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Más ruido que soluciones

Más ruido que soluciones

viernes 08 de mayo de 2009, 19:56h
Cierto que, en el ámbito económico, hay al menos dos grandes cuestiones abiertas a las que no puede ser ajeno el Debate sobre el Estado de la Nación: la crisis financiera y económica, y el modelo de financiación de las Autonomías. Pero es también evidente la estrecha inter-relación de ambos temas. Conviene advertir que, por su formato y por su propia raíz y entidad, es un debate político, en términos políticos y de consecuencias políticas. Será pues en torno a las implicaciones políticas de la economía, y no a la gestión misma de la economía, donde se producirán las mayores confrontaciones, y no desdichadamente en lo relativo a medidas sobre la actividad, el empleo y los mercados.
Apartado Solbes y a buen recaudo Miguel Angel Fernández Ordóñez en su técnica reclusión del Banco de España, esto es, rodeado y protegido Rodríguez Zapatero por los obligados a seguirle ciegamente en sus opiniones, porque para ello han sido nombrados, asistiremos con certeza a un debate político en el que lo económico será suplantado –por muchos esfuerzos que hagan los pocos políticos serios del Congreso, como Durán i Lleida y algunos pocos más– por lo útil en términos de propaganda electoral y estrategia de partido. No puede ser de otra manera cuando en los últimos días las encuestas ponen de manifiesto que nadie cree ya seriamente, ni sus propios seguidores, que Rodríguez Zapatero tenga o quiera tener –que esto último es más importante– un proyecto económico, distinto de las cómodas obsesiones intervencionistas y regulatorias, para enfrentar la crisis.

Pero precisamente esta evidencia convierte las críticas a la oposición en una enmienda a la totalidad, no contra los que han renunciado a gobernar la crisis, limitándose a esperar que escampe, lo que sin duda alguna sucederá bien que no se sabe cuando, sino contra los que parecen haber renunciado a enfrentar al Gobierno con un programa alternativo que pudiera devolver a los ciudadanos de a pie y a los agentes económicos, a los empresarios y a los banqueros, la esperanza de que al menos sea ordenado el descenso a los abismos y se retrase lo menos posible el retorno a la superficie.


   

Es natural que los ciudadanos se pregunten cómo es posible que la oposición sea incapaz de articular un discurso alternativo, una propuesta potente contra la crisis, ni siquiera frente a un Gobierno que, con toda evidencia, ha perdido el control de los tiempos y de las decisiones. Tanto más cuando, por vez primera desde la tragedia terrorista de 2004, el Gobierno, que tiene perdida la batalla de la opinión en la calle, parece seguir siendo inexpugnable en el hemiciclo del Congreso. Algunos experimentados observadores extranjeros no entienden, no consiguen explicarse, que, ante la evidencia palmaria de que el Gobierno ha perdido el control de la situación económica, el partido mayoritario de la oposición sea incapaz de concertar una decisión parlamentaria que se traduzca en esas elecciones generales anticipadas que el buen sentido reclama.

    Pero muy probablemente no va a suceder. Todo lo contrario, en una irritante paradoja contra el sentido común y contra el razonamiento científico, estancos a la evidencia de que son muy distintos los desarrollos de la crisis financiera y económica en Estados Unidos que en Europa, y desde luego mucho más distintos entre Estados Unidos y España, veremos sin duda a Rodríguez Zapatero deslizarse con éxito por las ya conocidas pistas del intervencionismo y las obsesiones regulatorias. Si no queríamos caldo, tendremos varias tazas.

    ¿Nadie sabrá decir con veracidad, elocuencia y persuasión a los españoles que la intervención y la regulación no son las soluciones, sino precisamente las raíces del problema, los grandes alimentadores de la corrupción? Ahora que hace nada menos que tres décadas desde la llegada al poder de Margaret Thatcher ¿nadie se atreverá a proclamar, como ella cuando tuvo que resucitar el Reino Unido de la fosa estatista en que lo habían sumido, en extraña concurrencia, laboristas y viejos conservadores, que el Estado debe ser el servidor, y no el dueño de los ciudadanos, esto es, de su vida y actividad?

    Así que no habrá sorpresas, y por no tanto no habrá espacio para la ilusión y la esperanza. La reciente crisis ministerial lo ha anticipado con admirable elocuencia. Al fin y al cabo, qué ingenuos somos, para eso tiene el Estado, es decir, cuando el Estado es invasor, el Gobierno, la máquina de imprimir dinero. Más vueltas a la maquinita y a vivir, que son dos días. Ante lo que se ve venir, el día del llamado Debate sobre el Estado de la Nación habría que colgar a la puerta del Congreso la misma advertencia con que se recibía a los que llegaban a las puertas del Infierno de Dante: Lasziate ogni esperanza.

Todas las señales son de que, contra las esperanzas de los días recientes, no habrá moción de censura, incluso es posible que ni siquiera haya, desde el poder, oferta de pacto político transversal contra la crisis. Una sucesión de monólogos discursivos, mucha televisión, y todo seguirá igual. Y encima crucificamos al presidente de CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, porque, en uno de esos descuidos que es verdad que a ciertos niveles nadie debe permitirse, se le ha escapado lo que la mayoría del país piensa, y desde luego la mayoría de los empresarios, y seguramente de los trabajadores. Ciertamente, no son éstos tiempos para la lírica.


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