fresco a un Parlamento tantas veces –cuánto lamento decirlo—sesteante, instalado en el reglamentismo y en el protocolismo, si es que tal palabro, que debería ser incluído en el diccionario de la Real Academia, es lo que ilustra lo que quiero decir, que me parece que sí. Cunillera, como sin duda habrían hecho sus colegas en la Mesa, también acaso el presidente Bono, que suele volar más por libre, cumplió con su deber: impedir la protesta, civilizada y pausada por otra parte, del díscolo joven. Cerró de golpe la puerta a esa brisa nueva que recorrió los escaños. Faltaría más.

No iré más allá en este comentario, porque temo que se me entiende todo. Pero dígame usted si encuentra una razón mejor, analizada esta y otras fotografías de las últimas semanas, para pedir que de una vez se empiece a pensar en reformar la Constitución para adaptarla a los nuevos tiempos.  Y para que el joven Borderías, a quien parece que el apellido le imprime carácter, se sienta a gusto con la ley fundamental y con el país que va a heredar.

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