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Prevenir antes de las mascarillas

lunes 27 de abril de 2009, 18:12h
Da miedo. Y vértigo. Las cifras crecen a velocidad vertiginosa, y la impresión es que la epidemia puede estar fuera de control. No es por ser alarmista, pero en menos de 24 horas, hemos pasado en España de hablar de cinco posibles casos, a contar con más de 15 hospitalizados, y al menos un caso confirmado, el primero de Europa, de esa extraña gripe porcina procedente de México; otra vez estamos los primeros, aunque maldita la hora. Cada vez que surge un episodio de este tipo -hace unos años fue la gripe aviar, antes las vacas locas, o el anisakis del pescado- se nos queda a muchos la misma cara de tontolhaba. Pero vamos a ver, ¿no se supone que todo cuanto llega a los mercados ha pasado no se sabe cuántos filtros y controles?

¿Podemos fiarnos de las garantías que se nos ofrecen, o sólo hasta que fallan? Porque cada uno de estos errores se ha traducido en enfermedad y sufrimiento para muchas personas, y en una enorme desconfianza hacia los responsables de la seguridad alimentaria.

Leer las etiquetas de los productos que consumimos a diario da grima: a la lluvia de elementos de difícil definición -salvo que seas químico- como el glutamato o el xilitón, se unen una cantidad indeterminada de "E" seguidas de una cifra cuyo significado a mi al menos me resulta impenetrable. Pero sospecho que nada de ello puede ser muy bueno para la salud. Confío, eso sí, en que la autoridad vele por mi seguridad y mi derecho a la salud. Una confianza que sin duda se resiente cuando escucho o leo episodios relacionados con problemas de salud o enfermedades derivadas de un mal control de algún alimento. O cuando surgen noticias sobre productos que "invitan" al consumo de determinadas golosinas, y que pese a estar demostrado que existen, son consentidos sin ningún pudor.

Ahora resulta que nos llega del otro lado del charco una gripe emparentada con un animal de granja de esos que se crían en factorías habilitadas y dotadas como auténticas fábricas, a los que en ocasiones se alimenta con piensos de dudosa procedencia. Obviamente, la prioridad es parar la epidemia, curar a las personas afectadas y evitar que se extienda. Pero también sería importante, y mucho, que los controles sobre lo que comemos y sobre cómo se cría, cultiva o produce todo aquello susceptible de acabar en nuestros estómagos sean férreos. La necesidad de alimentar a poblaciones cada vez mayores no puede traducirse en una rebaja de las exigencias hasta límites que rocen lo saludable.
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